Felicitaciones a todas y a todos por el año que comienza. A propósito del conteo del tiempo y de los rituales que socialmente genera cada ciclo temporal, la intención de este primer texto del año 2025 es reflexionar brevemente acerca del rol que juegan el tiempo y el espacio, como variables sobresalientes, en los procesos educativos.
No es propósito de esta colaboración discutir sobre las concepciones científicas del tiempo y el espacio, ni mucho menos. Para ello habría que leer, en todo caso, algunas obras como el libro de Stephen Hawking, “Breve historia del tiempo”, donde se discuten, con razonamientos y bases empíricas, los criterios para la definición o caracterización del tiempo y el espacio.
El tiempo y el espacio han ocupado lugares importantes, justamente como criterios socialmente definitorios, en la discusión y el ejercicio o la práctica de la política, las artes, las ciencias, el comercio, los deportes y en diversidad de actividades humanas. Pero el tiempo y el espacio no son variables naturales, sino concepciones o elaboraciones socio-culturales.
Ello quiere decir, por ejemplo, en el caso del tiempo, que la invención de éste como noción cognitiva o de conocimiento del mundo es una construcción cultural o de las sociedades, de las “civilizaciones”, no una característica como tal de la naturaleza (sugiero remitirse a las ideas kantianas sobre el tiempo y el espacio).
Esta reflexión sobre el tiempo y el espacio, en particular, me recuerda lo que alguna vez un profesor de física, en secundaria, nos invitó a pensar acerca de la noción del tiempo desde una perspectiva espacial o como análisis del movimiento, y no solamente como registro o medición de lapsos, en abstracto.
Así, la idea del tiempo como movimiento sería la noción más apegada a la percepción de ciertos fenómenos físicos, y de ahí podríamos pasar a la medición de eventos de la naturaleza: un año terrestre que se toma como significado del movimiento de traslación del planeta alrededor del sol; un día terrestre que se toma como significado del movimiento de rotación del planeta sobre su propio eje. Y a partir de ahí o a pesar de ello, nacerían las construcciones socioculturales de las demás unidades temporales como la hora, el minuto, el segundo. (¿Qué tanto es tantito?)
No hay que perder de vista, en esta rápida revisión, que otras civilizaciones o sociedades constructoras de conocimientos han utilizado a las fases lunares como eventos significativos para medir, registrar o construir unidades de tiempo y espacio.
En el campo de la educación formal, los planteamientos curriculares, por ejemplo, que se refieren a los argumentos y criterios que emplean las y los diseñadores para organizar o estructurar los dispositivos de la escolaridad, es decir, para justificar la incorporación-selección de los principales contenidos y métodos de la enseñanza y los aprendizajes (¿por qué esos y no otros?), previa definición de otros referentes ideológicos importantes como sociedad, comunidad, territorio, sujeto, etc.; dichos planteamientos requieren de la consideración de los tiempos y los espacios.
¿Cuánto tiempo debe durar un curso, una materia o asignatura? ¿Cuánto tiempo para el recreo? ¿Cuánto para las ceremonias cívicas? ¿Cuánto para las vacaciones? ¿Cuánto tiempo se debe destinar para la educación física? ¿Cuánto se debe dirigir a la educación artística? ¿Qué deben aprender los niños, en cuánto tiempo, cómo, con qué (materiales didácticos) y para qué en el trayecto de la educación primaria, por ejemplo? Todas éstas son preguntas pertinentes en el momento de poner en práctica las dinámicas educativas, curriculares y escolares.
La noción o concepción integral o integradora del currículum escolar, no fragmentaria ni enciclopédica, no se agota en el momento de confeccionar el plan y los programas de estudio (puesto que no se trata de sólo enunciar una lista de materias o asignaturas o cursitos), porque ello implica, entre otros aspectos, la definición de la lógica de organización de los conocimientos, capacidades o competencias educativas (habilidades y actitudes en contextos de creatividad o resolución de problemas de la vida cotidiana) por ser abordados o experimentados a través de una o varias estrategias pedagógicas o de enseñanza deliberadas, y ello implica definir, también, los tiempos y movimientos que habrán de operar o generar los actores sociales en la escuela: directivos escolares, docentes, personal de apoyo y estudiantes, entre otros.
¿Cuánto tiempo debe durar un ciclo escolar como lo es la primaria? ¿Seis o siete años? ¿Cuánto tiempo debe durar una clase de ciencias en secundaria, por ejemplo? ¿De cuánto tiempo se habrá de diseñar una jornada de actividades de aprendizaje en educación primaria o en telesecundaria? ¿Cuáles son los tiempos recomendables, a partir de la investigación educativa, para mantener la atención y concentración en estudiantes de preescolar o de educación infantil en una o varias actividades de aprendizaje? ¿Cómo se usan o utilizan los “tiempos muertos” en la escuela? O, en el extremo contrario ¿cómo y por qué las y los estudiantes “matan clases”? ¿Cómo y por qué las y los docentes suspenden clases, con y sin justificación?
En un orden de ideas paralelo a lo antes referido, me pregunto ¿cuáles son las ventajas y las desventajas de los modelos de escuelas de tiempo completo o las llamadas escuelas de jornada ampliada? En términos de los procesos de enseñanza y aprendizajes.
Como se puede apreciar, el análisis de las nociones o conceptos de tiempo y espacio en la educación constituyen algo más que una simple trivialidad.
También, en la dinámica escolar, hay tiempos determinados por las burocracias, por las agendas de los sindicatos o gremios de la educación, por las necesidades de las instituciones del Estado, que usan a la escuela para mil fines; por los compromisos de las instancias políticas locales (como el municipio, la alcaldía o la delegación ejidal) y, en fin, por los diferentes actores y sectores sociales que influyen o tratan de impactar en la esfera de la educación formal.
El análisis del tiempo en la educación, así mismo, nos puede trasladar al interesante análisis del espacio escolar: ¿por qué en ese lugar (laboratorios, por ejemplo) se llevan a cabo las prácticas de las ciencias empíricas o fácticas? ¿Por qué no en otro espacio más significativo como lo pueden ser un bosque, un rio o un parque nacional o local? ¿Por qué las sociedades “modernas” han restringido o limitado las actividades de enseñanza y aprendizajes a un solo espacio acartonado y simulado como lo son las aulas, los laboratorios, los patios o los auditorios? Todo esto me recuerda a las ya clásicas reflexiones sobre “El aula como espacio educativo” (2003) de Jaume Trilla Bernet y Josep M. Puig Rovira, de la Universidad de Barcelona.
Hoy, más que antes, en que se estaría cumpliendo formalmente el primer cuarto del siglo XXI (aunque si consideramos el año 2000 como el primer año del presente siglo, al terminar el 2024 se cumplieron 25 años de vida del siglo en curso), las sociedades están obligadas a pensar y a repensar sobre la importancia, los significados y las implicaciones de los tiempos y los espacios de la educación.
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