Andrés Octavio Varela Enriquez*
Que “quitaron las matemáticas” de los libros de texto, se lamentan los intelectuales coloniales.
Supongamos, por un momento, que sus delirios apocalípticos son ciertos y que “quitaron las matemáticas de los libros”, como ustedes dicen. Pienso que se les escapan un par de asuntos muy importantes: ¿Qué no habrá un maestro o maestra formado en una licenciatura con capacidad de construir una clase a partir de orientaciones y acompañamientos pedagógicos con las y los estudiantes entendiendo el enfoque de las matemáticas? ¿O ya mejor dejamos el libro en el escritorio y que de ahí aprendan los niños y las niñas?
Hay, al menos, dos formas de entender el libro de texto: como un insumo para potenciar aprendizajes, y como el “aprendizaje en sí mismo”. La primera, es la forma creativa de utilizar cualquier material. La segunda, es la forma dogmática, cuasireligiosa, de creer que lo que está en el libro es lo que hay que aprender como único conocimiento válido e incuestionable; la receta que hay que seguir. La primera, puede promover el pensamiento crítico, la segunda, la siguen hasta las máquinas. Y nosotrxs no somos máquinas.
Detrás de sus críticas, está su dogma y además el desprecio por la profesión docente; por una parte, creen que el libro es la fuente de conocimiento y es la educación “en sí mismo” y, por otra, no le conceden la más mínima oportunidad a las y los maestros para preparar y construir una clase.
Pero a esos intelectuales coloniales les decimos que no se preocupen, aquí les va un poco de dosis de realidad. Los libros de texto, que fueron elaborados por compañeros y compañeras, especialistas y que ahora no estuvieron a cargo de empresas editoriales internacionales que hacían un negociazo con el dinero el pueblo, están pensados para ser orientaciones en la construcción de proyectos. ¿Proyectos para qué? -se preguntarán- Para resolver problemas reales (para eso es la educación ¿no?). Y en los problemas reales, mucho se usa la lógica, las herramientas y habilidades de comunicación, la matemática, el bien común, la historia, etc. Así que no desaparece nada, al contrario, todas esas disciplinas e intenciones están pensadas para la realidad.
Así que no gasten tanto lamento en esto. Sólo nos demuestran lo que ya sabíamos: en su mayoría, son ustedes los damnificados del presupuesto económico que otros gobiernos utilizaban para comprar sus “sesudos análisis” y sus cursos y materiales educativos.
En fin, la hipocresía.