Irvin Tapia
Sin lugar a dudas, la educación es la respuesta para atender los graves problemas de desigualdad, pobreza, desempleo, inseguridad y violencia, que persisten en nuestro país. Como personas nos permite alcanzar nuestro máximo desarrollo cognitivo, social y emocional; y a su vez, nos garantiza a todos, la posibilidad de poder vivir juntos en sociedad.
Sin embargo, cada vez más se le otorga a la escuela la responsabilidad de atender las diversas problemáticas que surgen en nuestro país; y como no serlo, si la escuela representa el principal instrumento del gobierno para educar a la ciudadanía.
Para subsanar la realidad social, asociaciones civiles, durante muchos años han implementado intervenciones en escuelas públicas a través de programas de formación con el fin de complementar la educación en temas prioritarios. A raíz de la pandemia este tipo de intervenciones parecen haberse incrementado de manera exponencial, debido al poder que han tenido las tecnologías de la información para llegar de forma remota a todos los estudiantes del sistema educativo.
Lo anterior, ha generado una percepción de saturación de actividades extracurriculares en las escuelas. Basta con mirar los múltiples webinars y cursos que abundan en las escuelas de la educación básica y media superior, como lo son: hábitos de alimentación saludable, salud sexual, embarazo adolescente, cuidado del medio ambiente, no violencia de género, cultura cívica, cultura democrática, emprendimiento, habilidades digitales, finanzas personales y así podemos continuar con una larga lista.
Si bien este tipo de intervenciones educativas parten de la buena intención de formuladores de políticas educativas de instituciones no gubernamentales, en muy pocos casos el resultado es sometido a procesos que evalúen el impacto real en el cambio de conducta de la población estudiantil ante el fenómeno a intervenir. Es por ello, que es importante hacer un llamamiento a quienes diseñan y aprueban este tipo de intervenciones en el sistema educativo, acerca de cómo la saturación de este tipo de propuestas, podrían estar desviando la atención de las escuelas, en la prioridad de toda escuela, la de alcanzar el máximo logro de los aprendizajes.
Para ser más específico, es preciso mencionar que la mayoría de estos programas o cursos llegan a las escuelas como invitaciones que parecen connotar un carácter de obligatorio, los cuáles son atendidos en el horario escolar para evidenciar su atención. Con ello, se interrumpen horas que deberían estar destinadas en lograr los aprendizajes establecidos en el marco curricular común de la educación obligatoria. Si bien, todo suma, la realidad es que, ante una falta de programación de este tipo de actividades y su relación con el contenido y el aprendizaje esperado en el momento del ciclo escolar, representa en sí mismo como una desviación en el logro de los aprendizajes.
Con lo anterior, no se pretende cuestionar la calidad de los programas diseñados por las instituciones no gubernamentales, los cuales en su mayoría se enfocan a generar aprendizajes claves para la vida; sino destacar que este tipo de buenas intenciones termina en su mayoría por generar una percepción de saturación de actividades por parte de docentes y estudiantes.
La solución parece estar en algunas buenas prácticas para la implementación de intervenciones educativas externas, las cuales permiten respetar los horarios establecidos por las escuelas y en suma fortalecen el proceso educativo. Por ejemplo, la vinculación de los objetivos de aprendizaje de programas externos con los aprendizajes esperados de las materias, en el momento idóneo según la dosificación de contenido y la planeación didáctica del profesor. De este modo las instituciones podrían programar webinars acordes con el aprendizaje esperado de la asignatura en turno, complementando de este modo el contenido a impartir por el profesorado.
Finalmente, es importante mencionar que la opinión vertida en el presente texto, constituye solo el punto de vista de las escuelas con base en la percepción generalizada acerca del fenómeno, pero puede tener la fuerza de representar el inicio de las evaluaciones de las políticas, programas e intervenciones educativas que llevan a cabo las asociaciones civiles e instituciones no gubernamentales para intentar subsanar la realidad social, económica, política y cultural de nuestro país.