La propuesta de la SEP carece de sustento pedagógico, se limita a lo ideológico, abandona a los profesores a su suerte y buen entender, una vez más, al tiempo que muestra el evidente divorcio entre la agenda burocrática y las necesidades en el aula para las y los niños y jóvenes
Juan Alfonso Mejía
Durante los trabajos del seminario internacional sobre Transformación de Sistemas Educativos, convocado por el Instituto Brookings, con sede en Washington DC, en donde tuve la fortuna de participar, se considera a la sociedad civil como una suerte de garante de los procesos de cambio. Ahí está buena parte de la responsabilidad para mantener el “largo aliento” de la transformación educativa, tanto como el sentido de la misma. Es urgente fortalecer este camino, y equilibrar la lógica cerrada y colonialista de esa vieja forma de entender el sistema educativo. Me explico.
Tocó el turno a los libros de formación para docentes. Destruir es la consigna, aunque quede poco claro la orientación del reemplazo más allá de la línea discursiva. A estas alturas se conoce sobre la nula importancia para el gobierno federal sobre el esfuerzo que representa “edificar”, lo alentador es acabar con lo existente. Sin diagnóstico previo ni valoración alguna sobre lo que funciona o puede ser mejorado. Lo trascendente es sentarse sobre las ruinas, cual mera vocación de arqueólogos, y nada más.
La Secretaría de Educación Pública (SEP) pedirá a los docentes de los primeros grados de educación básica “romper con la educación cerrada y colonialista” importada principalmente de Estados Unidos y Europa. Las ideas de Paulo Freire, Boaventura de Sousa y Simón Rodríguez, son más afines “a la transformación irreversible del país”, se lee en el documento para los docentes. De acuerdo con la autoridad federal, se dejará atrás “la sumisión, la marginación y la ignorancia” con la se han formado generaciones en el pasado.
La propuesta de la SEP carece de sustento pedagógico, se limita a lo ideológico, abandona a los profesores a su suerte y buen entender, una vez más, al tiempo que muestra el evidente divorcio entre la agenda burocrática y las necesidades en el aula para las y los niños y jóvenes. https://d-2445819673204547521.ampproject.net/2302031721000/frame.html
En las escuelas los docentes siguen preocupados por la pérdida de aprendizajes durante la pandemia, la carencia de nuevos métodos para atajar las necesidades socioemocionales de la comunidad educativa y la ausencia de estrategias articuladas para contrarrestar problemas específicos.
El abandono de la agenda educativa es preocupante, tanto como la forma en que resuena la ausencia. La voz del gobierno parecer ser la única. Las familias viven una suerte de sesgo educativo, en el que volver al modelo presencial era tan urgente, que prefieren no hablar de las consecuencias de la célebre era digital. El sindicato trabaja de cerca con su base, pero lo menos que desea es que lo volteen a ver. Los medios de comunicación sacan notas aisladas del fenómeno educativo, porque aislado es el conocimiento sobre las ocurrencias de quienes hoy habitan detrás de esos muros. Y la sociedad civil parece respirar con dificultad en estos tiempos. https://d-2445819673204547521.ampproject.net/2302031721000/frame.html
Destaco la resonancia de una sola voz y la pérdida de claridad al mencionar al ecosistema educativo, porque la fortaleza democrática de un país depende en gran medida del músculo de su sociedad civil. Resulta increíble que cada gobierno que arribe considere a las niñas y los niños un botín. Haga cambios a su antojo, lejos de las necesidades concretas de quienes habitan en el sistema, con independencia de quien gobierne. Aunque, me queda claro, ¿por qué habrían de cambiar?
No existen gobierno que tengan mejores sociedades, pero sí sociedades que hacen mejores gobiernos.
Que así sea.
POR JUAN ALFONSO MEJÍA
DR. EN CIENCIA POLÍTICA Y ACTIVISTA SOCIAL A FAVOR DE LA EDUCACIÓN
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