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Las complejas relaciones entre el Amor y la Educación

by Juan Carlos Miranda Arroyo
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Más allá de las significaciones consumistas y mercantiles que promueven las empresas, a través de los medios de comunicación convencionales y las redes sociales digitales acerca del amor y la amistad, es interesante retomar y reflexionar en torno a las relaciones contradictorias entre el amor y la educación. Lo cual nos conduce a repensar también en las relaciones existentes y complejas que se dan entre el amor y la civilización, o sobre lo amoroso y su conexión con la escuela como institución civilizatoria (forma ciudadanos, se dice); o entre el concepto de amor y la Pedagogía como ciencia que estudia lo educativo en sus métodos, contenidos y fines.

¿En la escuela se aprende a amar? ¿Es el amor una escuela para la vida? ¿Cómo se dan las relaciones entre la escuela y el amor? Si hay unas relaciones indiscutiblemente contradictorias, son las que se generan entre la escuela como institución formadora de personas y los ideales-necesidades de libertad que exige el mismo ser humano: Mientras que la escuela está construida sobre la base de modelos racionales (ciencias y artes), reglas restrictivas y prácticas conservadoras (sistemas de control, preservación de tradiciones, imposición de lenguajes y valores éticos o cívicos, etc.), los seres humanos caminan en sentido contrario a eso o se resisten a todo aquello que simboliza la escuela como sistema, es decir, se rebelan y luchan, desde su ser de niñas y niños, o desde su “adolescencia”, juventud o adultez, en contra de las figuras que representan “las represiones inducidas” de las estructuras escolares o de la educación formal.

La ruta impositiva de la escolarización, como proceso social, empuja hacia un lado controlador, mientras que los ideales de libertad o de independencia del ser humano empujan hacia el otro lado. Así, la escuela reivindica a la figura de la autoridad, a las conductas o comportamientos del deber ser (la disciplina entendida como sinónimo y simbolismo de lo que debe ser “el bien”), a la estratificación o la estandarización. En fin, la escuela reivindica la pérdida de la individualidad, la inducción de las relaciones de competencia entre seres humanos (y no me refiero al concepto de competencias en educación o al proceso de ser competentes) y la represión de los deseos, entre otros elementos restrictivos o castrantes.

¿Qué nos sugiere el psicoanálisis, como campo de conocimiento y de estudio del inconsciente, acerca de estas complejas relaciones? Lo pregunto, sobre todo, porque este campo aborda y cuestiona las relaciones amorosas primarias en los seres humanos, es decir, las relaciones madre-hija/hijo.

Catherine Millot, en su libro “Freud antipedagogo” (Paidós, 1980), plantea las siguientes interrogantes en la introducción de su texto en el que aborda estos problemas: “¿Se puede concebir una pedagogía «analítica», en el sentido de que se propondría los mismos fines que la cura de igual nombre: resolución del complejo de Edipo y superación de la «roca de la castración»? ¿O bien en el sentido de que se inspiraría en el método analítico para transponerlo a la relación pedagógica? ¿Puede haber en este sentido una aplicación del psicoanálisis a la pedagogía?”

Al hacer un recorrido en torno a la posición de Sigmund Freud sobre la educación y el psicoanálisis, Millot señala que éste “inicialmente se inclina por una postura no represiva, después insiste sobre todo en que hay que educar para la realidad y hacerlo en una ética de la verdad. Finalmente, se vuelve más escéptico respecto a cualquier teoría pedagógica… (pero que) hay que evitar polarizarse entre la libertad y la represión. Hay que buscar el punto justo…” Quizá ese escepticismo freudiano justifica plenamente el título del libro de Millot.

En una breve reseña sobre el mismo libro de Catherine Millot, el catalán Luis Roca Jusmet escribe lo siguiente: El título del libro “quiere decirnos varias cosas: 1) El psicoanálisis no es un método educativo, sino que, por el contrario, es su reverso; 2) Freud era totalmente escéptico respecto a la pedagogía como ciencia de la educación.”

(https://luisroca13.blogspot.com/search/label/CATHERINE%20MILLOT)

Pero hay dos cosas claras, dice Roca: “La primera es que no hay que hacerse esperanzas excesivas y, la segunda, que la prohibición es necesaria porque es la que posibilita el deseo. Educar es prohibir, es decir, poner límites, pero no es sólo eso.”

