Con indignación, hace unos meses supimos que Mahsa Amini, una joven iraní de 22 años, fue reprendida por la “policía moral” de ese país asiático por no utilizar correctamente el velo (hiyab) y con horror, también nos enteramos que murió, presuntamente, a consecuencia de los golpes que recibió por las fuerzas del “orden”.
Como era de esperarse, esto provocó una serie de protestas dentro y fuera del país persa contra su “líder supremo” Ali Jamenei. Unas 150 personas han muerto, según la BBC, a causa de la represión gubernamental y con ello, revivimos el debate público sobre la cancelación de libertades para la mujer y lo inhumano que resulta gobernar por medio de la religión. No olvidemos que Irán es la mayor teocracia del mundo (Geographica).
Actualmente, este país tiene una población de casi 88 millones de personas (WB) y su educación básica es, como en México, obligatoria de los seis a los catorce años. Su sistema educativo es también grande: concentra casi 22 millones de estudiantes desde preescolar hasta universidad. Pero a pesar de que su tasa de escolaridad ha crecido exponencialmente desde la década de los setenta, sigue siendo menor para las mujeres y a medida que más avanza la edad, las tasas se reducen y más se amplía la brecha de género (UNESCO).
En Irán nació hace 77 años Haleh Afshar, profesora de Ciencia Política de la Universidad de York en Inglaterra. Hija de una afluente familia, dejó su país a los catorce años para estudiar en un internado, en York y luego en la Universidad de Cambridge. A finales de la década de los sesenta, regresó a su país para trabajar en el gobierno y como periodista aunque lo abandonó en 1978 para nunca regresar por temor a ser apresada. Fue crítica del gobierno autoritario del Sha y luego del régimen del Ayatollah Jomeini, fundador de la República Islámica en 1979, por no ofrecer oportunidades educativas a la mujer. Sobre Haleh pesó una sentencia por ejercer su libertad de hablar a favor de ésta.
Uno como académico asemeja a un lienzo donde nuestras mejores maestras y maestros “pintan” trazos que permanecen. Haleh murió en mayo en su bello cottage de Heslington, pero dejó en mí marcadas líneas de colores al haber sido mi directora de tesis doctoral y maestra de Economía. Con ella, aprendí a analizar los problemas del desarrollo, a no dar nada por sentado y argumentar. Su conocimiento sobre el Islam, feminismo, reforma agraria, y desarollo en el Tercer Mundo era amplio. Como profesora universitara recibió diversos reconocimientos, premios y condecoraciones que reforzaron su perfil activista. Llegó a ser Baronesa del parlamento británico y en 2009, fue considerada entre las 20 mujeres musulmanas más influyentes en el Reino Unido. “El Islam le dio derechos a las mujeres hace 14 siglos y sigo luchando en este país por ello”, dijo en una entrevista.
Molly, su hija, tiene razón al describir a Haleh como un “espíritu generoso”, cero tolerante a las injusticias sociales, a los prejuicios y empática. Al aceptarme en la maestría que ella coordinaba y luego supervisar mi proyecto de investigación, Haleh me dio la confianza para crecer académica, intelectual y personalmente. Corregía mis entregas con esmero y mala letra, discutíamos y me hacía pensar distinto. De hecho, al recibir el honoris causa de la Universidad de Essex, la presentaron diciendo que aun cuando cuestionaba la violación de los derechos de la mujer, no veía a las de su género como víctimas pasivas. Es admirable cuando una maestra sabe colocar las discusiones en un plano racional al defender una causa política. Haleh nos enseñó entonces que la academia y la política sí pueden caminar juntas y en favor del más desposeído.