La educación en el mundo está llena de ritos y ceremonias que son parte primordial para mantener visiones compartidas y alcanzar propósitos no sólo del aprendizaje de los estudiantes, sino …
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Tal vez, como nunca en la historia reciente, la educación mexicana se encuentra en medio del atolladero. Siempre hay broncas entre agentes, pero hoy son más graves, en parte —la mayor parte, quizá— debido a la pésima conducción del sistema educativo. La Secretaría de Educación Pública parece un barco sin capitán y con tripulación incompetente.
La contienda por la educación es una costumbre arraigada en la historia de México. Quizá el ciclo de mayor conflicto y lucha social fue durante las guerras de reforma, en el siglo XIX. Fue una disputa entre el laicismo y la educación dogmática, controlada por la Iglesia católica. La institución de un Estado y educación seculares costó miles de muertes; triunfaron los liberales, pero la contienda subsistió de manera soterrada.
Persiste en la plaza pública desde hace más de dos semanas la discusión por los resultados que obtuvo México en el examen de PISA (Programa internacional para la evaluación de estudiantes) de 2022. Ciertas observaciones muestran acuerdo con lo que PISA mide y critican el estado que guarda la educación mexicana.
Mi colega de la Universidad de Granada, de España, Miguel A. Pereyra, organizó el Simposio Internacional sobre la Reforma de la Formación Profesional Dual, el 2 y 3 de noviembre. Me invitó a que discurseara sobre “El Modelo mexicano de formación dual”; le agregué el subtítulo: “Entre el ideal y la burocratización”.
Tal vez en filosofía sí, pero en investigaciones sobre educación se cita poco al filósofo Martin Buber. Diana Minerva Espejel Alejandro, en su tesis de doctorado en Ciencias Sociales, en el área de Sociedad y Educación de la Universidad Autónoma Metropolitana Xochimilco, agarró la parte medular de la teoría del diálogo
Este lunes llegó a mi mente una frase de Catón que alimenta el pesimismo: “No sólo retrocedemos, también vamos para atrás”. Dos notas recientes nutren mi desilusión, lo que informan afecta de manera grave a los escolares y al futuro de la convivencia democrática.
Ni para dónde hacerse, a cada rato aparecen denuncias de plagios de tesis o trabajos para titulación. Claro, hay diferencias de grado, Xóchitl Gálvez “la pendejeó” con varios párrafos, en tanto, la evidencia disponible muestra que la ministra Yasmín Esquivel lo único que no remedó de la tesis de licenciatura fue la sección de reconocimientos. El País documentó que la ministra también calcó cerca de 45 por ciento de sus tesis de doctorado.
La polémica de la correspondencia entre educación y democracia es añeja. Ya era parte de las arengas en la Ekklesía ateniense. La naturaleza de esa relación reciproca se vigorizó después de la Segunda Guerra Mundial y persiste hasta nuestros días, sin que haya consenso acerca de la educación democrática o para la democracia. Los estudiosos afiliados a la educación comparada lo constatan con frecuencia.
Los emblemas, a lo largo de la historia de la humanidad han tenido un uso fantástico. Proclama la identidad ante el mundo como representación del sentimiento de una ciudad o señorío, nos dice Eugenio Soto Landeros en su bello libro, Roble de libertad y fortaleza (Durango, edición del autor, 2020)
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