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No hay semilla que prospere sola: la corresponsabilidad educativa

by Pluma Invitada
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Rosalba Gascón Pérez, coordinadora de Mi Escuela Primero en Mexicanos Primero Jalisco

Un jardín no florece solo porque alguien sembró la semilla. Hace falta tierra fértil, agua constante, sol suficiente y una mano que cuide cada brote. Cuando algo falla, cuando hay un suelo pobre, cuando el clima es adverso, o nadie la riega, la planta simplemente se debilita. Aun con la mejor semilla, un jardín no prospera si cada elemento que lo sostiene no cumple su parte.

La educación es exactamente así: un proyecto vivo que depende de muchos factores, no únicamente de la escuela o de los docentes. Podemos tener grandes maestros y buenos programas, pero si la familia no acompaña, si la sociedad no reconoce la importancia del aprendizaje o si el Estado no garantiza condiciones dignas, el “suelo educativo” pierde fuerza. Y las plantas, es decir, los niños y niñas, terminan creciendo con menos oportunidades de florecer.

Leyendo un poco sobre el caso de Corea del Sur, esta metáfora se volvió más clara para mí. En ese país, la semilla (el estudiante) es apoyada de manera integral. La familia, influida por valores como la disciplina, la responsabilidad y el respeto, asume un papel activo y constante en la formación. Además, la educación es vista como el camino legítimo para ascender socialmente; es un valor que se honra, un proyecto familiar y comunitario.

La escuela y la familia no compiten o se excluyen: construyen juntas. La figura docente goza de respeto y prestigio; mientras que su palabra importa y su labor es reconocida. Los estudiantes crecen sabiendo que su esfuerzo tiene un impacto real, que estudiar abre oportunidades y que su comunidad los respalda. El jardín florece porque todos cuidan de él.

En México, en cambio, el suelo suele ser muchas veces desigual. Algunos hogares carecen de tiempo, recursos o condiciones para acompañar de cerca el aprendizaje. La educación ha perdido fuerza como motor de movilidad social, lo que debilita la motivación de estudiantes y familias. Y la labor docente, en lugar de recibir el reconocimiento que merece, a menudo enfrenta críticas y condiciones complicadas. Aun así, existen jardines que sí florecen: escuelas donde los padres se involucran, maestros que sostienen el entusiasmo y comunidades que creen en la educación. Son ejemplos que vale la pena multiplicar hasta que se vuelvan todo un paisaje.

Lo que el caso coreano nos enseña no es que debamos replicar su modelo, cada cultura tiene sus raíces y distinciones, sino que la educación sólo prospera cuando todos aportan algo al jardín común. Cuando el estado garantiza condiciones, cuando las familias acompañan, cuando la sociedad reconoce a sus maestros y maestras y cuando los estudiantes descubren que su esfuerzo vale la pena.

Sembrar y cuidar; la educación es un trabajo de corresponsabilidad. Un jardín donde todos hacemos falta. Que aprendamos como sociedad que educar no es tarea de uno, sino obra de todos.

rgascon@mpj.org.mx

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