“¿Qué puede aportar el psicoanálisis a la educación? Directamente nada. Indirectamente mucho. El tratamiento psicoanalítico de padres y educadores, por un lado, y de niños, por otro, puede ser muy interesante. Pero en el segundo caso Catherine Millot se pronuncia a favor de Melanie Klein y en contra de Anna Freud en su polémica sobre psicoanálisis de niños y educación. Esta última consideraba que el psicoanálisis tenía, en el niño, una función educativa. Por ello, era imprescindible generar en el niño una demanda a partir de la cual realizar una transferencia positiva entre él y el analista. El trabajo de Anna Freud se basa en reforzar el Yo y la parte consciente del niño. Toda una escuela de psicoanálisis, la llamada “Escuela del Yo” le ha seguido en su tratamiento de adultos y de niños.

“Melaine Klein considera que -por el contrario- la transferencia positiva es un obstáculo para el análisis. Catherine Millot está de acuerdo con esta última idea: El análisis es un trabajo sobre el inconsciente. El Yo es la principal sede de las ilusiones y, por tanto, de resistencia para este trabajo. El trabajo analítico crea las condiciones para una educación posterior en la niña y el niño que sea menos autoritaria. Le hace desaparecer culpa y angustia, y le posibilita una mejor sublimación.”

Pero el asunto no es tan sencillo. La idea no es hacer una traducción del aparato teórico y metodológico del psicoanálisis (en cualquiera de sus corrientes y tradiciones) al lenguaje pedagógico (en sus diversos enfoques) sobre las relaciones amorosos primarias, ni se trata de escribir libros de “Psicoanálisis y didáctica para profesoras y profesores” para entender esas relaciones con un lenguaje sencillo y de fácil lectura. No, porque éste es un fenómeno más complejo y doblemente difícil de explicar.

Roca plantea con claridad esas dificultades y señala una contradicción central: “…el psicoanálisis evita la represión y la educación se basa en ella. ¿Por qué? Porque (la educación) es una sumisión del principio del placer al principio de realidad y se basa en el dominio de las pulsiones.”

“Wilheim Reich y Hebert Marcuse, asevera Roca, defendieron con sus ideas una sociedad no represiva y no patriarcal, con plena libertad sexual. Buscaban una sociedad no castradora basada en el principio del placer. No entendieron que Freud siempre defendió la represión y la castración primordiales como necesarias.”

“Igual que otros psicoanalistas franceses, no estrictamente lacanianos como Françoise Dolto, defendieron lo que llamaron la castración simbólica. Se trata de la superación del Complejo de Edipo. Pero no nos dejemos confundir por los culturalistas. El complejo de Edipo es un mito que ejemplifica un hecho universal, que es el paso de la naturaleza a la cultura. Este paso, como mostró el antropólogo Claude Levi-Straus, es el que posibilita la prohibición del incesto. Ésta marca la separación de la relación dual entre el niño y la madre, el otro primordial, para tener acceso al otro simbólico. Este otro simbólico es la ley, el lenguaje, (la cultura, la civilización), es decir, las mediaciones entre el ser humano y la naturaleza.

“Pero el acceso a lo simbólico sólo es posible si lo reconoce el otro primordial, la madre. Si no es así, el niño queda atrapado en esta relación, que es la de la psicosis. Lo universal es, entonces, la existencia de una vía para superar esta relación dual, con lo que el objeto primordial del goce es un objeto perdido. Esta falta es la que posibilita el deseo.” En cambio, “la sociedad liberada de Marcuse sería un paraíso infantil donde todo es lúdico.”

Catherine Millot afirma: “El deseo se constituye siempre, necesariamente, como deseo alienado. En primer lugar, porque aparece en relación al deseo del otro (de los padres). En segundo lugar, porque las necesidades pasan por el desfiladero del lenguaje, se transforman en demanda al otro. Para que aparezca el deseo del niño éstos (las mamás y los papás) deben tener un deseo con respecto al niño. De otra forma se imposibilitaría su estructuración psíquica. El niño debe formar su ideal de yo a partir del deseo de los padres. Lo que ocurre es que la alienación debe dar paso a una separación, la que nos permite salir del Ideal del yo y constituir nuestro deseo.”

Si no hay esta separación nos sometemos a la demanda del otro, nos identificamos con el yo ideal. Es la satisfacción narcisista de recibir el amor del otro. Pero separarse del otro no es separarse de la ley simbólica, que es la que regula las relaciones entre humanos, la mediación que nos permite reconocer y ser reconocido por el otro como sujeto (civilización, cultura, educación). Es separarse de la identificación con este yo ideal que es la imagen que proyectamos para ser reconocido por el otro.

