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Tolerancia, respeto y aprecio

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Un hombre educado se muestra en el reconocimiento ante sí mismo, pero también junto a otros

En colaboración anterior, señalaba el diálogo como factor central en el escenario de la construcción de acuerdos colectivos que posibiliten acciones conjuntas en la mejora de los entornos sociales; una pregunta que me hicieron, fue con relación a lo que se requiere para fomentar el diálogo, y con ello el encuentro entre diferentes. Al respecto, se podrán decir varias cosas; sin embargo, quisiera referirme a la importancia de lograr el aprecio por los otros, por definición diferentes a mí.

Bien conocido es el concepto tolerancia, la democracia volteriana lo enarbola perfectamente, sin embargo, en este texto, lo ubicaré como un primer paso en el proceso de estar con el otro; un primer paso en el acercamiento a nuestros diferentes, no basta “tolerar a ese bruto que me enerva”, más como acto de benevolencia propia, que por convicción de vida. Tenemos que llevar mucho más allá, nuestra aventura de encontrarnos con y en otros.

Si logro “tolerar” aquello que al presentarse como diferente a mí, sobre todo en una sociedad como la actual, y puedo convivir con ello, estaré en posibilidad de descubrir que hay posturas que no solo son tolerables, sino que me mueven a respetarlas, al reconocer algún aporte diferente a los que yo estoy en condición de realizar. Así entonces, el respeto nos abre a ideas y personas.

Estos dos pasos, son alentadores y resultan ganancia en un panorama francamente polarizado y que nos aísla en la individualidad; sin embargo, lo que sería la cereza del pastel, la aspiración utópica, lo constituye, vivir la experiencia del aprecio, que consiste, no en solo aceptar que hay personas diferentes a mí, o que pueden tener posturas aceptables, aun cuando no sean como las mías, sino que nos lleva a la condición, de entender que mi existencia, depende de la existencia de esa persona, en tanto diferente a mí.

El aprecio, nos impulsa a valorar la diferencia, a provocarla y hasta a buscarla, como situación deseable y virtuosa, no como situación para evitar, despreciar e incluso tratar de eliminar. La diferencia en encuentro, aporta eso que nosotros mismos, en nuestra singularidad no podemos.

En un campo práctico e inmediato, no se trata de hacer prevalecer la razón de uno, entre diferentes en diálogo, no se trata de convencer al otro o descalificarlo y alejarme, sino en partir del reconocimiento de que cada quien puede tener su razón y que es necesario, es vital, provocar tal situación que la comparta conmigo, a partir del diálogo. Esto da sentido a pensamientos tales como, aquel que sentencia que nadie puede ser mejor sino con los demás; aquí se podría agregar, que nadie puede ser humano, sin los demás.

Un sistema social basado en el individualismo, que nos expone a un entorno en donde se nos muestra un falso relativismo en donde cada quien puede decir lo que se le ocurra, así, sin reflexión ni fundamento, y desde luego descalificar todo aquello con lo que se discrepe, nos imposibilita a vivir el placer de experimentar la transformación virtuosa de nuestra persona, acompañados, de esos que, en principio son diferentes y que al serlo, posibilitan el convertirme en persona humana. Desde luego, que, en la dimensión social, ese individualismo exacerbado inhibe cualquier posibilidad de acción colectiva de transformación y nos ofrece al adoctrinamiento y al sometimiento.

Un hombre educado se muestra en el reconocimiento ante sí mismo, pero también junto a otros; se manifiesta, en el trato con los demás.

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