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Confiar o vigilar: la educación en tiempos de Big brother

by Martín López Calva
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Si se desconfía de los trabajadores por sistema, si se les retiran responsabilidades en lugar de darles margen de maniobra y de mejora, el resultado es -por lógica- tener a gente menos feliz y motivada. Gente que no se sentirá estimulada ni recompensada por hacerlo bien. Que cumplirá los trámites, pero entenderá que no tiene por qué anticiparse a nada que no sea de su área. Y, por tanto, incluso en aquella zona donde sí es el responsable tenderá a hacerlo regular, ni más ni menos. Porque sin confianza no hay motivación, y confiar suele dar más frutos que vigilar.

Carles Capdevila. Lecciones de vida del maestro Carles Capdevila. CETR.

Desde el legendario Big brother, creado por el empresario holandés John de Mol y producido por primera vez en México en el año 2002,  hasta el reciente reality show llamado La casa de los famosos -del que desconozco detalles porque nunca lo vi ni me interesó indagar en qué consistía su dinámica- pasando por las ocho ediciones del programa referido -entre el Big brother original y su versión VIP- y su posible reedición en nuestro país para el año 2025, según dicen algunas notas periodísticas, la televisión insertó a la gente en una dinámica que podría llamarse de voyeurismo light en la que millones de personas disfrutan observando la vida cotidiana de un grupo previamente seleccionado con fines comerciales, sin darse cuenta de que a su vez están siendo vigilados por un hermano mayor de proporciones globales que los manipula todo el tiempo, sin que se den cuenta ni lo aprueben, con fines de comercio y consumo.

Desde la comodidad de sus casas los televidentes tienen la ilusión de que pueden vigilar y desde esa vigilancia dirigir y controlar de alguna manera las formas de comportamiento del grupo “experimental” encerrado en una casa, puesto que supuestamente su voto va determinando a los personajes que van siendo expulsados periódicamente de la casa por no cumplir con las expectativas de la audiencia.

Bajo una dinámica similar aunque mucho más real, y con un impacto directo millones de veces más palpable empíricamente que en el caso de los reality shows, los grupos hegemónicos en lo económico asociados con los grupos dominantes en lo político y lo mediático están permanentemente observando, vigilando y controlando los hábitos de consumo de bienes materiales e inmateriales de las grandes mayorías que se mueven al son que estos grupos les tocan en cada tiempo y lugar.

Esta estructura de dominación y control se va reproduciendo de arriba hacia abajo en las distintas instituciones, sectores y capas sociales que tienen sus propias formas de observación, vigilancia y control. A nivel de las instituciones y empresas, esta dinámica se sustenta teórica y metodológicamente bajo el emblema de neologismos como el control de calidad, la mejora continua, la calidad en el servicio o la rendición de cuentas.

De manera que si en los inicios de la producción en línea se tenían mecanismos de control que se basaban en la violencia física y verbal a través de capataces y supervisores que vigilaban y sancionaban a quienes no cubrían los estándares de productividad establecidos, hoy estos mecanismos son de carácter simbólico y utilizan mediaciones tecnológicas y requerimientos de evidencias del trabajo realizado que se traducen en sistemas de recompensas y sanciones según el nivel de cumplimiento o incumplimiento de las metas e indicadores, cada vez más sofisticados y demandantes, establecidos por los propietarios o las autoridades de cada organización.

Con la expansión y el dominio de la economía de mercado que hoy abarca todas las dimensiones de la vida humana, convirtiendo en mercancía todo lo que el ser humano requiere no solamente para sobrevivir sino para vivir según su condición y dignidad, reduciendo la existencia y la convivencia a un proceso gigantesco de producción, distribución y consumo.

En el caso de la educación, José Joaquín Bruner ha planteado el término de mercadización de la educación superior, aunque este término sería aplicable hoy a todos los niveles educativos en los que el conocimiento se ha convertido en una mercancía y los grados o títulos académicos se han vuelto credenciales para acceder y obtener promociones en el mercado laboral. Incluso las cuestiones que se ubican en la dimensión que Morin llama poética de la vida como el arte, el deporte, la religiosidad, la convivencia y el espectáculo se rigen hoy fundamentalmente por la ley de la oferta y la demanda puesto que se han comercializado hasta extremos nunca antes vistos.

Aunque desde su origen, la escuela ha adoptado elementos del sistema carcelario y de la producción fabril, empezando por el diseño de los espacios escolares hasta la clasificación y separación por año de nacimiento de los educandos, el diseño del recorrido como de línea de producción y la instrumentación de sistemas disciplinarios de premios y castigos, nunca como hoy la mentalidad de vigilancia y control han estado tan palpablemente presentes y han dominado tanto la vida cotidiana de las instituciones que se supondría tendrían que ser espacios libres y creativos.

Si antes se buscaba la excelencia educativa a través de la singularidad de cada docente hoy se asume que se logra a partir de un perfil docente homogéneo, si se postulaba como un valor fundamental la libertad de cátedra hoy se impone a los profesores un programa detallado y una serie de herramientas y métodos de enseñanza que se pide sigan al pie de la letra. Si en el pasado se daba a cada escuela y universidad la autonomía para definir sus propias prioridades, valores y formas de organización hoy se les somete a indicadores estandarizados a través de los organismos acreditadores.

Como dice Andy Hargreaves en su libro ya clásico Profesorado, cultura y posmodernidad, el espacio pedagógico se ha reducido notablemente ante la creciente y hoy ya absurda cantidad de requerimientos administrativos de la burocracia del sistema educativo y del mercado de la educación en todos los niveles. Pero el problema más grave que se encuentra en el fondo de estas demandas es el de la desconfianza.

Porque en los tiempos en los que no dominaba la mercadización de lo educativo existía un acuerdo tácito de confianza en los educadores a quienes se seleccionaba y luego se dejaba trabajar de manera libre y creativa -lo que producía sin duda prácticas notables y significativas en quienes tenían una genuina vocación y prácticas mecánicas en quienes simplemente veían el aula como un espacio laboral-, pero ahora se desconfía de ellos por sistema y se les reduce su margen de maniobra y de mejora, dando como resultado tener gente menos feliz y motivada como afirma Capdevila en el epígrafe de este texto. 

La realidad del profesorado sobre exigido y quemado por la desconfianza y los controles férreos ha producido gente que no se siente motivada ni valorada por hacerlo bien, y que cumple trámites pero pierde toda iniciativa para adelantarse y proponer nuevas formas de hacer las cosas. Profesores que “incluso en aquella zona donde sí son responsables, tenderá (n) a hacerlo regular, ni más ni menos…” Gente que no se sentirá estimulada ni recompensada por hacerlo bien. Que cumplirá los trámites, pero entenderá que no tiene por qué anticiparse a nada que no sea de su área y, “…por tanto, incluso en aquella zona donde sí es el responsable tenderá a hacerlo regular, ni más ni menos”.

Ojalá los directivos escolares y universitarios y las autoridades educativas se dieran cuenta de que como afirma Capdevila: “…sin confianza no hay motivación, y confiar suele dar más frutos que vigilar”.

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