Quienes nos dedicamos al trabajo académico nos apoyamos en ideas, conceptos y libros de otros académicos o de autores cuya obra trascendió. Tengo dos textos de cabecera que consulto con frecuencia, El príncipe, de Nicolas Maquiavelo y La política como vocación, de Max Weber. Otros escritos en los que me apoyo desde hace décadas son Democracia y educación, de John Dewey; La educación como práctica de la libertad, de Paulo Freire y La educación como imperialismo cultural, de Martin Carnoy.
Esas obras me ayudaron a erigir un aparato de interpretación de los resultados de mis investigaciones. Otras piezas que van directo a mi campo, la educación comparada, también me inspiran y emplazan a pensar en un futuro mejor para la escuela y la sociedad.
Una de ellas es el discurso que Karen Monkman dirigió al concluir su periodo como presidenta de la Comparative and International Education Society Recognizing Complexity in Our Changing Contexts: Centering What Matters in Comparative and International Education (Comparative Education Review 66 [4]: 573-598). Es una pieza que está dirigida a sus pares donde combina pensamiento riguroso con mensaje emotivo y nuestra herencia compartida. Crítica al presente, pero reconoce avances y aboga por un futuro mejor; despliega un lenguaje luminoso, sin jerigonza, como recomendaba C. Wrigth Mills.
Cito una frase que sintetiza su mensaje (traducción libre): “Al igual que en el mundo, nuestro campo de la educación comparada e internacional también experimenta cambios, no sólo debido a las actuales condiciones mundiales, sino a la evolución de las formas de entender cómo fuerzas como el neoliberalismo, la pobreza, los valores sociales, la política y los cambios medioambientales moldean a la educación”.
Nuestra profesión y campo de estudio es amplio y complejo; quienes nos dedicamos a la educación comparada encaramos desafíos conceptuales y dilemas entre hacer la crítica al poder o también actuar para que la educación sea un derecho humano vigente, no nada más declarativo. Pero siempre concluimos cualquier proyecto con más dudas que respuestas.
Karen Monkman se pregunta, ¿cómo podemos pensar de nuevas maneras para centrarnos en lo que importa en un mundo que cambia rápidamente y que nos presenta retos por capas, utiliza diferentes discursos e implica a personas con muchas formas de conocimiento y diferentes prioridades y motivaciones, todo lo cual a veces entra en conflicto? Y no hay respuestas evidentes.
Su conclusión (resumida): La educación tiene lugar en instituciones y espacios complejos. El cambio no es fácil. Pero, en el mundo más precario de hoy, es necesario.
Importo una porción del pensamiento de Karen Monkman al México actual: “Las noticias falsas, la creencia en teorías de la conspiración y la retórica del odio se suman a las complejidades con las que luchamos hoy”. Algo parecido se produce con el nuevo plan de estudios que propone el gobierno de Andrés Manuel López Obrador.