I Era el primer día de clase de este semestre. Iba ya cerca de la universidad, cuando recibí un mensaje en el WhatsApp. Era de la coordinadora: “Buenos días: te informo que tus servicios no serán necesarios esta vez. Estamos en contacto.” ¿Qué? Me bajé de la micro para poder escribir, y porque el trancazo había llegado sin aviso, literalmente, al cinco para la hora. Con premura, respondí recargada en un árbol que me daba sombra: “Estimada Doctora: no entiendo lo que pasó. El viernes quedamos en que seguiría dando las clases como el semestre pasado. Hoy es lunes, estoy por llegar a la escuela, y usted me escribe que ya no tendré ese curso. No entiendo, de veras. Usted misma fue la que me dijo que sí, que estaba muy bien evaluada por mis alumnos. Yo he preparado el temario con todo entusiasmo, y actualicé la bibliografía. ¿Cómo puede ser que ahora me diga que ya no?” En el escalón de una tienda cerrada me senté; tal vez a esperar una respuesta rápida, o por el lío que ahora tendría para pagar la renta. Una media hora después me subí a la Micro de regreso. No me acuerdo bien cómo estuvo la cosa, pero una señora me tocó con suavidad el hombro y me dijo: “¿se le murió alguien, señorita? Ya no llore, verá que pronto le llegará el consuelo”. Gracias, le dije. ¿Para qué aclararle que no era una muerte, sino un agujero en mis posibilidades de subsistir y en el costal de la dignidad lo que me hacía llorar sin darme cuenta? ¿Ni para eso da tener un doctorado, y seis años dando el curso a la hora que decían, los días que decidían, y la materia que se necesitaba? Con ese dinero, y lo que gano levantando encuestas, iba sacando para los gastos… No he recibido respuesta a mi mensaje, todavía, y ya van casi dos semanas.
II ¿Qué crees que me pasó? Ni idea. Pues que luego de 10 años en que sin falta daba la clase de Física al primer semestre, llegué a la sala de firmas para saber los salones que me tocarían y Don Pedro me dijo: No, profe, esta vez no me mandaron ficha para que firmara. No me digas, comenté. Sí, así como lo oyes. ¿Cómo, le pregunté a Don Pedro, si por correo electrónico me dijo el coordinador las horas y los días, solo me pidió que cuando llegara a firmar, encontraría el número de los salones que me correspondían? Pues yo no sé, profe. Por qué no va a la dirección de la facultad y pregunta… No manches, ¿y qué hiciste? Pues fui a la dirección y busqué a la secretaria del coordinador: oiga, me pasa tal y cual cosa, creo que hay un error… No, maestro: lo que sucede es que no se juntaron los alumnos que se requieren para abrir muchos grupos, y pues, qué lástima, a usted también, como a otras personas, le tocó no tener. ¿Puedo hablar con el coordinador? No, pues no creo que lo pueda ver hoy ni estos días. Con eso que van a cambiar de rector pronto, anda en reuniones muy seguido. Pero me dijo que lo saludara. Qué poca, comenté. Sí, mano: así nos tratan, y mira que ya llevaba 10 años sin faltar a una sola clase. ¿Qué vas a hacer? Pues no sé bien, a lo mejor completo lo de estas clases mesereando, porque en la prepa de las monjas sí me dieron las horas y mis 45 baros por cada una. Va a estar apretada la cosa del dinero. Si te puedo ayudar en algo… Gracias, carnal: cala la lana, pero más el mal trato y la falta de vergüenza para dar la cara.
Dos relatos de miles: ¿hasta cuándo las instituciones de educación superior, públicas y privadas, van a tratar así a nuestros colegas, docentes “de asignatura”? ¿Seguiremos sin decir nosotros nada? Sí, cala el silencio.
Profesor del Centro de Estudios Sociológicos de El Colegio de México
@ManuelGilAnton