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La UNAM, Palestina y el Premio Nobel de la Paz

by Axel Meléndez
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Ilustración del edificio central de la UNAM con símbolos de paz y resistencia, representando el debate ético sobre Palestina y el Premio Nobel.
Axel Meléndez
Axel Meléndez

Hasta hace apenas unos días, las autoridades de la Universidad Nacional Autónoma de México reconocieron que lo que ocurre en Palestina no es un simple “conflicto”, sino un genocidio. Tuvieron que pasar dos años —a pesar de la exigencia constante por parte de académicos, estudiantes y trabajadores— para que la UNAM nombrara la situación por lo que realmente es.

Sin embargo, el pasado viernes 10 de octubre, a la universidad más importante de México le tomó solo unas horas, después del anuncio de las personas galardonadas con el Premio Nobel de la Paz, emitir una felicitación a María Corina Machado, argumentando que lucha “por lograr una transición justa y pacífica de la dictadura a la democracia en Venezuela”.

Este hecho sorprendió a muchas y muchos de quienes conformamos la comunidad universitaria. Quienes seguimos de cerca —o investigamos académicamente— la situación en Venezuela, conocemos el papel que ha desempeñado la galardonada en ese país. A ello se suma la inconformidad por parte del estudiantado y del personal académico y administrativo, al observar cómo, en nombre de la universidad (aunque la postura provenga solo de sus autoridades), se califica a Venezuela como una supuesta “dictadura”, sin ofrecer argumentación ni sustento que respalde tal afirmación.

Pero, ¿quién es María Corina Machado y cuál ha sido realmente su papel en la política venezolana?

Machado ha denunciado la existencia de una “antidemocracia” y una “dictadura” en Venezuela. Con base en estos argumentos, ha respaldado desde 2002 intentos de desestabilización institucional, incluyendo el golpe de Estado contra Hugo Chávez. En 2004, promovió una consulta financiada por la NED Foundation para revocar al entonces presidente. Un año antes, en 2003, impulsó el paro petrolero junto con sectores de la burguesía nacional. En 2010, aceptó ser “embajadora alterna” de Panamá ante la OEA, desde donde solicitó una intervención militar en Venezuela. Posteriormente, en 2019, volvió a declarar públicamente que “era necesaria una intervención militar”. En 2020, instó a las fuerzas armadas venezolanas a sublevarse contra Nicolás Maduro, y desde entonces ha promovido el bloqueo económico que tanto ha afectado al pueblo venezolano.

Por si fuera poco, desde 2021 se ha pronunciado a favor de las acciones del Estado de Israel contra Palestina. Incluso ha afirmado públicamente su admiración por Benjamín Netanyahu, a quien considera un “genuino aliado de la libertad”.

Como puede observarse, más que promover la paz en Venezuela, Machado ha abogado por la intervención militar, los golpes de Estado, el bloqueo económico y ha respaldado el genocidio que se comete actualmente contra el pueblo palestino. Por ello cabe preguntarse: ¿por qué las autoridades universitarias deciden reconocer a un personaje cuya trayectoria contradice profundamente los principios de paz y justicia que deberían sostener una universidad pública?

Quienes hemos viajado en múltiples ocasiones a Venezuela podemos dar testimonio de que, como en cualquier país, existen tensiones y conflictos. Sin embargo, afirmar que se vive bajo una “dictadura” donde no existen libertades es una afirmación extrema y poco rigurosa. ¿En qué investigaciones, datos, reflexiones o análisis se basan las autoridades universitarias para sostener tal juicio?

Esta situación no es menor. Revela no solo la postura política de las autoridades universitarias, sino también la forma unilateral, excluyente y apresurada con la que se pronuncian en nombre de toda una comunidad diversa y crítica. Por un lado, tardaron dos años en reconocer el genocidio del pueblo palestino; por otro, bastaron unas cuantas horas para felicitar a una figura profundamente cuestionada, sin ofrecer el mínimo análisis o justificación.

Este doble rasero no solo exhibe una falta de coherencia ética, sino una preocupante subordinación a narrativas hegemónicas que legitiman la violencia y la injerencia extranjera. En una universidad que se dice autónoma, crítica y comprometida con la paz, no hay lugar para pronunciamientos vacíos, apresurados o políticamente alineados con intereses externos.

La UNAM no puede seguir hablando en nuestro nombre mientras guarda silencio ante el genocidio en Palestina y celebra a quienes promueven la guerra, la intervención y el bloqueo como herramientas políticas.

Si van a hablar, que hablen con argumentos. Si van a representar a la universidad, que nos escuchen primero. Y si no pueden sostener su palabra con hechos, entonces, como ya lo han dicho muchas voces dentro y fuera del campus, como el colectivo Academicxs con Palestina: No en nuestro nombre.

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