
Ante la humana imposibilidad de leer todos los desplegados, pronunciamientos, entrevistas, artículos de opinión, posicionamientos y hasta denuestos que durante los últimos días han poblado las páginas de diarios y medios electrónicos respeto a la sucesión de la rectoría de la Universidad Veracruzana, me parece que lo sensato es reflexionar y hacerse una opinión decorosa. Con ese espíritu escribo este texto.
Es cierto que, de pronto, todas y todos nos volvemos especialistas en derecho, cultura, sociología, antropología, ciencia política y demás disciplinas que nos permitan explicarnos cómo y por qué hemos llegado a esta penosa e inédita situación. En toda sucesión rectoral, generalmente, existen grupos de poder que buscan que su candidato o candidata llegue “a la grande” para gozar de prebendas y canonjías… es explicable. Golpes bajos, “filtraciones”, chismes que me dijo el primo del amigo de la suegra están a la orden del día. Sin embargo, la polarización que vive hoy la Universidad es también inédita e irresponsable.
¿En qué momento la falta de decoro de uno de los actores parte de este circo está provocando un enfrentamiento tan desmesurado entre miembros de la misma comunidad sin que importe su destrucción? Compañeros de trabajo se tiran piedras, estudiantes responden con grosería inaudita a sus profesores, los ánimos se crispan y no podemos actuar como un colectivo pensante, que dialoga y esgrime argumentos racionales.
El sospechosismo se infiltra en cada persona, ¿cuál es la necedad de conservar el puesto?, ¿cuál la construcción de maniobras fácilmente desmanteladas?, ¿cuál la invención se numeralia que no se sostiene? Y lo peor, ¿qué necesidad hay de ponernos en una situación cada vez más vergonzosa?
Por ello, aplaudo la decisión de la Dra. María Angélica Buendía Espinosa, académica de la UAM-Xochimilco e integrante de la Junta de Gobierno, de presentar su renuncia para no convalidar semejante atropello a la comunidad universitaria.
Al mismo tiempo, hago un llamado al resto de sus integrantes de denunciar las presiones y amenazas de las que se dice que son objeto. Esto puede convertirse claramente en un asunto penal que nos compete a todas y a todos. ¡Emulemos la postura de la Dra. Buendía hasta que la dignidad se haga costumbre!