El 29 y 30 de septiembre, la Dirección General de Educación Normal del Gobierno de Veracruz organizó el Segundo Foro Nacional de Seguimiento a Egresados. Esta reunión fue importante por al menos dos razones. Primero, porque se estudian las trayectorias laborales de los normalistas en tiempos de “revalorización magisterial” y ante una pregunta que aún no recibe una respuesta plausible: ¿en qué áreas de especialidad y niveles se requiere formar a más maestras/os y cómo?
Segundo, porque los estudios de egresados universitarios cuentan con una larga trayectoria. Recordemos que este tipo de investigaciones cobraron importancia durante la década de los noventa. Principalmente, se quería saber cómo estaban las universidades formando a sus jóvenes y cuál era el impacto de éstos en el mercado laboral.
Gracias a este tipo de análisis, se enriquecieron procesos de cambio curricular, nos acercamos a la noción de “empleabilidad” y se quiso ofrecer un referente de calidad educativa más amplio basado en la “eficiencia”. Como ocurre normalmente con todo producto académico, estos estudios también fueron cuestionados por malinterpretar sus resultados. No porque los egresados de ciertas universidades registraran tasas de empleo e ingresos relativamente altas, estas instituciones eran necesariamente de “alta” calidad. El mercado laboral en México está fragmentado y no todos sus sectores operan con base en el mérito, sino en la “palanca”, nepotismo y endogamia.
Mi intervención en el foro de Veracruz consistió en presentar los resultados de un estudio que conduje con Nadyra Rodríguez (Arkansas University) sobre los egresados de la Universidad Tecnológica de Tula-Tepeji (UTTT) del estado de Hidalgo. La pregunta a responder fue qué cambios experimentó un grupo de técnicos superiores universitarios (TSU) en términos educativos, ocupacionales y de ingreso a lo largo de 20 años.
Aunque los resultados de esta investigación no pueden ser generalizables en función del reducido número de casos (n=6), pudimos confirmar que la UTTT promueve la movilidad de tipo intergeneracional, como lo habían sostenido autores como Julio Rubio, ex subsecretario de educación superior. Es decir, los egresados de esta universidad son los primeros miembros de su familia en ir a la universidad. Esto puede ser coincidente con lo que ocurre en las escuelas normales rurales.
Segundo hallazgo, pese a que se les consideraba de manera injusta como universidades formadoras de “mano de obra barata”, las UT parecen constituir un “mecanismo transitivo” hacia mejores condiciones laborales, económicas y educativas. Las y los egresados entrevistados estudiaron más allá del nivel de TSU —excepto una— al darse cuenta que el “título” de técnico los limitaba para aspirar a mejores puestos. Gracias a sus historias de vida, pudimos capturar que esta limitación estaba relacionada con el tipo de habilidades y no sólo con el diploma que obtenían. Este punto tendrá que explorarse más a fondo y para ello, habrá que revisar el reporte “¿Enseña la educación superior a pensar de manera crítica?” que acaba de publicar la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) y en donde se discute, con detenimiento, la diferencia entre poseer ciertas habilidades y poseer un título universitario.
Los estudios de graduados universitarios pueden ser mejor aprovechados si ampliamos su enfoque, incluimos más información y escudriñamos cómo el joven busca prepararse para alcanzar un bienestar mayor gracias a su conocimiento y esfuerzo individual.
Investigador de la UAQ