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Sonreír en el aula: un hábito que podemos crear

by Pluma Invitada
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Niños y docentes participando en una actividad lúdica dentro del aula con sonrisas y entusiasmo.
Rosalba Gascón Pérez
Rosalba Gascón Pérez

Se dice que sonreír es uno de los mayores valores en la vida. Una sonrisa puede transformar una experiencia, aliviar tensiones y generar conexiones genuinas con los demás. En la educación, su impacto es profundo; la sonrisa puede crear ambientes de enseñanza aprendizaje más acogedores, fomentar la confianza y hacer que el proceso de construcción de conocimientos sea más significativo.

Un diagnóstico, que realizamos en Mexicanos Primero Jalisco este ciclo escolar a 505 estudiantes de cuatro primarias públicas, reveló que, al preguntarles a las y los niños qué es lo que más les gusta de su escuela, las respuestas más frecuentes fueron el tiempo de recreo, jugar y divertirse.

Inclusive mencionaron también que la clase de educación física y las canchas son algunas de sus cosas favoritas. Estas respuestas quizá no sorprendan tanto, pues sabemos que a los niños les gusta jugar, pero lo que parece poco claro a veces para los adultos es que a los niños les gusta aprender jugando, explorando y, sobre todo, disfrutando. Dentro del aula, este enfoque algunas veces se ha dejado de lado, desaprovechando el potencial que tiene el aprendizaje basado en el juego y en la experiencia lúdica.

El juego y la sonrisa en el aprendizaje no sólo fortalecen el vínculo entre docentes y estudiantes, así como entre los mismos compañeros, sino que también contribuyen a la generación y autorregulación de las emociones, lo cual ayuda a la apropiación y reforzamiento de aprendizajes y a desarrollar habilidades socioemocionales para un bienestar integral. Por ello, es vital recuperar y promover estrategias educativas que integren la diversión, el movimiento y la creatividad dentro del aula.

Además, cuando un estudiante logra conectar lo visto en clase con su realidad, con sus intereses y emociones, el aprendizaje se vuelve más significativo y duradero.

Pero la sonrisa va más allá del juego. Es también un reflejo de nuestro estado emocional y de cómo enfrentamos la vida. El optimismo y la esperanza son elementos clave para un bienestar emocional saludable. Desde la infancia, nuestras experiencias refuerzan o debilitan estas actitudes y, al llegar a la adultez, terminan convirtiéndose en una elección personal: el ser optimista o pesimista. Este proceso también se moldea dentro del aula y en el hogar. Por ello, educar no se debe pensar como la transmisión de conocimientos, sino como el acompañar a las niñas y los niños en la construcción de aprendizajes y en su desarrollo emocional, brindándoles herramientas para afrontar desafíos con confianza y optimismo.

Ser optimista no significa ignorar los problemas o evitarlos, sino confiar en que contamos con los recursos necesarios para superarlos. En un mundo que constantemente enfrenta crisis y desafíos, fomentar el optimismo desde la infancia impulsa el aprendizaje, la resiliencia y la perseverancia.

Es por ello que merecemos crear el hábito de sonreír a menudo. No debemos reprimir una carcajada ni dejar que el estrés o la rigidez apaguen la alegría en el aula. La invitación es a irradiar esa fuerza optimista y alegre que nos pertenece a todos los seres vivos, a aprender a generar bienestar de forma consciente en la niñez y a recordar que el aprendizaje, cuando se vive con entusiasmo y alegría, se convierte en una experiencia transformadora y significativa.

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