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Maldito trabajo: cultura del sacrificio y vocación docente

by Martín López Calva
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…tenemos el llamado «efecto Asch» en psicología que, traído a este caso en concreto, demostraría que, si tu entorno te lanza la idea de que el problema eres tú, al final, en mayor o menor grado integrarás ese pensamiento. Si encima lo haces cuando has intentado desarrollarte como persona y has fracasado, y se suma que no puedes controlar tus emociones, te sientes una persona inútil que duda de si tiene derecho a un lugar en la sociedad o en la vida.

«Por mucha actitud positiva que tengas, si tienes unas condiciones injustas, seguirán siendo injustas». Entrevista a Eduardo Vara, realizada por Guillermo Martínez. Ethic. 26 de abril de 2024.

En alguna ocasión le pidieron a una de mis hijas que impartiera una conferencia en una institución educativa. Hablaron del tema, las fechas y el público al que se iba a dirigir. Todo iba muy bien hasta que ella planteó el tema de sus honorarios. “oh, disculpa. Pensé que lo hacías por vocación” fue la respuesta que le dio quien la invitaba y por supuesto en ese momento la desinvitó.

Seguramente esta anécdota no suena rara y es muy creíble para quienes trabajamos en el ámbito educativo, especialmente los docentes pero también quienes hacemos investigación y difundimos el conocimiento a través de diversos medios y espacios. El término vocación se usa muchas veces como equivalente a un deber de sacrificarse sin obtener ninguna remuneración ni incentivo a cambio.

Por ello conozco a muchos colegas académicos del campo educativo que literalmente odian el término vocación. Lo entienden, con justa razón porque así se ha ido deformando su significado con el tiempo, como un concepto que sirve para justificar la explotación y el trabajo injustamente remunerado por parte de instituciones privadas o públicas y del mismo gobierno.

En el caso de la docencia por ejemplo, existe hasta un meme que circula profusamente por temporadas en el que dice que pensar que un profesor trabaja solamente durante el tiempo que pasa en el aula con sus grupos es como creer que un atleta trabaja solamente durante el tiempo que dura la carrera en la que compite.

Creo que este meme tiene toda la razón. Generalmente, a los profesores de asignatura u hora-clase de las instituciones públicas o privadas de cualquier nivel, se les establece su pago de acuerdo al número de horas frente a pizarrón sin tomar en cuenta todo el tiempo de preparación, de análisis y de evaluación que forman la llamada circundocencia y que son indispensables para que cualquier curso tenga los frutos esperados.

En el caso de los académicos de tiempo completo de todos los niveles, pasa algo similar puesto que se les ofrece un sueldo y prestaciones que pueden o no ser competitivas -desde lo que signifique competitivo en un mercado en el que los que nos dedicamos a la educación somos generalmente pagados muy por debajo de quienes trabajan en empresas- de acuerdo a un rol o puesto: profesor, profesor-investigador o incluso coordinador de programa académico o director de un departamento o facultad, pero luego se les piden tareas de naturaleza muy distinta a las que implica este rol o posición.

De esta manera un profesor-investigador se acaba volviendo al mismo tiempo diseñador y evaluador curricular, promotor de programa académico, gestor de evidencias para acreditaciones y muchas otras cosas. Del mismo modo, un coordinador o director de programa o facultad termina asumiendo funciones de promotor y hasta vendedor de su programa, administrador, agente de relaciones públicas, etc.

Volviendo al terreno de la docencia, como dice Hargreaves, en esta sociedad de la información los requerimientos administrativos del sistema se han ido comiendo el tiempo para el trabajo pedagógico -que no consiste solamente en “dar la clase”- convirtiendo la labor de los maestros y maestras en una larga lista de formatos para llenar y evidencias para entregar, con lo cual ya no hay energía ni espacio para una buena preparación de clase, un seguimiento y retroalimentación constructivas de cada estudiante, ya no digamos la creatividad y la reflexión en la práctica y sobre la práctica.

Todo esto es parte, en el campo educativo, de lo que Vara llama el culto al trabajo, que define como la actitud que tenemos hoy en día en los entornos laborales de entregarnos a las actividades como si se tratara de una divinidad o de un ideal sacralizado. No se trata simplemente de esforzarnos, dice el filósofo, que eso es sano y natural, sino de sacrificarnos por ello y al hacerlo, en muchas ocasiones estamos cerca del límite de lo aberrante.

Porque cuando nos sacrificamos por el trabajo, tenemos que asumir pérdidas -tiempos y espacios que no dedicamos en el caso de los educadores, ni siquiera a lo relevante de nuestra labor y vocación, ya no digamos al descanso, el ocio, la re-creación, la convivencia familiar o el cultivo de nuestra interioridad- y muchas veces nos hacemos daño, incluso afectando la salud física y emocional.

Resulta muy relevante la referencia que hace el autor del libro Maldito trabajo. Sobrevivir a la cultura del sacrificio y repensar la vocación respecto al llamado “efecto Asch” en psicología, que se plantea en la cita que sirve como epígrafe a esta columna, respecto a la forma en que el entorno lanza la idea de que el culpable de lo que no funciona es el mismo trabajador.

Este es otro factor de riesgo muy importante y sin duda está presente en el ámbito educativo en el que si la calidad de los aprendizajes, la formación humana o ciudadana esperada, la eficiencia en el trabajo o las habilidades requeridas por el mercado no responden a los estándares esperados, la responsabilidad se carga en el mayor porcentaje en las y los docentes que según esto, no están cumpliendo con su trabajo. Y al cargarse las tintas en ellos, se les pide aún más culto al trabajo burocrático y cantidad de evidencias con lo cual el círculo vicioso se va haciendo cada vez más grande y difícil de revertir.

Un efecto muy importante que se presenta adicionalmente, es que si el sistema manda el mensaje culpando a quien trabaja -en este caso al docente- de las cosas que están mal en la estructura y si ese mensaje llega cuando ellos y ellas han intentado desarrollarse como personas y han fracasado, esto se suma a la incapacidad de controlar las propias emociones generando una sensación de inutilidad, de cuestionamiento sobre el derecho a ocupar un lugar en el trabajo o incluso en la sociedad.

Nos encontramos en una coyuntura de cambio de gobierno que puede ser una oportunidad para dejar atrás la idea del trabajo como estructura militarizada en la que unos mandan y otros tienen que obedecer ciegamente, la cual es especialmente grave e incongruente en el ámbito educativo. Ojalá pueda empezar a cumplirse la promesa y la necesidad social de revalorizar al docente y a su trabajo, respetando sus finalidades esenciales y resignificando profundamente la vocación.

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