Leslie Serna* Por la importancia que revisten las matemáticas en la formación de las niñas y los niños, el Instituto Natura identificó en la propuesta de la organización canadiense PrestMath …
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Madrid, 17 de abril, 2025. (Especial para SDP Noticias.com). En la contraportada del libro “Evaluar ¿Para qué?”, (La Muralla, Madrid, 2025), de María Antonia Casanova, se puede leer: “Este libro aborda…
En el 2015, la Asamblea General de la ONU adoptó la Agenda 2030 con 17 Objetivos para el Desarrollo Sostenible. Entre ellos, está el ODS 4 que busca garantizar una educación inclusiva, equitativa y de calidad y promover oportunidades de aprendizaje durante toda la vida para todos.
Tradición, iniciación, selección, bienvenida o semana de prueba, son algunas de las palabras que, particularmente, entre el alumnado y los comités estudiantiles de las escuelas normales rurales se escuchan cuando está por concluir el ciclo escolar y, el comienzo del otro, con su consecuente proceso de “selección” de aspirantes se vislumbra a lo lejos.
En el corazón del Sistema Educativo Mexicano, desde los niveles de preescolar, primaria y secundaria hasta la educación media superior, superior y posgrados, se observa un fenómeno preocupante que socava la efectividad del aprendizaje en el país.
La expresión coloquial: “hueso duro de roer”, por lo regular se utiliza en español para describir una situación difícil de resolver o una persona que es difícil de convencer o manejar. Equivale a decir que algo: una cosa, un proceso, una tarea, un hecho; es un desafío considerable o que alguien es muy tenaz y obstinado. Que no cede, que no cambia tan fácilmente. En una extensión de aplicación de este adagio, por ejemplo, podría decirse que un problema complejo en el trabajo es “un hueso duro de roer” o que un adversario en una negociación es “un hueso duro de roer” porque no cede fácilmente. En el plano de la osamenta de los seres vivos vertebrados, se poseen algunos huesos que son muy difíciles de penetrar.
La formación docente inicial constituye un pilar fundamental en la preparación de los educadores, pues influye significativamente en su desempeño profesional y en la calidad de la educación que recibirán las generaciones venideras. Como sostiene Imbernón (2014), sin calidad docente no hay calidad educativa.
Estamos viviendo tiempos difíciles para la ciencia, las humanidades y el conocimiento riguroso en general. Como decía la semana pasada citando a Marina Garcés (cfr.) nos han tocado tiempos de increencia en todo lo que tiene fundamento en la experimentación empírica, la reflexión filosófica o teórica y la interpretación rigurosa, pero al mismo tiempo estamos en una sociedad global profundamente crédula que se cree todo lo que alguien popular inventa y pública o lo que los medios y las redes sociales nos venden cada día.
Los educadores son protagonistas sociales por naturaleza. Cada acción pasa por el lente del escrutinio público. Los resultados de su labor pedagógica pueden impactar en su prestigio o su aniquilación personal y académica, haciendo de esta actividad una profesión soberbiamente sensible, ya que un maestro, en su dilatada labor, puede inspirar cientos de vidas o sencillamente apagar miles de sueños.
La reforma educativa de 2013 acotó la participación del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación (SNTE) en asuntos educativos —aunque no de forma total, menos en la política de la carrera docente— con el argumento de que eran los responsables del control de las plazas docentes y de los bajos logros de aprendizaje.
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