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La Escuela y la familia, aliados indisociables contra el reclutamiento de la niñez y la juventud en un entorno de desesperanza aprendida

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Herzel N. García Márquez

Académica del DPES en el Instituto Tecnológico de Estudios Superiores de Occidente (ITESO)

La violación de los derechos humanos por parte del crimen organizado es una constante en los últimos sexenios de nuestro país; el crimen organizado utiliza el reclutamiento y la militarización de niños y jóvenes para avanzar en sus objetivos y mantener el poder. Estas prácticas conllevan el secuestro y la desaparición forzada volviéndose un problema social especialmente preocupante por la implicación de explotación de menores de edad y jóvenes en actividades ilegales y delictivas, así como la perpetuación de un ciclo de violencia, criminalidad y guerra, que ha dejado de ser silenciosa y permea en la escuela y la familia cotidianamente. Cuando en una sociedad se erosiona la confianza en generar cambios positivos, ambientes seguros y en cambio, se sobrevive bajo la sensación de una falta de control sobre la propia seguridad, vida y el entorno, se puede llegar a sufrir de un estado de desesperanza aprendida colectiva.

La desesperanza aprendida es un concepto psicológico que se refiere a la sensación de impotencia y resignación que una persona o comunidad experimenta cuando percibe que sus acciones no tienen impacto en su entorno y que cualquier esfuerzo que realice es inútil. El término fue desarrollado por Martin Seligman y Steven Maier en 1960. La historia de la desesperanza aprendida se basa en los experimentos realizados por estos psicólogos en los que sometieron a perros a cargas eléctricas impredecibles e inescapables. Seligman y Maier observaron que los animales desarrollaban un comportamiento de pasividad y resignación, incluso cuando se les brindaba una oportunidad para escapar de las descargas eléctricas; habían aprendido a sobrevivir en condiciones deplorables, habían aprendido a ser impotentes y a estar desesperados debido al sufrimiento experimentado.

En el contexto de la humanidad, según la teoría de Seligman y Maier, cuando las personas experimentan situaciones en las que perciben carecer de posibilidades de control y mejora sobre su entorno y conciben inútiles los esfuerzos por mejorar su condición, se desarrolla un patrón de pensamiento derrotista, trágico y desesperanzado que afecta definitivamente su bienestar emocional.

La desesperanza aprendida aqueja, en particular, a las personas que han estado viviendo por tiempo prolongado situaciones de violencia e inseguridad. Contextos bélicos y violentos como aquellos en los que impera el crimen organizado, impiden el desarrollo integral de las personas y el bienestar comunal, aterrorizándoles a través de prácticas de guerra y un estado permanente de inseguridad. De acuerdo con las cifras de incidencia delictiva del fuero común 2015-2022 publicadas por el SESNSP, 34 niñas, niños y adolescentes habían sido secuestrados entre enero y agosto de 2022, en tanto que, en junio de 2023, el mismo organismo había registrado 3,660 casos de víctimas de delitos de entre 0 y 17 años a nivel nacional. Estos dos breves ejemplos de la inseguridad a la que se enfrentan la niñez y juventud mexicanas nos debe alertar sobre los síntomas que causa la desesperanza aprendida, entre ellos: baja autoestima y autoconcepto negativo, dificultad para establecer metas y trabajar en ellas, problemas de concentración, bajo rendimiento académico y deserción escolar, actitudes pesimistas y negativas hacia el futuro, desvalorización de las relaciones sociales y problemas en las relaciones interpersonales. la desesperanza aprendida individual o colectiva, es un caldo de cultivo en el que peligra la cohesión social.

Reconocer las prácticas de guerra que se sufren cada vez menos silenciosamente en nuestro país es vital para no perder la memoria nacional, para no enterrar nombres y sumarnos a la clandestinidad, para no dejar solas a las familias que incansables permanecen en la búsqueda de sus hijas e hijos –cada persona desaparecida hace falta en su hogar, hace falta para la real construcción del tejido social y la existencia de un país. No solo desaparece quien no regresa a casa. Cuando la niñez y la juventud es secuestrada por las filas del crimen organizado, desaparece la posibilidad de contar con agentes propositivos, activos, gente talentosa que abona desde la realización personal a la construcción de una mejor nación. El panorama es sumamente preocupante por la deshumanización fomentada por el crimen a través de prácticas terroríficas que se presumen como rituales de iniciación como la antropofagia, el asesinato, la violación, el terrorismo.

Contra la desesperanza aprendida colectiva que ocasiona la violencia, la guerra, las desapariciones forzadas, la militarización de la niñez, la violación continúa del bienestar de la juventud, la escuela y la familia son aliados indisociables porque la escuela y el hogar deben ser el lugar seguro y de referencia hacia el pleno desarrollo de su persona y el reconocimiento de su valía como parte de la sociedad.

