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Deformaciones Profesorales: Un Fenómeno de Relaciones Sociales y de Poder

by Pluma Invitada
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Alejandro Moreno Lozano

En el corazón del Sistema Educativo Mexicano, desde los niveles de preescolar, primaria y secundaria hasta la educación media superior, superior y posgrados, se observa un fenómeno preocupante que socava la efectividad del aprendizaje en el país. Este fenómeno se caracteriza por la presencia de docentes que, a pesar de ser contratados para desempeñar roles específicos en el aula, se encuentran cubriendo funciones de oficina, apartados de la enseñanza directa de niñas, niños y adolescentes, jóvenes o adultos.

Según cifras oficiales, el sistema de educación básica en México, cuenta con 229 mil 379 escuelas y un millón 223 mil 387 docentes registrados. Sin embargo, no existen estadísticas precisas sobre cuántos de estos maestros han encontrado su camino hacia oficinas administrativas en supervisiones escolares y jefaturas, apartados de su función primordial en la enseñanza.

El Capital de las Relaciones Sociales

Las razones detrás de esta tendencia son variadas, pero una de las más destacadas es el capital de relaciones sociales que estos docentes poseen. Estas conexiones, ya sean abundantes o específicas, les han permitido acceder y mantenerse en oficinas que consideran más cómodos o ventajosos. Este fenómeno no es nuevo ni exclusivo del ámbito educativo; se trata de una dinámica de poder que permea diversas esferas laborales y sociales.

Las maestras y maestros que ocupan estos puestos suelen justificar su permanencia con argumentos que van desde nombramientos con cambios de función, circunstancias físicas o de salud, hasta su cercanía con figuras de autoridad o políticas, actuales o pasadas. Esta última conexión es a menudo la más influyente, ya que les proporciona un manto de protección que utilizan para intimidar a quienes les solicitan realizar trabajos mínimos, escudándose en su relación con personajes de poder. Pierre Bourdieu (1930-2002) se refiere a este fenómeno como un capital adquirido por un tipo de cercanía social y que permite en ciertos casos la promoción beneficiosa, que pueden llegando el caso proporcionar apoyos útiles, capital de honorabilidad y de respetabilidad, indispensable para atraerse o asegurarse una base de confianza (Bourdie, 1997).

Doble Plaza y Estrategias de Evasión

La obtención de una doble plaza o múltiples claves dentro del sistema no impide que estos docentes continúen sus prácticas ventajosas. Cualquier tarea que se les solicite puede ser objeto de cuestionamiento, arguyendo que no forma parte de sus responsabilidades o que carecen de las habilidades necesarias para llevarlas a cabo. La solicitud de capacitación se convierte en una táctica dilatoria, un juego que perpetúa su ineficiencia al evitar comprometerse con el desempeño efectivo de sus responsabilidades.

Si bien algunos pueden llegar a realizar ciertas tareas, estas se llevan a cabo a menudo de manera deficiente o incompleta, desalentando así a sus superiores que prefieren abandonar la idea de contar con un subalterno que se considera protegido por una figura influyente. Esto genera un círculo vicioso en el que la mediocridad se perpetúa, y las oportunidades de mejora y eficiencia quedan relegadas.

Gracias al tiempo que tienen para pensar creativamente, son capaces de elaborar argumentos impresionantes, presentándose como víctimas de acoso laboral que los conduce a un estrés constante. Alegan sufrir de un síndrome de desgaste profesional, conocido como “Burnout”, del cual hablan con gran conocimiento. Ante los representantes y autoridades sindicales, ofrecen verdaderas representaciones de dolor y sufrimiento, a menudo culminando con lágrimas abundantes.

La percepción de ser “intocable” es una necesidad constante de reafirmarse a través de acciones que desafían las instrucciones de sus superiores. Este comportamiento defensivo se refleja en su entorno físico, transformado en un espacio de comodidad personal, equipado con dispositivos electrónicos, humificadores con esencias aromáticas, música y videos de su preferencia, así como colaciones, frutas y cosméticos en el caso de las mujeres.

Este entorno, lejos de ser un lugar de trabajo colaborativo, se convierte en un refugio de aislamiento donde el intercambio con colegas se limita a cuestiones triviales o sociales. Este distanciamiento intencional del trabajo en equipo evita exponer su falta de conocimientos administrativos en la gestión educativa, permitiéndoles mantener una fachada de eficiencia y compromiso.

Estos profesores son maestros en el arte de aparentar. Ante la mirada ajena, exhiben puntualidad y dedicación, mostrando con creces el escaso trabajo que realizan. Su destreza en manipular la percepción se ha perfeccionado con el tiempo, cubriendo medianamente las apariencias y sugiriendo mínimas mejoras que esperan sean adoptadas por sus superiores. Si sus sugerencias no se implementan, siempre pueden decir: “Yo se los dije”.

Este juego de apariencias y buenas relaciones interpersonales se convierten en una estrategia eficaz para prolongar su permanencia en el sistema educativo sin enfrentar consecuencias reales por su falta de compromiso con la enseñanza.

Curiosamente, muchos de estos docentes no contemplan la jubilación como una opción viable a su estilo. Acudir a la oficina se ha convertido en un acto que hace más llevadera su vida diaria. Levantarse por la mañana, prepararse para asistir a la escuela y cumplir con un horario específico se ha transformado en su modus vivendi, perpetuando un ciclo que, aunque ineficaz para la educación, resulta satisfactorio a nivel personal.

En términos generales, la mayoría de los profesores realizan estas actividades diarias. Sin embargo, la gran diferencia radica en que aquellos inmersos en este fenómeno, no están donde realmente deberían: en el aula, ejerciendo la enseñanza y transmitiendo conocimientos a estudiantes que aún no están maduros para las vicisitudes de la vida que la sociedad compleja exige, siguiendo la premisa de Émile Durkheim en su libro: Sociología de la educación.

La presencia de docentes en condiciones de oficina, alejados del frente de enseñanza, representa una deformación en el sistema educativo mexicano que debe ser abordada con urgencia. Es necesario replantear las políticas de asignación de roles y responsabilidades, asegurando que aquellos capacitados y comprometidos con la enseñanza ocupen las posiciones adecuadas para el desarrollo integral de las nuevas generaciones.

La reflexión sobre este fenómeno invita a cuestionar no solo las prácticas actuales, sino también a buscar soluciones efectivas que promuevan un sistema educativo más equitativo y eficiente, donde el verdadero capital sea el conocimiento y no la primacia del bienestar personal a costa del sacrificio del bien superior de la niñez. Un profesore con cambio de función en oficina se traduce en un profesor menos en la escuela.

La vocación por la enseñanza, más allá de las relaciones de poder y conveniencia personal, debiera ser la máxima de los que perciben un sueldo proveniente del techo financiero que se destina al sector educativo. Sólo así se podrá avanzar hacía una educación de calidad para todas y todos los niños y jóvenes de México.

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