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Hegemonía, marcha y educación

by Carlos Ornelas
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Con base en el trabajo de Antonio Gramsci, Michael Apple, conceptuó que el conocimiento oficial es una pieza fundamental para que un grupo, partido o clase social mantenga el poder político y la hegemonía cultural.

Puntualizó que la hegemonía no es estática, sino un proceso. No es monolítica ni constituye una red sin fisuras; tampoco se refiere a un artilugio por el que los grupos dominantes ejercen un control descendente y casi total sobre los significados culturales. Es lo contrario: la hegemonía se construye y reconstruye por los grupos dominantes a través de controversias y negociaciones que intentan ganar o incorporar el “buen sentido” de las visiones éticas y políticas en competencia.

A juzgar por la retórica del presidente Andrés Manuel López Obrador, él busca imponer a la población (al pueblo) un sentido cultural único y homogéneo que se sintetiza en consignas de la cuarta transformación. Le encanta la controversia, polarizar y descalificar a los adversarios, desprecia la negociación. Su palabra es la ley, diría el buen José Alfredo.

El ejemplo claro: a sus iniciativas de reformas legales no se les debe cambiar ni una coma. Sus fieles en el Congreso se aplican y, para completar la mayoría requerida, ejerce presión contra los opositores cuya debilidad política es patente (el caso Alito), para convertirlos en aliados forzados. Coacción sí, acuerdos no.

No obstante, en la marcha nacional del 13 de noviembre en defensa de la democracia y del INE, el presidente López Obrador encontró la horma de su zapato. Fue un reclamo ético y político en contra del pensamiento único y la idea de constituir un régimen autocrático; fue una prueba de que él y su grupo están lejos de conseguir la hegemonía cultural. La democracia es cultura cívica; es lo que aprendimos en la escuela, aunque fuera de manera formalista y con todo y sus fallas.

También aspira a dominar en la enseñanza. La educación escolarizada es una herramienta privilegiada para difundir el conocimiento oficial vía el currículo y los libros de texto. Éstos obedecen a cánones formales y van más allá de la difusión de la ideología dominante; también son vehículos de cultura y entrenamiento práctico, son instrumentos del saber. Sirven para educar (en el sentido profundo del término) y para instruir.

Hay de textos a textos. Los de matemáticas y ciencias, aunque no sean del todo neutrales, persiguen fines pragmáticos, los de lenguaje, artes, civismo y ciencias sociales, manifiestan con más franqueza las ideas que interesan a los grupos gobernantes.

Quizá por esa razón la declaración de intenciones de López Obrador de cambiar los libros de texto; según su criterio, los del pasado eran neoliberales y no enseñaban historia ni civismo. Por ello, “No, no, no, ya no… entonces, con el triunfo de nuestro movimiento va pa’ tras ahora”. Agregó: “Cómo no vamos a saber de dónde venimos, ¿por qué estoy aquí?” (Animal Político, 11 de abril de 2021).

“Porque estoy aquí” es el quid, la pista para explorar el interés del guía de la 4T en el cambio curricular y los libros de texto. Es un planteamiento ideológico personalista, que quizás el presidente López Obrador aspire a que se convierta en el conocimiento oficial. Pero no será hegemónico, pienso.

  • RETAZOS

Hubo dos lecciones de cultura cívica en sentidos encontrados. 1) La marcha del día 13. 2) Los adjetivos que expresó el Presidente en las mañaneras de lunes a jueves de la semana pasada contra los marchistas (en orden alfabético):

Achichincles, alcahuetes, aspiracionistas, barberos, clasistas, conservadores, corruptazos, cretinos, deshonestos, despistados, farsantes, fifís, hipócritas, inmorales, ladinos, lambiscones, masoquistas, matraqueros, racistas, saqueadores, sin autoridad moral, traidores y vulgares ambiciosos.

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