Hoy más que nunca urge crear un nuevo tipo de ser humano y renovar la fe en la humanidad
Juan Martín López Calva
La universidad se creó para hacer un nuevo tipo de hombre, para creer en él. Más que nunca, urge restaurar esa fe. Y para eso no hace falta pensar en superhombres, nos bastan los hombres de tamaño natural. Como aquellos universitarios de la Edad Media y del primer Renacimiento que supieron todo lo que sabían los hombres del pasado, que hay que fundar una nueva ciencia: la ciencia de ser hombre…A primera vista parece muy difícil renunciar a los bienes materiales para canjearlos por los bienes del espíritu. Pero un enano, subido en los hombros de un gigante, ve más que el gigante mismo. Somos pocos y pequeños los que apostamos en favor del espíritu, pero desde los hombros de la materia, vemos ya la salida del sol. Lo dijo Bernardo de Chartres en pleno siglo XII.
Juan José Arreola. La palabra educación, p. 74.
Cada semana un escándalo, cada cierto número de días un nuevo horror, así vivimos desafortunadamente en este país que se sigue rompiendo día a día ante la inacción, la evasión de la responsabilidad, la criminalización de las víctimas, los “chistes” y la risa del presidente y la sólo aparente indignación de la sociedad que más que empatía con el dolor ajeno parece estar hambrienta de motivos para pelear contra sus adversarios ideológicos y defender a sus líderes políticos y sus intereses económicos.
Hace una semana dediqué este espacio a la reflexión sobre el pésimo ejemplo que damos a los niños y adolescentes y la imposibilidad de exigirles ser mejores que nosotros, pero al mismo tiempo el deber educativo fundamental que es precisamente, tratar de formarlos para ser mejores que nosotros. Todo esto a partir del terrible caso del asesinato de Lizbeth Ramos a manos de una de sus compañeras de secundaria.
La indignación fugaz que produjo esta tragedia inaceptable, un ejemplo entre los muchos que ocurren de violencia escolar cotidianamente, se desvaneció muy pronto y el interés y la viralidad en las redes fue ocupada por una nueva, indignante e inaceptable tragedia del incendio y la muerte inhumana de 39 migrantes, causada por la negligencia y la crueldad de las autoridades migratorias y la fallida política del gobierno federal en la materia.
La reacción ante esta historia de horror y trato inhumano por parte del presidente fue la de culpar a las víctimas por la tragedia y desviar la atención con supuestos chistes de los que rió a carcajadas un par de minutos después de tratar el tema. La del Secretario de Gobernación, responsable directo del tema migratorio por mandato constitucional fue la de culpar al canciller -uno de sus “rivales” en la contienda por la candidatura presidencial-, la del canciller, de defenderse señalando la responsabilidad de Gobernación y la de los políticos y líderes de opinión en su mayoría fue la politización de la tragedia para atacar al gobierno desde la oposición o defenderla, desde el partido y los seguidores del presidente.
A muy poca gente pareció importarle realmente el trato inhumano que se da a los migrantes en estos centros de detención que hacen el “trabajo sucio” al gobierno estadounidense y mostrar compasión ante la cruel muerte de las víctimas y el dolor de sus familias. En pocos días, seguramente este caso dejará de ser mediáticamente novedoso y dejará de causar interés en las redes sociales y en la sociedad en general.
No cabe duda que hoy más que nunca, como afirma Arreola en el siglo pasado, urge crear un nuevo tipo de ser humano y renovar la fe en la humanidad y en las posibilidades de construir una sociedad en la que todos vivan de acuerdo a su dignidad. Como afirma la cita que sirve de epígrafe hoy, esto no significa pensar en superhombres -o supermujeres- sino simple y llanamente en seres humanos de tamaño natural.
El obstáculo principal para lograrlo es este sistema mundo en el que importan de forma predominante y casi exclusiva los bienes materiales y el supuesto progreso que se deriva del tener posesiones y capacidad de consumo, más que del ser personas capaces de construir un proyecto de vida humanamente aceptable y una convivencia pacífica, democrática y compasiva que no excluya a nadie ni permita que a ningún ser humano se le trate como animal, como afirman los migrantes sobrevivientes de esta tragedia reciente.
Sigue estando pendiente fundar una nueva ciencia: la ciencia de lo humano que investigue y nos oriente en el proceso difícil de renunciar a una vida centrada en los bienes materiales para valorar más los bienes del espíritu.
La universidad, dice bien el maestro de Zapotlán El Grande, se fundó para crear un nuevo tipo de ser humano, a partir de esta ciencia de lo humano o tal vez viéndolo desde otro ángulo, desde una visión humanizante de todas las ciencias. Sin embargo, esta institución ha sido absorbida por este mundo centrado en los bienes materiales y se ha convertido en una parte más del sistema de mercado, en la que el conocimiento es una mercancía más.
Las instituciones de educación superior están hoy demasiado ocupadas en ser competitivas, acreditar la calidad de sus programas, acreditarse institucionalmente a nivel nacional e internacional con la consecuente burocratización que las lleva a dedicar más tiempo a generar, sistematizar y someter a evaluación las evidencias de su excelencia, que a la formación de excelencia de ese nuevo ser humano que urge crear hoy para salir del mundo deshumanizante en que vivimos.
Somos pocos -me incluyo porque al menos lo intento y trato de resistir a esta tendencia- y somos pequeños los que apostamos en favor del espíritu en las universidades actuales, pero como dice el maestro Arreola, “desde los hombros de la materia vemos ya la salida del sol” y renovamos recurrentemente la esperanza que da sentido a nuestra profesión de educadores.
En un mundo sumido en la oscuridad y la cultura del espectáculo y de la muerte, resulta cada vez más necesario sumar a un mayor número de docentes que mantengan el espíritu universitario vivo para seguir trabajando en la formación del nuevo tipo de ser humano que hoy necesita el mundo en este cambio de época.
Hacer crecer esta comunidad de universitarios -siempre pocos, siempre pequeños, pero indispensablemente significativos- que apuesten con su resistencia, rebeldía, creatividad, criticidad, compromiso responsable y amor por las nuevas generaciones y por el mundo, en favor del espíritu en este contexto hipnotizado por el resplandor de los bienes materiales.
Ante el embate y la fuerza aplastante de la sociedad de consumo que ha mercadizado el conocimiento y puesto precio incluso a la vida humana, resulta imprescindible recrear un espíritu universitario auténtico que esté a la altura de nuestros tiempos y sea suficientemente efectivo y atractivo para los jóvenes de hoy, convertirse en ese nuevo tipo de ser humano, no por indoctrinación, imposición o manipulación sino por invitación, provocación y testimonio.
Además de sumar adeptos de esta apuesta por el espíritu, se requiere que las universidades hagan coincidir sus discursos humanistas con sus prioridades de gestión y su apertura para no sucumbir ante las exigencias del reinado de los bienes materiales.
Publicado originalmente en e-consulta