La cultura del pesimismo vende bien. Es fácil y popular creer que todo está mal. Aunque la realidad tenga múltiples matices, nos cuesta trabajo distinguir los tonos. Una buena manera …
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Una definición generalmente aceptada acerca de los procesos de rezago educativo es la siguiente: Población de 15 años o mayor de esa edad que no ha concluido la educación básica o que no ha participado en ningún programa educativo, tanto no formal como formal. Ello significa que el universo poblacional del rezago educativo abarca tanto a ciudadanas y ciudadanos analfabetas como a quienes no han terminado sus estudios de primaria o secundaria.
Para las generaciones de mexicanos nacidos en los últimos cincuenta años, no tener un empleo estable, trabajar bajo contratos, sin ninguna prestación laboral o que el dinero de sus pensiones se encuentre en manos privadas (si es que aún gozan de este derecho); es algo bastante normal. Y es que la imposición del neoliberalismo en México a partir de la década de los ochentas, trajo una progresiva erosión de los derechos que los trabajadores habían conquistado bajo el régimen del Estado de Bienestar, en su gran mayoría.
Como es bien sabido por el magisterio, con la imposición de la reforma educativa de 2013, al extinto Instituto Nacional para la Evaluación de la Educación (INEE) se le asignaron otras atribuciones de las que desde el 2002 tenía contempladas, pero también, se constituyó la Coordinación Nacional del Servicio Profesional Docente (CNSPD), con la finalidad de disponer de una estructura jurídica y organizativa que asegurara que el ingreso, promoción, reconocimiento y permanencia de docentes y directivos, permitiera acreditar sus capacidades en sus respectivas funciones. Todo ello, según se dijo, con el propósito de “transformar” el sector educativo colocando al centro un Sistema Nacional de Evaluación que impulsara la mejora de la calidad de la educación pues, prestar servicios de calidad, fue una de sus metas
Corría el año 2012 cuando, en medio del agitado debate público que antecedió a la reforma educativa peñista, surgió el documental “¡De panzazo!”, que mostraba información estadística y testimonios sobre la crisis escolar mexicana. Se acusó al documental de explicar con parcialidad el fracaso educativo, denigrando de paso la imagen de la escuela pública y el magisterio. “¡De panzazo!”, expresión que en el medio escolar alude, entre otras cosas, a mediocridad o a aprobaciones fortuitas, impulsó a los detractores de una reforma educativa que modificaría, entre otras cosas, los esquemas de permanencia y promoción del profesorado.
No es ilógico, sino consecuente, trasladar al sector educativo, como se hace en el título de este texto, la frase más constante, y acertada a mi juicio, de la actual administración y quien la preside: “Por el bien de todos, primero los pobres”.
En 2014, a un año de cumplirse el plazo para alcanzar las metas de laEducación para Todos (1990-2000-2015) y de los Objetivos de Desarrollo del Milenio (2000-2015), después de 25 y 15 años, respectivamente, cundió la alarma internacional: millones de niños y niñas no estaban aprendiendo a leer, escribir y calcular después de cuatro años o más de asistir a la escuela.
Aunque muchos de los fanáticos de la educación convencional lo dudaron y otros se opusieron, la telesecundaria es una realidad viva. Pocos recuerdan que fue por iniciativa de Álvaro Gálvez y Fuentes, El Bachiller, un locutor culto y entusiasta, y Guillermo González Camarena, un ingeniero innovador, quienes propusieron al entonces secretario de Educación Pública, Agustín Yáñez, la creación de la telesecundaria. El propósito: brindar oportunidad de estudios más allá de la primaria a miles de niños de zonas rurales o de la periferia de las ciudades que de otra manera no tendrían, se quedarían varados.
Estamos en plena efervescencia de un mundial de futbol, especialmente cuestionado por la manera en que fue designada la sede y lo que ha implicado en su planeación y ejecución. Sobresale también la manera en que el dinero y el poder se manifiesta en un deporte que según Alabarces (2018), muestra el papel central de las élites locales en la adopción de las actividades propias del ambiente futbolero, donde el factor central de su propagación se relaciona con el grado de incorporación de cada país al capitalismo mundial.
Si no estamos formando desde la escuela para garantizar la generación de mejores ciudadanas y ciudadanos entonces no estamos formando.
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