Este lunes llegó a mi mente una frase de Catón que alimenta el pesimismo: “No sólo retrocedemos, también vamos para atrás”. Dos notas recientes nutren mi desilusión, lo que informan …
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En su retorno a La educación encierra un tesoro, Jaques Delors defiende la persistencia cultural de las escuelas y sus actores principales, los docentes. Plantea que las reformas educativas acarrean promesas, crean desequilibrio y muchas veces fracasan porque quienes lideran los cambios aspiran a transformaciones radicales y rápidas. Las escuelas sí modifican su hacer institucional, argumenta Delors, pero lo hacen más por factores internos, no tanto en respuesta a incentivos del exterior. Y lo ejecutan con parsimonia.
Ni para dónde hacerse, a cada rato aparecen denuncias de plagios de tesis o trabajos para titulación. Claro, hay diferencias de grado, Xóchitl Gálvez “la pendejeó” con varios párrafos, en tanto, la evidencia disponible muestra que la ministra Yasmín Esquivel lo único que no remedó de la tesis de licenciatura fue la sección de reconocimientos. El País documentó que la ministra también calcó cerca de 45 por ciento de sus tesis de doctorado.
La polémica de la correspondencia entre educación y democracia es añeja. Ya era parte de las arengas en la Ekklesía ateniense. La naturaleza de esa relación reciproca se vigorizó después de la Segunda Guerra Mundial y persiste hasta nuestros días, sin que haya consenso acerca de la educación democrática o para la democracia. Los estudiosos afiliados a la educación comparada lo constatan con frecuencia.
Los emblemas, a lo largo de la historia de la humanidad han tenido un uso fantástico. Proclama la identidad ante el mundo como representación del sentimiento de una ciudad o señorío, nos dice Eugenio Soto Landeros en su bello libro, Roble de libertad y fortaleza (Durango, edición del autor, 2020)
Si bien a lo largo del país grupos religiosos protestan contra los nuevos libros de texto gratuitos y otros grupos sociales los refutan con acidez, en varios estados el reclamo es de los gobiernos que incluso se ampararon o se rebelaron. Parece que implantar las aristas principales de la Nueva escuela mexicana —si es que llega a instaurarse— será más difícil de lo que imaginaron el presidente López Obrador y el gobierno de la Cuatroté.
Como cada año, con el inicio del calendario escolar comenzó el malestar de docentes y padres de familia, nerviosismo de alumnos y expectativas por reencontrarse con amigos; además, caos vial en las grandes ciudades. La diferencia: el debate sobre los libros de texto gratuitos, como lo reportan la prensa y los medios, y lo comentan periodistas y colegas investigadores.
A caso la Nueva Escuela Mexicana no sea un proyecto, sino una ilusión. El cambio curricular y el paquete de nuevos libros de texto no representa una mudanza gradual ni sólo una reforma pedagógica. Apunta a lo que algunos llaman un cambio de paradigma, algo que aspira a trasformar de raíz la esencia de la escuela mexicana: la labor de docentes y alumnos en el aula. Pretende construir un nuevo conocimiento oficial. Además, a velocidad supersónica.
Una sentencia clásica de Marx y Engels, en La ideología alemana, proclama que “las ideas de la clase dominante son las ideas dominantes en cada época; o, en otros términos, la clase que ejerce el poder material dominante en la sociedad es, al mismo tiempo, su poder espiritual dominante”.
Parece que la Secretaría de Educación Pública aplicó a la jueza Yadira Elizabeth Medina Alcántara eso de no me venga con el cuento de que la ley es la ley. La SEP y la Comisión Nacional de Libros de Texto Gratuitos se pasaron por el arco del triunfo los fallos de la juzgadora, de suspender la impresión de los libros de texto de primaria para el ciclo escolar 2023-2024, dado que no hay programas publicados en el Diario Oficial de la Federación.
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