Los algoritmos hoy nos superan por mucho en su capacidad de almacenar datos, información y emitir reacciones en base a ellos: en su libro Sálvense quien pueda de Andrés Oppenheimer propone de una manera muy práctica cómo todos los trabajos serán tocados por la automatización y las actuales habilidades humanas serán desplazadas por máquinas, que no se enferman, no pedirán prestaciones, días inhábiles por causa del estrés que les causa su trabajo, no tendrán horario, ni llegarán tarde porque hay mucho tráfico y el ser humano como mano de obra será relegado a un papel netamente como consumidor más la paradoja es cómo tendrá recursos económicos para consumir si habrá muy pocas oportunidades de empleabilidad.
Mientras las masas vivimos atolondrados en los dispositivos inteligentes, el streaming y demás cosas tecnológicas, los dueños de las empresas de tecnología alejan de manera sistémica a sus hijos de los dispositivos móviles, las pantallas, etc. En días pasados The New York Times publicó: “La educación digital es para los pobres y los estúpidos” en donde manifiesta:
Un estudio sobre desarrollo cerebral por varios institutos federales de salud sobre 11.000 niños mostró que aquellos que pasan más de 2 horas al día frente a una pantalla de algún dispositivo obtuvieron calificaciones más bajas en el colegio de otros que habían leído al menos un libro. El estudio asegura que los cerebros de ambos tipos de estudiantes son diferentes. La exposición regular a las pantallas adelgaza la corteza cerebral. En adultos un estudio encontró características afines entre quienes utilizan las pantallas continuamente y la depresión.
Las compañías tecnológicas presionaron en Estados Unidos para que las escuelas públicas tuviesen un ordenador por alumno y afirmaron que podrían prepararlos mejor para su futuro. La paradoja se da en que justamente los más altos directivos de las empresas tecnológicas de Palo Alto, California, se niegan a criar a sus hijos dentro del mundo digital.
La escuela primaria Waldorf de Silicon Valley, la más popular en la zona, promete volver a lo básico rediseñando los programas a partir de la educación clásica y eliminar todo rastro de tecnología digital.
Mientras los niños ricos crecen con menos tiempo con los aparatos y relaciones interpersonales reales, los niños pobres se vuelven cada vez más adictos a la tecnología.
Entonces la educación es cosa de humanos; lo que valoran las personas es el trato humano de calidad en un consultorio, hospital, escuela o en cualquier otro sitio; “este es el poder real de la riqueza, no un teléfono móvil de última generación”.
Mientras los privilegiados crecen en entornos con relaciones fluidas, los más pobres e ignorantes deben ceder sus datos personales a través de sus dispositivos, se analizan las elecciones más íntimas que realizan online, a cambio de recibir una gratificación emocional que no obtienen en el mundo real.
Víctor Manuel Silva Galaviz.
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