Martin Heidegger…se basó en el concepto de habitar para construir su proyecto filosófico, que describe así: existir como humanos corresponde fundamentalmente al habitar. “Yo soy”, “tú eres”, significa “yo habito”, “tú habitas”.
El ser humano, por lo tanto, se realiza a medida que habita. ¿Qué significa habitar? Habitar, explica Heidegger, quiere decir “proteger y cultivar”… El filósofo recurre a una cita del texto bíblico sobre los orígenes: “Dios, el Señor, tomó al hombre y lo puso en el jardín del Edén para que lo cultivara y lo cuidara” (Gn. 2, 15). Cultivar nos remite, así, al modo en que transformamos la naturaleza con nuestra actividad…
José Tolentino Mendoça. Pequeña Teología de la lentitud, pp. 32-33.
Por mi origen profesional como arquitecto tengo muy claro que los seres humanos, sobre todo a partir de la modernidad, hemos reducido el concepto de habitar a la construcción de casas, edificios y gigantescas urbanizaciones donde algunos millones de seres humanos -porque otros no tienen ni siquiera el acceso a una casa- llevan a cabo sus tareas cotidianas para sobrevivir.
Esta visión reduccionista parte de la dinámica de rentabilidad del territorio impuesta por el sistema económico centrado en el lucro que ha convertido todas las necesidades humanas, hasta las más esenciales, en meras aspiraciones que se resuelven a través de la producción y venta de mercancías.
De tal manera que, salvo muy contadas y privilegiadas excepciones, los arquitectos de hoy y los desarrolladores de vivienda en general, se han convertido en proveedores de muros con puertas y ventanas para contener -ya sea de forma muy reducida en la mayoría de los casos o de manera suntuosa, da igual- los cuerpos de consumidores de diversos niveles de poder adquisitivo y no en creadores de espacios que potencien los espíritus de seres humanos para vivir vidas plenas, armónicas y con sentido.
Las ciudades modernas y contemporáneas están muy lejos de ser lugares donde se haga realidad esta analogía señalada por Tolentino a partir de Heidegger según la cual: “yo soy”, “tú eres”, significa “yo habito”, “tú habitas” o en el sentido opuesto, conjunción de espacios en los que “yo habito”, “tú habitas” quiera decir realmente “yo soy”, “tú eres”.
Porque nuestras ciudades son cada vez más, selvas de concreto, acero y vidrio en las que predomina la lucha por la supervivencia más que la aspiración a vivir y a ser, sujetas precisamente a la ley de la selva en la que en lugar de decir “yo soy”, “yo habito”, nos obligan a decir “yo sobrevivo”, “tú trata de hacer lo mismo sin estorbarme”.
Por ello resulta cada vez más urgente recuperar el sentido profundo del habitar que consiste, como dice Tolentino siguiendo a Heidegger, en cultivar y cuidar o en cuidar y cultivar. Las ciudades, las casas, los edificios, los parques, los espacios públicos y privados en los que tendría que ocurrir el habitar, no han sido concebidos, planeados ni construidos desde la visión del cultivo y el cuidado.
No se piensa en el cuidado de la naturaleza cuando se planea un gran desarrollo habitacional, urbano o de vías de comunicación y transporte. Por el contrario, se destruye sin miramientos -basta recurrir a un ejemplo emblemático como el Tren Maya de este sexenio- toda la riqueza que la naturaleza nos ha dado para poder vivir, en aras de una idea de progreso que ya debería estar superada.
Si no se piensa en el cuidado, mucho menos se toma en cuenta el cultivo y el desarrollo de ese mundo natural al planear lo que serán las áreas para habitar que se construyen en el presente. No hay en estos proyectos una visión de ganancia ecológica y humana hacia el futuro sino una ambición de ganancia máxima e inmediata en el presente.
Tampoco se piensa en el cuidado ni en el cultivo de los seres humanos y de sus proyectos de vida cuando se planean estos desarrollos. Por lo general no se toma en cuenta la necesidad profunda de que habitar equivalga a ser en plenitud, a construir una vida y una convivencia lo más armónica e integral que sea posible.
Desde mi punto de vista y coincidiendo con el libro del cardenal Tolentino del que ya me había ocupado en la entrega de la semana anterior, el reto de reorientar y recuperar el sentido de nuestra noción de habitar para llevarla al plano existencial y humano que plantea Heidegger en el cultivo y el cuidado es algo que trasciende la arquitectura o el desarrollo urbano. Como dice el autor del libro citado, habitar no se reduce a pensar en casas.
El desafío profundo y complejo que se plantea en esta idea de habitar es el de repensar completamente el paradigma que rige nuestras vidas, que es el de la rentabilidad, la practicidad, el utilitarismo y la eficiencia económica para transformarlo en un paradigma que parta de la necesidad del ser humano de habitar el mundo en el sentido amplio: el de cuidado y cultivar el entorno en el que vive y el de cuidado y cultivar su propio proceso de crecimiento y desarrollo.
Y si el reto está en cambiar los significados y valores que orientan nuestros modos de vivir, entonces estamos hablando de educación. Porque no hay otra manera de reconstruir la noción de habitar para humanizarla y llevarla al plano del ser que formando a las nuevas generaciones con una mirada radicalmente opuesta a aquella en la que nosotros fuimos formados.
Una nueva mirada educativa que promueva la visión de habitar en su sentido amplio de cuidar y cultivar el mundo en el que vivimos para poder hacer vivible el mundo en el que habitamos resulta indispensable para formar a los ciudadanos del futuro en una sana concepción del habitar que los haga vivir para vivir y no solamente para sobrevivir.
Este giro profundo para que decir “yo habito” vuelva a significar “yo soy”, para que habitar el mundo vuelva a ser sinónimo de cuidar y cultivar al mundo, requiere de la aplicación de estos principios en nuestras formas de entender y vivir la educación. Porque la escuela y la universidad, los docentes, tutores, orientadores y administradores de la educación tienen entonces que pensar en crear dinámicas institucionales que enfaticen el cuidado y el cultivo de cada uno de los estudiantes y no solamente el aprendizaje de contenidos que los hagan eruditos o el desarrollo de competencias que los vuelvan eficientes y competitivos.
¿Cuáles son los modelos educativos, los currículos, los métodos pedagógicos, las técnicas didácticas más apropiadas para cuidar y cultivar los talentos y las capacidades de cada educando? Y sobre todo: ¿Cuál es el testimonio educador que debemos dar cada uno de nosotros para que los futuros ciudadanos se sientan cuidados y llamados a cultivar estos talentos y capacidades?
Un medio para lograr este cuidado y este cultivo y al mismo tiempo un resultado de estas acciones es el convertir los espacios escolares y universitarios en espacios que los estudiantes habiten, es decir, espacios en los que puedan decir “yo soy”, “tú eres” sin temor a la censura, el juicio demoledor o la cancelación por parte de sus pares o de sus educadores.
Nota: Por el receso de Semana Santa, el próximo lunes no aparecerá este artículo. Espero reencontrarme con mis cinco lectores el lunes 8 de abril.