Juan Carlos Yáñez Velazco
Es tiempo de balances a la transformación educativa prometida por la 4T. El sexenio continúa, pero con datos podemos adelantar juicios e hipótesis.
¿Hubo transformación? ¿Lo transformado significó un cambio positivo, una figuración o un retroceso? ¿Los mexicanos reciben hoy más y mejor educación? ¿La profesión docente se revalorizó en realidad? ¿Fue una prioridad la educación para el gobierno federal? Si así fue, ¿se invierte más? ¿En qué se invierte y cuál es la eficiencia del gasto?
Estas y muchas interrogantes podrían formularse. A continuación repasaré algunos de los datos principales de la educación en el país, con el propósito de mostrar indicadores que permitan valoraciones razonables y con el nivel de objetividad que rebase aplausos fáciles o cuestionamientos sin evidencias. Me basaré en dos documentos oficiales de la Secretaría de Educación Pública: Principales cifras del Sistema Educativo Nacional 2019-2020 y Principales cifras del Sistema Educativo Nacional 2022-2023; el primer ciclo que correspondió planear al actual gobierno y los datos más recientes, respectivamente.
Menos alumnos en el sistema
El primer gran dato es el achicamiento de la matrícula. En estos cuatro ciclos el sistema educativo perdió un millón de estudiantes, al pasar de 35,729,114 estudiantes en el ciclo 2019-20 a 34,681,699 en el 2022-23. No incluyo capacitación para el trabajo, en cuyo caso, la merma sería mayor (poco más de medio millón de estudiantes). ¿Puede explicarse por la pandemia? En parte, aunque no fue una prioridad genuina del gobierno durante y después del confinamiento, pues nunca pusieron atención en la recuperación de los estudiantes y diagnosticar con rigurosidad las consecuencias del largo encierro.
No especularé ahora sobre la otra gran pérdida, la de los aprendizajes durante la pandemia, porque tampoco la SEP puso manos a la obra en esa tarea y lo minimizó. Lo que no puede esconderse es la sangría estudiantil.
La ineficiencia del sistema educativo
De cada 100 niños que ingresaron a la primaria en el ciclo 2003-2004, 6 ya no egresaron de la primaria y 10 no llegaron a secundaria, obligatoria desde hace tres décadas. El cuello de botella se agudiza en bachillerato, donde se perdieron 18 estudiantes. Al finalizar la licenciatura, en el ciclo 2019-20, sólo 27 de aquellos niños culminaron el circuito escolar.
Cuatro años después, la situación no mejoró. De cada 100 niños que ingresaron en el ciclo 2006-07, 95 egresaron de primaria, 92 entraron a secundaria, pero sólo 80 egresaron. Crítico el pasaje, pero más cruento en bachillerato, donde se perdieron 30 alumnos por cada cien, pues de los 84 que se inscribieron, sólo 54 concluyeron. Apenas 28 de los niños que entraron a primaria concluyeron su carrera profesional en el año lectivo 2022-23.
Las diferencias por entidades federativas son abismales en ambas generaciones: en la más reciente, en Ciudad de México egresaron 52 de cada 100 niños, 45 en Nuevo León y 42 en Aguascalientes y Querétaro. En el otro extremo se ubicaron Guerrero (15), Chiapas (12) y Oaxaca (12). La conclusión es un desafío que reprueba al gobierno que se propone la transformación estructural. Significa que la probabilidad de estudiar está determinada por una lotería divina (o macabra): dependerá del estado y región donde se nace, no de las condiciones mínimas que ofrece el país para todos. No hubo políticas para revertir la inequidad. No había, y siguen ausentes de manera efectiva.
El bachillerato: una deuda monumental
Para 2021 la educación media superior en México debería ser universal, así se aprobó en la Constitución en 2011. La deuda del país creció con los jóvenes, como sucede con secundaria.
En el ciclo 2019-20 la cobertura fue de 83.2 %, y para el 2022-23, disminuyó a 80.8 %, en tanto que la eficiencia terminal experimentó un crecimiento notable en el mismo periodo y alcanzó un 75.6 %; sin embargo, con el dato más reciente, sólo 61 de cada 100 estudiantes en la edad correspondiente están culminando bachillerato. México le debe enseñanza media superior a 39 estudiantes de cada 100 adolescentes en edad de cursarla.
¿Se invirtió más en educación?
Las prioridades en educación deben medirse no por la grandilocuencia de los discursos, sino por los programas, políticas y pesos invertidos. México no muestra mejores cuentas en este rubro, como tampoco América Latina y el Caribe durante los años de la pandemia, según el informe de la Unesco: “La urgencia de la recuperación educativa en América Latina y el Caribe” (enero de 2024).
Con las mismas fuentes en que se basa este artículo, en 2023 (dato preliminar) se invirtió menos en educación que en 2018, como proporción del Producto Interno Bruto. Año por año el porcentaje fue el siguiente: 6.0 en 2018, 6.1 en 2019, 6.2 en 2020, 5.8 en 2021, 5.7 en 2022 y se estima de 5.9 en 2023.
Otros asuntos quedan pendientes: calidad de los aprendizajes, nuevo plan de estudios para educación básica, libros de texto gratuitos, revalorización del magisterio y su formación, reforma de las normales, transformación del bachillerato, el impacto de los programas de becas, impulso a la educación superior, la ciencia y la tecnología. No hay espacio ahora. Volveremos.
Con los datos expuestos, el cumplimiento del derecho a la educación en México es una deuda en suspenso, pues no están ingresando más estudiantes, ni concluyendo con éxito. Graves indicadores desde la primaria, pues ya 5 niños la abandonan; cruenta en educación media superior.
Antes, como ahora, la educación no ha sido universal en ninguno de sus niveles escolares. La persistencia de estos patrones inequitativos condenará a numerosos segmentos de la población a una vida sin expectativas más allá de dádivas gubernamentales, y al país, a una condición de promesa que se eternizará, como la pobreza y la ignorancia, avivadas hoy por la violencia.