La reciente publicación de los resultados de la edición 2022 del Programa para la Evaluación Internacional de Estudiantes (PISA por sus siglas en inglés) ha generado un amplio debate en …
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A menudo mis alumnas de pedagogía me preguntan por qué es tan difícil cambiar la situación económica, política y social en México, cuando a la par ven que las universidades y la academia generan kilos de diagnósticos sobre las distintas problemáticas que se viven en nuestro país, además de múltiples reportes con recomendaciones de política.
Es innegable que en la pandemia hubo aprendizajes sociales —como una mayor resiliencia y una nueva forma de organización de la casa y los tiempos familiares— además de una manera distinta de vinculación entre la escuela y la familia. Aunque nada de esto puede ignorarse, tampoco puede ni debe soslayarse la pérdida de aprendizajes del currículo, ocasionada por dos años de trabajo a distancia, en el mejor de los casos; miles de niñas, niños y jóvenes incluso interrumpieron su trayectoria educativa. El cierre de escuelas y la desconexión a ésta, sea por una mala conectividad, por la falta de una computadora, tableta o celular, o por las condiciones de enfermedad y vulnerabilidad de miles de familias, ha contribuido a generar un mayor rezago de aprendizajes y —de no hacerse nada al respecto— abonará eventualmente a un mayor abandono escolar y rezago educativo.
El México de 2022 comienza a parecerse al del siglo pasado, aquel de partido único, del dedazo, en donde no había contrapesos y nadie se atrevía a contradecir al presidente. Llevamos cuatro años en vilo, observando el desmoronamiento del Estado mexicano y de su compromiso con la garantía de derechos: a la salud, al medio ambiente, a la educación.
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