
Dra. Herzel Nashiely García Márquez / Facultad de Educación y Humanidades, Centro del Humanismo Mexicano Anáhuac. Universidad Anáhuac México
Más allá del protocolo estatal, la verdadera diplomacia nace de la conciencia de la propia dignidad y del reconocimiento del otro; la formación cívica parte de valorar la acción diplomática como una herencia ética mexicana y una tarea educativa urgente.
La diplomacia suele verse como un arte reservado a cancillerías y embajadores, centrado en la gestión formal de relaciones entre Estados. Sin embargo, en su esencia más profunda, la diplomacia es una expresión madura de la formación humana y cívica. Comienza con un acto previo y fundamental: el reconocimiento de la propia dignidad y de la igualdad en dignidad del otro, aunque sea distinto en intereses, cultura o poder. Este artículo explora por qué la educación es la condición indispensable para cultivar esta “diplomacia de a pie”, capaz de transformar la convivencia social.
El diálogo genuino no es natural; es una construcción. Como señaló el filósofo Emmanuel Levinas, el rostro del otro nos interpela éticamente antes de cualquier negociación. Negar esa interpelación anula las bases del encuentro. Desde la psicología, A. Adler mostró que los sentimientos de inferioridad no resueltos pueden derivar en sumisión o agresión, dos caras de la misma moneda que imposibilitan el diálogo.
En el plano colectivo, Axel Honneth explica que muchos conflictos surgen no por recursos, sino por falta de reconocimiento. Cuando un grupo no se siente escuchado como interlocutor legítimo, el conflicto se vuelve una lucha identitaria donde el otro se transforma en enemigo moral. La diplomacia, por tanto, exige una autoestima individual y colectiva sólida para sostener la palabra sin destruir al interlocutor.
México posee una rica tradición diplomática forjada en la fragilidad y la necesidad de afirmar soberanía ante potencias. Figuras como Matías Romero e Ignacio Mariscal (Porfiriato) entendieron que para exigir un trato de iguales, México debía proyectarse como un Estado organizado y coherente. Esta “puesta en escena de la igualdad” revela una tensión constante: la afirmación internacional a menudo convivió con desigualdades internas, recordando que la diplomacia pierde legitimidad si se divorcia de la justicia social.
El ejemplo más radical lo encarna Gilberto Bosques, quien, como cónsul durante la Segunda Guerra Mundial, convirtió la diplomacia en defensa concreta de la dignidad humana, protegiendo a miles de refugiados al margen de su nacionalidad o ideología. Su legado nos habla de una diplomacia que trasciende el interés estatal para anclarse en un principio ético universal.
La capacidad de diálogo está íntimamente ligada al tipo de identidad que cultivamos. El patriotismo, entendido como una lealtad crítica y responsable, permite dialogar sin miedo porque no necesita negar al otro para afirmarse. En cambio, el patriotismo surge de una identidad insegura que requiere enemigos, confunde crítica con traición y transforma la diferencia en amenaza, haciéndose incompatible con la diplomacia.
Como advierte la antropología (Claude Lévi-Strauss, Bolívar Echeverría), las culturas con identidad frágil tienden a ver al otro como una amenaza. La verdadera diplomacia es, entonces, un síntoma de madurez identitaria.
La educación es el espacio donde se construyen o se erosionan las condiciones para el encuentro. John Dewey ya señaló que la democracia se aprende en la experiencia cotidiana. Educar para la diplomacia implica, siguiendo a Paulo Freire, formar sujetos que se reconozcan como iguales en dignidad para entablar un diálogo auténtico. Hannah Arendt y Gert Biesta añaden la responsabilidad de preparar a los nuevos para aparecer en el espacio público como agentes juiciosos y responsables.
La noción de “maestros de a pie” (Laura Frade Rubio) es clave: la transformación ocurre en la práctica cotidiana. De igual modo, necesitamos “ciudadanos diplomáticos de a pie”: personas que, en la calle, la escuela, el trabajo o las redes sociales, practiquen una diplomacia cotidiana. Esto se ejerce al discutir temas como la migración sin deshumanizar, al gestionar un conflicto en el aula con respeto, o al argumentar en redes sociales con responsabilidad, sosteniendo la propia identidad sin anular la del otro.
Una visión contemporánea, sugerida por Carlos Spíndola (conversación personal, 2025), habla de una “diplomacia de impacto”, donde la “buena presencia” no es mera estética o protocolo, sino una presencia ética. Esta articula la autoconciencia del propio valor, la consideración por el otro, la educación en el trato y la responsabilidad por el impacto de nuestras palabras y acciones. Es la diplomacia entendida como expresión del carácter.
La herencia de la diplomacia mexicana nos deja una lección clara: solo quien se sabe digno puede reconocer la dignidad del otro. Cuando la educación fracasa en cultivar esta conciencia, el espacio público se llena de exclusión y violencia simbólica. Cuando lo logra, la diplomacia deja de ser un arte de elites para convertirse en la cultura cívica que sostiene la convivencia democrática.
Formar ciudadanos diplomáticos no es un adorno curricular; es una tendencia educativa urgente y profundamente transformadora. Se trata de rescatar el núcleo ético de la diplomacia –el reconocimiento mutuo– y hacer de él el fundamento de nuestra vida en común. El futuro de nuestro encuentro con el otro, en un mundo cada vez más interconectado y conflictivo, depende de ello.
Referencias
- Adler, A. (2011). Understanding human nature. Oneworld.
- Arendt, H. (1961). Between past and future. Viking Press.
- Berridge, G. R. (2015). Diplomacy: Theory and practice (5th ed.). Palgrave Macmillan.
- Biesta, G. (2014). The beautiful risk of education. Routledge.
- Dewey, J. (1916). Democracy and education. Macmillan.
- Echeverría, B. (1998). La modernidad de lo barroco. ERA.
- Frade Rubio, L. (2020). Los maestros de a pie: La investigación-acción para transformar la práctica educativa. Santillana.
- Freire, P. (1970). Pedagogy of the oppressed. Continuum.
- Gleizer, D. (2015). Gilberto Bosques Saldívar y el consulado de México en Marsella. UNAM.
- Honneth, A. (1995). The struggle for recognition. MIT Press.
- Kant, I. (2008). Toward perpetual peace. Yale University Press.
- Levinas, E. (1969). Totality and infinity. Duquesne University Press.
- Lévi-Strauss, C. (2000). Race and history. UNESCO.
- Noddings, N. (2002). Educating moral people. Teachers College Press.
- Nussbaum, M. C. (2010). Not for profit: Why democracy needs the humanities. Princeton University Press.