
Dos reportajes de Excélsior dan cuenta de lo grave del asunto. El primero, de Laura Toribio, destaca que “tres de cada diez jóvenes de entre 12 y 17 años que asistían a la escuela durante 2022 confesaron haber sido víctimas de acoso escolar…”. El segundo, de Ilian Cedeño, documenta que en México uno de cada dos niños y adolescentes sufre algún método de disciplina violenta en su hogar.
El odio engendra más odio y violencia. Vivimos en una sociedad donde la brutalidad tiende a normalizarse. Lo peor, parece que esa normalidad ya es parte de la vida cotidiana, una cultura que se reproduce. Hacemos poco para paliar sus efectos. Sí, hay esfuerzos de grupos sociales, de familias y de entidades gubernamentales, pero son insuficientes; es un cáncer social que no amaina.
Dos reportajes recientes de Excélsior dan cuenta de lo grave del asunto. El primero, de Laura Toribio, del 2 de mayo, destaca que “tres de cada diez jóvenes de entre 12 y 17 años que asistían a la escuela durante el año 2022 confesaron haber sido víctimas de acoso escolar, lo que se traduce en 3.3 millones de estudiantes adolescentes”. El segundo, de Ilian Cedeño, dos días después, documenta con datos de la Unicef que, en México, uno de cada dos niños y adolescentes sufre algún método de disciplina violenta en su hogar.
Los dos textos se basan en estudios rigurosos. El de la violencia escolar es una reseña de la investigación de la Red por los Derechos de la Infancia en México y cita datos de una encuesta de la Comisión Nacional para la Mejora Continua de la Educación. La violencia en la escuela, que incluye ciberacoso, es más grave en el Estado de México, la Ciudad de México y Guanajuato.
El informe de la Mejoredu advierte que, al menos, una quinta parte de las y los estudiantes de secundaria sufren agresiones en la escuela y que 55.5% de los docentes de primaria manifiesta que en sus grupos existe intimidación o abuso verbal entre estudiantes y otras formas de acoso escolar.
Cedeño entrevistó a la psicóloga Cristina Hernández Ambriz, quien cita datos de la Encuesta Nacional de Salud y Nutrición (Ensanut) del Instituto Nacional de Salud Pública, en alianza con el DIF nacional y de cuatro estados. Los datos son terribles: “11% de las madres y padres en México considera que el castigo físico es necesario para educar a sus hijos… Los patrones de violencia identificados en 55% de los menores de edad son de castigo corporal, violencia psicológica y sexual” (https://rb.gy/tmj181).
Investigaciones de académicos de países avanzados, en los años 70 y 80 del siglo pasado, interpretaron que las relaciones sociales de una comunidad cualquiera se reproducen en las escuelas y sistemas educativos mediante complejos métodos de integración de prácticas escolares, libros de texto y acoplamiento entre estudiantes, docentes y autoridades. Las articulaciones entre los estudiantes definen la intensidad de ese tipo de reproducción.
Buena parte de aquella literatura se destinó a criticar las relaciones sociales del capitalismo y su reproducción en escuelas autoritarias, cuyo propósito era legitimar y mantener la hegemonía política y establecer el conocimiento oficial como el único valedero.
Y, sí, durante un largo periodo, parecía que la causa de la escuela autoritaria era asentar conductas de obediencia y fidelidad al Estado-nación y a sus dirigentes. Funcionó el efecto legitimador.
Alguna vez operó este tipo de reproducción disciplinaria en las escuelas mexicanas, pero se agotó. Ya no hay niños obedientes. Quizá por ello, padres y madres de familia que castigan cuerpos, mentes y espíritu de las y los infantes, tienden a legitimar la violencia circundante.
Tanto el gobierno como organizaciones de la sociedad civil e instituciones sociales procuran aminorar la hostilidad en las escuelas, pero los esfuerzos son insuficientes. El 2 de mayo se conmemoró el Día Mundial contra el Acoso Escolar. Mario Delgado, secretario de Educación Pública, se manifestó en favor de la prevención y elogió los esfuerzos que hace la Nueva Escuela Mexicana. Aseguró que ese proyecto “tiene como centro… la felicidad y el bienestar de nuestras niñas, niños y adolescentes”.
No hay mucho espacio para el optimismo. La violencia se reproduce de mil maneras —físicas y culturales— en las “benditas redes sociales”, que difunden matanzas, narcocorridos y fomentan odio.
A juzgar por los estudios reseñados por nuestras reporteras, las conductas violentas tienden a normalizarse. La cultura de paz y paternidad responsable van en camino a ser meras piezas de oratoria.