En los últimos días del 2023, el presidente de la República, Andrés Manuel López Obrador, en su acostumbrada mañanera a pregunta expresa de los reporteros que ahí se encontraban volvió …
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Durante el desarrollo del XVII Congreso Nacional de Investigación Educativa (CNIE) efectuado en la ciudad de Villahermosa, Tabasco, tuve la oportunidad de ingresar a varios espacios de diálogo derivados de informes parciales o finales que la misma indagación educativa ofrece día a día.
Recuerdo muy bien, una conversación que se suscitó entre varios de los ahí presentes porque, sin ser intencional (al menos eso me pareció a mí), varios de ellos expusieron con cierto estrés (no nerviosismo) las problemáticas que vivían cotidianamente en sus centros de trabajo, o en otros, donde el fenómeno a estudiar surge y que por obvias razones les llevó recoger información con la intención, creo yo, de encontrar una explicación de eso que ocurre en su escuela o aula.
Curiosamente, en uno de los espacios que fueron habilitados en la Universidad Juárez Autónoma de Tabasco, coincidieron (coincidimos) prácticamente docentes que laboran desde preescolar hasta el nivel superior. Al término de las 4 exposiciones que estaban programadas, el diálogo al que hago referencia entre estos profesores se suscitó; esto es parte de lo que registré: “No sé si son los años de servicio, mi edad o qué es lo que pase, pero cada ciclo escolar me siento más cansada; siento que la escuela consume toda mi energía; ya no entiendo la velocidad con la que estamos viviendo” – expresaba una maestra –. “En los últimos años las problemáticas en las escuelas se han agudizado, los padres de familia ya no te respetan, en consecuencia, sus hijos tampoco te respetan; no tenemos el apoyo de nuestras autoridades; nos sentimos solos” – comentaba otra profesora –. “Si le llamó la atención a una alumna por estar haciendo cosas inadecuadas en el salón durante las clases (venta de mercancía) me enfrenta y amenaza diciéndome que le baje dos rayitas porque puede colocar mi nombre y fotografía en el muro de los profesores que acosan a las alumnas y pueden despedirme” – aludía otro joven profesor –. “Ya ni los fines de semana puedes descansar ni pasar tiempo con la familia, a veces los sábados o domingos te escribe el director o supervisor para pedirte información que la Secretaría pide para el lunes” – señalaba otra docente. “Ahora los padres de familia te exigen que uses el WhatsApp para que les hagas llegar la tarea o los avisos de la escuela, o bien, para que te manden la tarea o los justificantes de sus hijos; ya no quieren asistir a la escuela, pero eso sí, si le sucede algo a su hijo te responsabilizan de todo lo que pudiera pasarle. La escuela ya no la ven como una escuela sino como una guardería” – mencionaba otro docente
Conversación que, si se quiere ver así, resultó catártica en un momento determinado porque, independientemente de los hallazgos de las investigaciones expuestas, la línea temática logró convocar a actores que viven a diario los complejos procesos educativos. Obviamente que tales diálogos no pueden ser considerados una generalidad dado que se dieron en un contexto determinado y bajo la convocatoria de una temática definida por el CNIE; sin embargo, ello no resta su importancia y valor porque, además de que los viven estas figuras educativas, estoy seguro que más de uno podrá identificarse con las expresiones vertidas; y no es para menos.
Mucho se ha dicho y hablado de la aberrante e incomprensible carga administrativa que se ha asignado a los docentes en los últimos años, sin embargo, muy poco se ha hablado de las repercusiones que esto tiene en la salud física y mental del profesorado, en este caso, de las maestras y maestros mexicanos. De hecho, pienso que esto último es un tema que no es, ni por un segundo, de interés de quienes llegan a ocupar un lugar en la silla de Vasconcelos en la Secretaría de Educación Pública (SEP), sean maestros o no. Imagino que lo importante es cumplir lo que se tenga que cumplir ante quien se tenga que cumplir, aunque ello signifique una afectación importante en la salud de quienes trabajan en el sector educativo. ¿Conocerá la SEP el estado físico y mental de los trabajadores adscritos a su dependencia?
Es cierto, la docencia es una de las profesiones que demanda una preparación en pedagogía y didáctica; es decir, en el qué y cómo de la enseñanza y del aprendizaje; ello, requiere de la adquisición de un conocimiento profundo en teorías pedagógicas, de desarrollo infantil, de adquisición y desenvolvimiento de la lengua, de la educación física y vida saludable, entre otras, pero, ¿realmente el maestro o maestra se forma para responder WhatsApp a las 10 de la noche a un padre de familia que, si no le contestas, piensa demandarte?; peor aún, ¿realmente el maestro o maestra se forma para vaciar información en un formato del que nunca se le retroalimenta y/o se toman acciones que beneficien el aprendizaje de sus alumnos y del suyo propio?; y lo más grave, ¿realmente el maestro o maestra se forma para responder llamadas y/o WhatsApp de directores y supervisores fuera de su jornada de trabajo o en días sábados, domingos o en vacaciones?