“Bajo este planteamiento la labor del educador es imposible, -finaliza su reseña Roca- a menos que quiera formar sujetos obedientes, atrapados en este registro imaginario. La base de la educación es el amor y éste se basa en una imagen idealizada del otro. Aquí está lo contradictorio del que quiere potenciar la autonomía del sujeto que se educa.

En todo caso, es el respeto al niño debe prevalecer. No hay una fórmula: es un arte, es el tacto del profesor, que es la intuición de los procesos inconscientes del otro.”

“Pero Freud considera que hay que olvidarse de la educación como camino a la felicidad. Es éste un ideal imposible: Porque el goce total nos es prohibido desde que nos separan del otro primordial (la madre) y nos sometemos al orden del lenguaje y de la ley, al orden simbólico (la cultura, la educación, la escuela). Es el único camino de la humanización. El objeto del goce, que es la madre, es un objeto perdido para siempre. Del vacío que deja surgirá la falta y con ella el deseo. Lo único que podemos hacer los humanos es, como dice Sigmund Freud, transformar nuestra miseria neurótica en un objetivo banal y la impotencia en el reconocimiento de lo imposible.”

“El psicoanálisis es eficaz cuando levanta las represiones del niño, y lo es para los educadores y padres porque les ayuda a desprenderse del narcisismo del ideal, ya que lo que quiere hacer el padre o el educador es convertir el niño en su yo ideal.”

Las frases: “Si quieres que tu hija o hijo sea obediente, llévalo a la escuela; o, por el contrario, si quieres que tu hija o hijo sea rebelde, también llévalo a la escuela”, parecen ser expresiones válidas y contradictorias, pero simplificadas si consideramos que éste es un debate que tiene más extensión y profundidad de lo que podemos imaginar (además, nótese el poder que ejerce el adulto sobre las libertades de las niños y los niños al definir en qué escuela “deberán” formarse y cómo habrán de ser educados).

No se trata, con estas reflexiones, de reducir las complejidades de las relaciones educativas a las complejidades de las relaciones amorosas, pero si nos acercamos a la comprensión de ambas probablemente entenderíamos muchos comportamientos y conductas humanas, y quizá contaríamos con modelos o esquemas interpretativos, alternativos, que nos permitan entender e intervenir de manera diferente ante los problemas sociales, incluidos los propios de la escuela.

Comentario de Carlos Fernández Gaos, recibido el 14 de febrero de 2024:

Estimado Juan Carlos, leí con atención tu escrito y, como te comenté, el tema que propones resulta particularmente interesante y complejo. En cuanto a los autores y autoras a quienes te refieres, me parece que sus distintas lecturas de Freud, conllevan un sesgo que puede atribuirse a la diversidad de lecturas de las llamadas escuelas: inglesa, alemana y francesa.

Sobre los conceptos a los que aludes, como es el caso de represión, inconsciente, deseo, demanda, etc., han sido motivo de muchos debates y cambios que no dejan de responder a las mencionadas lecturas escolares, de las cuales se ha destacado la francesa, con J. Lacan, y la noción, concepto, idea misma de “amor”, no escapa a éstas.

En fin, todo lector es otro autor de la misma obra, y si se trata de apoyarse en la del creador del psicoanálisis, siempre habrá argumentos para validar sus lecturas escolares, aún más, cuando el propio Freud, heredero de la tradición Talmúdica, cambió sus posturas a lo largo de su obra con respecto de varios temas y conceptos.

Así las cosas, no es posible acudir al psicoanálisis como si de una teorización acabada se tratara, dado que el propio Freud terminó por asumirlo aún a despecho de su formación científico médica y positivista, indicando que su célebre “Esquema del Psicoanálisis”, no debería ser publicado.

Pero todo esto no quiere decir que el «pensamiento psicoanalítico», que no teoría psicoanalítica, no tenga nada que aportar a la educación y, en relación con ello, te recomiendo la lectura del libro de una estimada colega, Carmen Pardo y Brügmann, psicoanalista y dedicada por muchos años a la educación, que lleva por título: “¿El psicoanálisis para (en) la educación? Notas sobre el fracaso escolar y los problemas de aprendizaje y conducta”, publicado por la Universidad del Claustro de Sor Juana, 2005.

jcmqro3@yahoo.com

@jcma23

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