Dice el dicho que no hay nada más eterno que el “mientras tanto”. Quizá no da para ser eterno —es que lo eterno es mucho más que muchísimo— pero vaya …
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Nombran al Dr. Leonardo Lomelí Vanegas luego de ocho años de ser el secretario general de la UNAM durante todo el rectorado de Enrique Graue. ¿Qué significa? A bote pronto, continuidad. Más de lo mismo: por sobre todas las cosas, estabilidad. Que no se alteren, o que se renueven para provecho de todos, los pactos entre los grupos de poder en la Universidad.
El actual proceso de renovación de la rectoría de la Universidad Nacional ha sido inédito, y su novedad proviene, a mi entender, de la inesperada irrupción de una candidatura que no respetó en buena hora, porque es del todo innecesario los usos y costumbres considerados inmutables para ser factible.
Una palabra recorre a la Universidad Nacional: estabilidad. Enuncia un valor que se considera supremo. Se afirma que es la tarea central de la persona que sea designada para ocupar la rectoría, y se halla como denominador común, expresa o implícitamente, en la mayoría de las opiniones y los programas de trabajo (16 de 17 aspirantes) que se han conocido.
Dos relatos de miles: ¿hasta cuándo las instituciones de educación superior, públicas y privadas, van a tratar así a nuestros colegas, docentes “de asignatura”? ¿Seguiremos sin decir nosotros nada? Sí, cala el silencio.
Si la propuesta es la impostergable necesidad de cambiar —mediante un proceso de diálogo responsable y plural— los procesos académicos, administrativos y del gobierno en la UNAM, es preciso que, desde el inicio, la forma apunte al fondo.
Para no perdernos en el berenjenal de acusaciones en el debate sobre el nuevo proyecto educativo en México, es necesario distinguir, como expresa Mara Robles, tres cosas: el modelo educativo: ¿para qué enseñar? ¿Cuál es el horizonte educativo del país? El modelo pedagógico: ¿cómo conducir el proceso para que los ambientes de aprendizaje sean más fértiles? y el modelo curricular: ¿
Enorme lección: si alguien se aprecia puro, seguidor a pie juntillas de una verdad incuestionable, considera toda pregunta, duda o crítica como amenaza; en aras de sostener su dicho descalifica a todo el que difiera y –si tiene poder– se apresura a poner en práctica las consecuencias de su fe.
No es lo mismo ser un objeto que se medirá en comparación con un parámetro, que ser un sujeto activo en el proceso de detectar —mientras se lleva a cabo el proceso educativo— los aciertos, defectos o problemas a resolver con el fin de tomar medidas que permitan mejorar, o corregir a tiempo, el rumbo y lograr los fines programados. Este cambio no es menor. Al contrario, es crucial para concebir a la evaluación como un medio al servicio de la tarea pedagógica, y no como un fin. Tampoco, por estar bien ubicada en el proceso de aprendizaje, su realización es fácil: todo lo contrario, es un reto intelectual muy grande.
Una palabra recorre el mundo educativo nacional: la decolonialidad. Es central en la concepción de la Nueva Escuela Mexicana y el marco curricular que orienta –u orientará– a los planes de estudio y los libros de texto en la educación básica, y los estudios de las nuevas generaciones de maestras y maestros en nuestro país. ¿A qué se refiere y cuál sería su impacto en el proceso de aprendizaje que se planea transformar?
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