Contrarrestar la desesperanza aprendida es posible a través de procesos de paz que nazcan y crezcan en el núcleo central de la escuela y la familia; vivir en entornos de paz es derecho de todas y todos, pero también es nuestra responsabilidad. La no violencia empieza en la escuela, en casa, en las relaciones cercanas que nutren con ejemplos que conforman la educación de las personas, de la comunidad; retomando a la historiadora Diana Uribe, el fin de la no violencia no es derrotar al enemigo, sino avergonzarlo, humanizarlo en cada fibra que crimen y el terror han podido anestesiar.

Como educadores, formadores y cuidadores, es importante darle sentido crítico a la historia como un proceso vivo, acompañar a los niños y jóvenes en el desarrollo de su pensamiento crítico para que logren asimilar que en cada conflicto bélico no hay ganadores reales, todos perdemos. Que los intereses económicos no pueden prevalecer al bien común ni a los derechos humanos universales, que la paz es un estado y espacio de convivencia, que como en toda relación humana, no exime a los protagonistas de encontrarse en conflicto, pero sí es el ambiente idóneo para que existan condiciones de viabilidad para la resolución, para el respecto y la construcción permanente de un “nosotros” como humanidad.

La espiritualidad interiorizada en nuestras relaciones, la fe en la comunidad, la esperanza de la construcción de paz en colectivo, la convicción en un empoderamiento civil de acción inmediata, la fuerza de la escuela y la familia contra el reclutamiento y la agresión contra las juventudes, porque no es una, son muchas biografías andantes las que narran con nombre y apellido, cómo duele en México la hostilidad e incapacidad de reconocernos, de sabernos juntos y cada uno necesario.

Lo ocurrido con Diego, Uriel, Dante, Roberto, Jaime, los jóvenes en Lagos de Moreno, no son nombres perdidos en editoriales y titulares en los medios, son personas que pertenecen a una comunidad, que nos pertenecen y nos hacen falta. Tenemos un compromiso con cada desaparecido, con cada familia y con cada niña, niño y joven mexicano.

Un problema de vocación y proyecto de vida en la ciudadanía: el reclutamiento forzado y voluntario 

 ¿Cómo se aborda en la escuela y desde la orientación vocacional la realidad que aqueja a la comunidad? ¿Quién hace el reclutamiento y selección de jóvenes hoy en día? ¿Cómo se aborda la vocación de jóvenes si no existen las condiciones para dar esperanza de una calidad de vida digna, de un desarrollo personal y comunal basado en la trascendencia? ¿Cuáles son las opciones reales que encuentran los niños y jóvenes para no vivir en la desesperanza aprendida dentro de una sociedad condenada a la pobreza, inequidad y desigualdad?

De acuerdo con el SESNSP (2022), uno de cada diez secuestros registrados en México de enero de 2015 a agosto de 2022 ha tenido como víctima a niñas, niños y adolescentes ¿cuál es el destino de ellas y ellos?

Es importante reconocer que, entre las armas de violencia, el reclutamiento de la niñez y juventud duele profundamente en el tejido social. El reclutamiento forzado, se refiere a los casos en que niños y jóvenes son obligados a unirse a grupos armados contra su voluntad, ya sea a través de amenazas, coerción y secuestro pero nuestra sociedad también sufre el reclutamiento voluntario, en el que los niños y jóvenes pueden unirse voluntariamente debido a la precariedad de la situación social y familiar, la falta de oportunidades económicas, la presión social, elementos que conllevan a la desesperanza aprendida sobre una realidad que parece irremediablemente heredada y determinada.

La escuela y la familia debemos repensar el abordaje que damos a prácticas comunes que amenazan dolorosamente por la sutileza con que se normalizan en la sociedad afectando socioemocialmente el desarrollo de niños y jóvenes: el consumo de pornografía (que atomiza la sexualidad alejándola de la relación íntima, personal y verdaderamente emocional), el uso recreativo de drogas que conduce a la adicción, la objetivización del cuerpo en la mercadotecnia, la continua manipulación de información, la discusión pública repleta de insultos y descalificaciones sobre temas tan pertinentes como los materiales didácticos, etc.

Los anteriores son claros ejemplos de la necesidad fehaciente de construir espacios de verdadera libertad para todas y todos los ciudadanos, pero sobre todo, de entender de manera intencionada y responsable que ante la inseguridad, las desapariciones forzadas y especialmente, el reclutamiento por el crimen organizado, los adultos como formadores y cuidadores, debemos responder inmediatamente ¿qué tipo de nación ofrecemos a la niñez y a la juventud para vivir y no sobrevivir en una desesperanza aprendida?

Es indispensable fomentar espacios y ambientes en donde la curiosidad devele talentos, donde la imaginación materialice vocaciones y los sueños construyan una sociedad libre, pacífica, segura y sabia en la realización y vivencia de sus esperanzas.

Una mujer con lentes oscuros posando junto a una ventana

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