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Objeción a la injusticia: protesta, poder, pedagogía

by Carlos Ornelas
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Carlos Ornelas
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Susan Robertson, en su discurso como presidenta de la Comparative and International Education Society, argumentó que la educación se implica en la lucha contra la injusticia, ya como demanda, como lugar de protesta o como modo de construir la protesta. Marcó que las ambiciones reproductivas de la escolarización siempre han atenuado por ideas y prácticas de la educación como liberación.

Si bien el avance de la escolaridad y la creación de conocimientos a lo largo de la historia del capitalismo son innegables, el crecimiento y desarrollo de los sistemas escolares está cargado de injusticias que agravan las desproporciones entre las clases sociales. Estados nacionales y organismos intergubernamentales usan el conocimiento para fortalecer las relaciones sociales del capitalismo y agrandar el poder de los poderosos. Aunque siempre hablan de despolitizar la educación: “Los profesores y los alumnos no están hechos para hacer política, pues el conocimiento es poder”. Y ése es de ellos.

Palabras de Susan Robertson, en su discurso como presidenta de la Comparative and International Education Society (que comenté hace dos semanas). En su arenga desglosó la inmoralidad del capitalismo y el papel que representan la educación, los docentes y los estudiantes en la objeción a la injusticia: “En muchos casos, la educación se considera un medio clave para crear un movimiento y permitir que la protesta contra la inequidad aprenda… Marx podría haber utilizado las asociaciones de trabajadores como medio para hacerlo. La protesta actual tiene un propósito similar: crear conocimiento, compartirlo y elaborar estrategias, con el fin de exigir el cambio social”. Usó otro ejemplo: la lucha no violenta que encabezó Gandhi para liberar India del colonialismo británico.

En contraste con autores que vieron los sistemas escolares como aparatos ideológicos del Estado, que reproducían con plenitud las relaciones sociales del capitalismo, Susan Robertson apuntó que desde el siglo XIX hubo movimientos sostenidos, dedicados a la creación de conocimiento radical, a la protesta contestataria y a la disidencia.

Estos provinieron de acuerdos institucionales alternativos: “Asociaciones de trabajadores, universidades indígenas, movimientos de campesinos sin tierra, movimientos obreros…”.

Su mensaje de aliento y esperanza, que en cierta forma contradice las convicciones de quienes abogan por la reforma de la educación, pues busca perfeccionar la hegemonía de las clases dominantes. Para ella, los movimientos en contra del poder, las inequidades, la explotación de los recursos naturales, fomentaron el surgimiento de alternativas al conocimiento oficial que se reproducen en los sistemas escolares del mundo.

Argumentó que la educación se implica en la lucha contra la injusticia, ya como demanda, como lugar de protesta o como modo de construir la protesta. Marcó que las ambiciones reproductivas de la escolarización siempre han atenuado por ideas y prácticas de la educación como liberación.

Remató su reflexión histórica con un mensaje alentador: “Sin embargo, lo extraordinario de la coyuntura contemporánea de protestas es que los escolares se han politizado y organizado; los movimientos sociales siguen siendo importantes laboratorios de aprendizaje”. Cita los movimientos estudiantiles de los años 60, los de “los pingüinos” en Chile y otros más. Fueron una pedagogía de y para las calles, de y para la dignidad. No obstante, esa pedagogía callejera informal no tiene causes institucionales. Sí, siembra expectativas de progreso y justicia. Pero también, expresó Robertson, “necesitamos desarrollar un programa para una política progresista más allá de la invocación de que otro mundo es posible… Puede decirse que el futuro se ha convertido en una cuestión de esperanza, más que de dialéctica en desarrollo”.

La conferencia de nuestra presidenta no sólo invocó a la razón, fue a las emociones. Comenzó con una exaltación al movimiento mundial que inició la joven sueca Greta Thunberg. Greta faltó a clase y se sentó frente al Parlamento con una gran pancarta: “Huelga escolar por el clima”. Repartió folletos y con un smartphone anunció sus reivindicaciones al mundo a través de las redes sociales. Susan también ratificó la preocupación freireana por la concienciación con una estrategia gramsciana de movilizar, organizar y dar forma a un nuevo sentido común. Remató con palabras de Rosa Luxemburgo: “La libertad es siempre la libertad del que disiente”.

Un discurso crítico y esperanzador que recordaré.

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