Juan Carlos Yáñez Velazco
La Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco) produjo dos documentos emblemáticos en la última parte del siglo 20: “Aprender a ser. El mundo de la educación hoy y mañana” (1972), conocido como informe Faure, y “La educación encierra un tesoro” (1996), a cargo de la Comisión dirigida por Jacques Delors.
El segundo, más que el primero, todavía se cita en algunos contextos cuando se redactan documentos institucionales, como planes educativos o estratégicos, para demostrar el alineamiento a lo expuesto en los llamados “cuatro pilares” para la educación del futuro.
La promesa sigue inconclusa y los cuatro pilares son un anhelo para sistemas y prácticas educativas: aprender a conocer, aprender a hacer, aprender a convivir y aprender a ser constituyen un horizonte deseable pero, por desgracia, lejano para millones de estudiantes, especialmente en contextos de subdesarrollo.
En la misma línea de relevancia, la Unesco pretende colocar ahora su informe “Reimaginar juntos nuestros futuros. Un nuevo contrato social para la educación”, redactado por la Comisión Internacional sobre los Futuros de la Educación, publicado en inglés en 2021 y un año después en español. Fue resultado de dos años de consultas, con apoyo de la Agencia Sueca de Cooperación Internacional para el Desarrollo, el Gobierno de Francia y Banco Santander.
La urgencia se exhibe desde la primera línea del resumen: “La humanidad y el planeta Tierra están amenazadas”. Hay un doble reto: cumplir la promesa de garantizar el derecho a una educación de calidad para todos y aprovechar el potencial transformador de la educación para un futuro sostenible. Lo que conduce a proponer un nuevo contrato social basado en los derechos humanos, con una ética del cuidado, la reciprocidad y la solidaridad.
No se trata, advierten los redactores, de un manual o modelo, sino del punto de partida para una conversación global e intergeneracional que incluya a todos en todo el orbe.
El documento se organiza en tres partes y un epílogo. La parte I, Entre promesas pasadas y futuros inciertos, en sus dos capítulos, diagnostica la problemática global del mundo y los sistemas educativos. El primero, centrado en la educación, describe los progresos y contrasta con los rezagos acentuados por las desigualdades y exclusiones nuevas y antiguas. Propone analizar tres preguntas: ¿cuánto avanzó la educación en los últimos 30-50 años? ¿Cuál es la situación actual? Y ¿dónde debe cambiarse con mayor rapidez?
Los progresos son inocultables: expansión de la educación, descenso de la población no escolarizada, aumento de la matrícula en preescolar y de la alfabetización juvenil y adulta entre 1990 y 2020, incremento de la enseñanza superior. También lo son los rezagos: acceso incompleto y no inequitativo a la educación de calidad; 250 millones de niños no escolarizados; situación dramática en enseñanza secundaria; problemas con las tasas de finalización y persistente abandono escolar multicausado por razones internas al sistema escolar y del contexto. Graves son la proporción de profesores no cualificados para la primaria y el fracaso colectivo a la hora de asegurar el derecho a la educación para todos.
El capítulo 2 coloca la mirada en el paisaje social a través de 4 grandes áreas: medio ambiente, tecnología e interacción con los humanos, sistemas de gobierno y democracia, así como el mundo del trabajo. Las señales de agotamiento obligan a medidas radicales para evitar un desplome universal de efectos desiguales.
La parte II se titula Renovar la educación. El contrato social que reguló la educación en los siglos XIX y XX, afirma el documento, se sostenía en los principios siguientes:
- Proyecto pedagógico basado en las lecciones impartidas por el profesor en el aula.
- El plan de estudios, que organizaba las clases, era una tabla de asignaturas.
- La enseñanza era una práctica solitaria de un profesor dentro de una disciplina.
- Escuelas con el mismo modelo estructural, organizativo y procedimental en todos los contextos.
- Educación organizada para enseñar a grupos de edades similares en instituciones especializadas, que terminaba a las puertas de la vida adulta.
El nuevo contrato a que convocan los relatores postula tres directrices:
- La educación es un proyecto público, compromiso social compartido, uno de los derechos humanos más importantes y una de las responsabilidades mayores de estados y ciudadanos.
- Es clave educar ciudadanos que promuevan los derechos humanos.
- La necesidad de diseñar otras formas de organizar el aprendizaje.
Estos principios se desarrollan en cinco capítulos con los temas del nuevo contrato social: pedagogías cooperativas y solidarias, nuevas y más amplias concepciones de los planes de estudio, trabajo transformador de los docentes, la centralidad de las escuelas y la educación efectuada en diferentes tiempos y espacios.
Cada uno cierra con lo que define como “principios para el diálogo y la acción”. Enunciados con mayor o menor claridad y precisión, que podrían constituir la agenda global educativa.
La parte III presenta dos capítulos en forma de llamamientos: a la investigación e innovación y a la solidaridad mundial y la cooperación internacional. El epílogo resume las propuestas para la construcción del nuevo contrato social, y las llamadas a la acción, el diálogo y la participación.
Los informes previos, redactados por las comisiones encabezadas por Edgar Faure y Jacques Delors fueron icónicos, por lo menos en el plano discursivo, y lo siguen siendo. Es muy temprano para saber si este, dirigido por vez primera por una mujer, Sahle-Work Zewde, presidenta de la República Democrática Federal de Etiopía, tendrá alguna repercusión trascendente. Es evidente que eso será posible no sólo por el documento y sus aciertos, sino por las iniciativas a que pueda dar lugar en distintos planos: global, regional, nacional y local.
En estricto sentido, es difícil encontrar entre las páginas ideas impensadas antes o elaboraciones deslumbrantes. No está tampoco ahí su riqueza potencial, cuanto en la urdimbre de relaciones y decisiones que puedan tejerse en los próximos años, para evitar que, en efecto, se exacerben los peligros que enfrentan la humanidad y el planeta.
En la parte final escriben los redactores: “Hacer frente a las múltiples crisis superpuestas que amenazan la supervivencia de la humanidad y del planeta exige un cambio de rumbo radical. Debemos construir urgentemente juntos un nuevo contrato social para la educación inspirado en principios de justicia social, epistémica, económica y ambiental que pueda contribuir a trasformar el futuro.”
No será fácil, pero es posible, a través de un amplio diálogo social en todos los contextos del mundo y mediante un giro en la manera de pensar la educación y la docencia. El informe es una invitación a la reflexión y el diálogo. La disyuntiva es clara: continuar en un camino insostenible o cambiar el rumbo.
Twitter @soyyanez