Tenemos a veces la impresión de que la acción simplifica porque, ante una alternativa, decidimos, optamos…Ciertamente, la acción es una decisión, una elección, pero es también una apuesta…en la noción de apuesta está la conciencia del riesgo y de la incertidumbre. Toda estrategia, en cualquier dominio que sea, tiene conciencia de la apuesta, y el pensamiento moderno ha comprendido que nuestras creencias más fundamentales son objeto de una apuesta. Eso es lo que nos había dicho, en el siglo XVII, Blaise Pascal acerca de la fe religiosa. Nosotros también debemos ser conscientes de nuestras apuestas filosóficas o políticas.
Edgar Morin. La complejidad y la acción
Finaliza un año más. Un año difícil en el que la mayoría de los mexicanos optó por cambiar para seguir igual…o peor, porque retrocedimos cincuenta años en términos de sistema político y volvimos al viejo y probadamente ineficaz régimen de partido único y concentración absoluta del poder en la presidencia de la república. A ello contribuyeron los sexenios desperdiciados de la incipiente y hoy fallida transición a la democracia. Sexenios en los que la oposición no solamente no pudo o no quiso transformar al país sino que optó por mimetizarse con el viejo partido de la revolución institucionalizada y copiar sus prácticas.
Termina un nuevo año -una “vuelta al sol” dirán los cursis que quieren estar a la moda y usar neologismos pseudocientíficos- en el que la pobreza y la desigualdad siguen ahí, como el dinosaurio del clásico monterrosiano de la minificción, Un año en el que la violencia no solamente continúa sino que se hace más cruel, más presente en la vida cotidiana y más poderosa porque se ha infiltrado en todos los círculos de poder del país.
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En términos educativos termina un nuevo año “con la novedad” de que el cambio en la SEP muestra que la educación sigue siendo considerada como un elemento no prioritario para el desarrollo y la verdadera transformación del país, cosa que se constata nuevamente con la aprobación de un presupuesto de egresos federal en el que se siguen reduciendo en términos reales los recursos para el sistema educativo en su conjunto. El sistema educativo nacional se mira con ojos político-electorales y no pedagógico-sociales como sucede en los países donde la ciudadanía y el gobierno realmente quieren que la sociedad mejore.
Vamos cerrando un año en el que la llamada Nueva Escuela Mexicana sigue siendo alabada en los discursos, idealizada en una especie de amor romántico por muchos docentes, directivos principalmente del sector público y legitimada por académicos del campo educativo afines al gobierno en turno, pero aún no se define con claridad en sus fundamentos pedagógicos y mucho menos se comunica y se comprende en el ámbito magisterial donde los docentes, como suele suceder, han adoptado el nuevo discurso que viene de arriba pero siguen haciendo en el aula lo mismo de siempre, “lo que les ha funcionado” toda la vida.
Estamos finalizando un año más de tiempo perdido en términos de diseñar e instrumentar un cambio real en la formación de las nuevas generaciones. Como afirmaba Latapí en su clásico discurso de Mérida de 2007 citando un poema de Jaime Sabines: “La eternidad se nos acaba”. Decía en su conferencia que la eternidad “se vuelve finita y se consume y extingue en cada niño que se queda sin escuela, en cada generación perdida…” también se nos acaba en “…el desperdicio irreversible del tiempo, recurso no renovable….”
En ese texto, el padre de la investigación educativa en México sostiene que el tiempo es el activo más importante de las personas y las sociedades y si miramos el deplorable estado general de nuestro sistema educativo, podemos tristemente decir que la eternidad se nos está acabando y la oportunidad de formar mejores generaciones de mexicanos tanto en lo académico como en lo humano y social se sigue desperdiciando en medio de “grillas” ideológicas, intereses políticos, feudos gremiales, discusiones estériles e intentos fallidos e inviables de reinventar los procesos educativos cada seis años.
La educación requiere de acción efectiva y pertinente más allá de discursos demagógicos. Y la acción es estrategia, como afirma Morin en este texto que cito hoy en el epígrafe. La estrategia no es igual al programa predeterminado que hay que aplicar de forma tajante y al pie de la letra. La estrategia es la claridad compartida acerca de la meta y el rumbo que se debe buscar, pero que a partir de la decisión inicial permite dice Morin “…imaginar un cierto número de escenarios para la acción…” Estos escenarios tampoco son rígidos sino que pueden ser modificados sobre la marcha según la información que vayamos obteniendo sobre el curso de la acción, con el fin de lograr llegar a la meta, que es lo esencial, por encima del programa o los procedimientos específicos.
Pero la acción no solamente es estrategia, es también apuesta. Porque en toda acción está implícita o explícita la conciencia del riesgo y de la incertidumbre dice Morin. Toda etrategia tiene entonces una conciencia de la apuesta en tanto que sabe o debería saber que están presentes tanto la incertidumbre como el riesgo y que nada asegura o garantiza que las cosas sucedan tal como fueron previstas.
Esta conciencia de la apuesta debería estar presente en el campo de las políticas y programas educativos. Todo cambio de modelo educativo, de sustento teórico, de métodos y técnicas de enseñanza y aprendizaje es una decisión que implica traducirse en acciones, pero en esta decisión o decisiones está siempre presente la apuesta que implica incertidumbre y riesgo de que eso que se planeó, no llegue al aula como se pensó -obviamente con sus mediaciones e interpretaciones- y produzca incluso resultados distintos o hasta contrarios a lo que se pensó cuando se decidió hacer el cambio.
La apuesta conlleva además compromiso y convicción de que las decisiones estratégicas que se impulsan son pertinentes y abonarán a una mejora de los procesos educativos y en el mediano y largo plazo, de la formación de ciudadanos que enfrenten con mayor probabilidad de éxito los grandes desafíos del país.
Sin embargo, como inicié diciendo en esta, la última Educación personalizante de 2024, la realidad política del país parece habernos ya demostrado que desde el Estado mexicano y desde estos gobiernos del nuevo partido hegemónico no habrá apuesta por una educación verdaderamente transformadora del país y por tanto, tampoco habrá estrategia clara, sistemática, contundente y apoyada con los recursos suficientes para poder operativizar la apuesta por una mejor educación, de calidad y con equidad, humanizante, incluyente y justa.
¿Qué hacer ante este panorama ciertamente desalentador? ¿Rendirnos? ¿Asumirnos como víctimas del sistema como dice Hargreaves? ¿Bajar los brazos?
Creo firmemente en que la apuesta y las estrategias para hacer realidad la formación que este país herido necesita vendrá desde abajo, desde cada docente transformado en su mentalidad y en su compromiso ético con la práctica cotidiana formadora de nueva ciudadanía y no simplemente indoctrinadora en lo ideológico o capacitadora en lo económico.
Creo que este nuevo año es una nueva oportunidad de renovar nuestra apuesta como educadores y de afinar la estrategia para hacer realidad esta formación. Ojalá todos los educadores hagamos este ejercicio de renovación y mejora para seguir respondiendo, como Latapí en su texto, “con un rotundo sí a la pregunta de si es posible hoy recuperar la esperanza”.