¿Cuántos docentes no quisieran salir de la escuela y no llevarse el trabajo a casa esperanzados de estar con la familia, los hijos, tomar un café, leer un libro, escuchar alguna conferencia o Webinar de su preferencia, etcétera?, ¿cuántos docentes no quisieran dedicarle más tiempo a la enseñanza y al aprendizaje en lugar de la carga administrativa impuesta muchas veces por quienes no han pisado un salón de clases?, ¿cuántos docentes, al ser una profesión de estado, no quisieran contar con espacios y atención médica y psicológica que responda a sus demandas y necesidades y no en un ISSSTE que muchas veces ni medicamentos tiene? En fin, ¿cuántos docentes no quisieran tener un tiempo para ellos mismos, en su individualidad y subjetividad, para reflexionarse, repensarse y hasta para sanarse?
Muchas veces se nos olvida que el docente es un ser humano que llega a cargar con cada una de las circunstancias o problemas de sus alumnos y/o compañeros de trabajo, además de los personales y familiares. En la formación inicial es claro que estos maestros se forman para aprender a enseñar, pero ¿cuándo se le enseña a procesar todo lo que llegan a cargar en un momento determinado? En su trayectoria laboral es claro que tiene que cumplir con su actividad profesional, pero ¿cuándo se le brindan las condiciones necesarias para que su salud física y mental sean inmejorables?
Se nos olvida pues, que un trabajador no es una máquina, es un ser humano con derechos y obligaciones; un humano al fin de cuentas; un humano que, al igual que en otras profesiones requiere de ser valorado y respetado porque si no dejamos de verlos como objetos que padecen, por ejemplo, los efectos de lo que se conoce como síndrome de Burnout, ¿qué caso tiene definirlos como seres humanos que se supone, en este y otros sexenios, serían revalorizados?
De todo corazón y desde este espacio les deseo un feliz año 2024.
A mí sí me da mucho gusto ver cómo disfrutan sus vacaciones esos maestros que a diario entregan lo mejor de sí en sus aulas y escuelas. ¡Felicidades!
Bien se dice que la caricatura mexicana no sería la misma sin la obra de Eduardo del Río, Rius; le propongo entonces, imaginemos una caricatura donde Alfonso Cepeda, líder nacional del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación (SNTE), sentado en una silla y apoyándose de una mesa, con papel y pluma en mano, escribe una carta al siempre querido y anhelado Santa.
¿Alguien esperaba que nuestro país obtuviera mejores resultados de los que había obtenido años atrás en la prueba del Programa para la Evaluación Internacional de los Estudiantes mejor conocida como PISA? Pregunto esto, desde luego, sin el ánimo de ser pesimista y, mucho menos desvalorizando la capacidad e intelecto de cada estudiante y/o docente que es parte de nuestro intricado Sistema Educativo Nacional (SEN).
El 2023 se termina, y parece bastante pertinente reflexionar sobre los diversos acontecimientos que en el ámbito educativo se presentaron a lo largo del año. Es obvio, la inquietud que antecede a un periodo de descanso, trae consigo momentos de reflexión y/o análisis de lo que en nuestra vida sucede, ya sea en lo personal o en lo profesional.
En anteriores entregas, di cuenta de algunos breves hallazgos que había obtenido derivado de las visitas y diálogos que regularmente establezco con maestras y maestros de educación básica, particularmente, de educación primaria.
Corría el año 2010 y las redes sociales y otros medios de comunicación locales, nacionales e internacionales, difundieron ampliamente un video donde se observaba a varios niños en un salón de clases acostados en el piso, mientras una docente de preescolar les pedía que colocaran su carita en el suelo al tiempo que les preguntaba si querían cantar una canción; como es natural, la respuesta de los niños no se hizo esperar: “si las gotas de lluvia fueran de chocolate me gustaría estar ahí, abriendo la boca para saborear…”.
La mal llamada reforma educativa de 2013 generó varios malestares entre varios sectores del gremio magisterial. Recuerdo que, por esos años, la discusión que se daba en varios congresos, foros, mesas redondas o en las mismas escuelas giraba en torno a la clasificación a la que fueron sometidos, por ejemplo, los docentes: la idoneidad.
Hay instituciones que se niegan a cambiar o transformarse, aunque en ello les vaya la vida. Sea por tradición o costumbre, difícilmente se desplazan o mueven hacia otros escenarios independientemente de que la sociedad, el entorno o el mundo entero así lo exija o demande. La Secretaría de Educación Pública (SEP), anacrónica por naturaleza, es un clarísimo ejemplo de ello.
La maravillosa oportunidad que tiene, particularmente la escuela normal para hacer investigación, es extraordinaria; esto por una sencilla razón: el vínculo que establece con escuelas de nivel básico para la realización de las prácticas docentes de las futuras maestras y maestros de México es inigualable.
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