Al día de hoy, es bastante común que se cuestione la definición de lo público, como inherente a la responsabilidad del Estado. Asimismo, se pone en duda si el diseño de las políticas públicas que —en teoría— deben estar dirigidas a un bien común y a dar respuestas puntuales a problemáticas reales, debe provenir de la participación ciudadana o de la necesidad de una intervención activa de otros actores.
Si nuestros gobiernos en México tienen más o menos apertura hacia Organizaciones de la Sociedad Civil, empresas privadas, agencias internacionales, organismos, donantes, Organizaciones No Gubernamentales, etc; es un asunto en el que no profundizaré en este texto. Prefiero reflexionar sobre la importancia del fortalecimiento y la participación de la sociedad civil en el diseño y la ejecución de políticas públicas y proyectos educativos, partiendo de esta premisa:
Más allá de retóricas, conceptualizaciones y discursos, ¿qué tanta responsabilidad hemos asumido, como sociedad civil, en el desarrollo de la educación en nuestro país?
Cabe mencionar que la exploración de esta premisa en el ámbito educativo podría distorsionarse si a la sociedad civil la reducimos llanamente a ONG y OSC que impactan directamente en comunidades educativas y, por otro lado, si por educación nos remitimos solamente a los espacios escolares formales.
En cambio, les invito a pensar en la sociedad civil como un conjunto de organizaciones, más allá de las OSC, en las que hay una complejidad de intereses y conflictos; en donde incluso existen percepciones que cáustica —y en ocasiones, inadvertidamente— se entienden a partir de sus diferencias ideológicas.
Y, aunado a esto, propongo que pensemos en la educación como un proceso formativo de vida, extendido a los aprendizajes construidos más allá de la escuela o la academia: los necesarios para profesionalizarse, para participar, para involucrarse, para tomar y cuestionar decisiones, para tangibilizar las experiencias y trascender en lo individual y en lo colectivo.
Y es que al hacer esa pregunta, me incluí, pero me incluí más allá de mi rol profesional, de mi formación o de mi contexto.
En ese sentido, “el fortalecimiento de la sociedad civil depende del desarrollo de las asociaciones voluntarias que forman su tejido social y materializan nuevas formas de solidaridad; de la existencia de una esfera pública en la que asuntos de interés colectivo puedan discutirse; y de la disponibilidad de medios institucionales para relacionar el nivel de la sociedad civil y la esfera pública con el de las instancias políticas representativas y el aparato del Estado”. (Olvera, 1996, p. 40)
Es decir, es sumamente importante que todos los actores nos involucremos en la labor educativa y que seamos capaces de asumir y distinguir nuestro rol como sociedad civil, lo cual no es nada sencillo pues se requiere de conectar propósitos, de abrir horizontes y compartir responsabilidades con otros actores.
Eso, solo para empezar, puesto que se vuelve todavía más complejo cuando realmente no existen líneas claras entre la variedad de organizaciones sociales y comunitarias en México entre tanta diversidad sociocultural y, que dicho sea de paso, cada vez se multiplican más y más debido a una necesidad creciente de proponer soluciones, que es directamente proporcional a la pobreza y al rezago educativo, en donde todos queremos, desde nuestras convicciones —individuales y colectivas—, reconstruir el tejido social a través de la educación, pero, ante la ausencia de una clara configuración de participación social, re-creamos continuamente nuestra misión social y nuestros procesos y pasamos a hacer un trabajo muy parecido al de otras organizaciones, aunque siempre diferenciado por algún detalle.
Y paralelo a todo esto, los índices educativos empeoran y se proponen reformas y medidas que se quedan cortas frente a los retos que nos impone la realidad.
Lo que nos queda es seguir evolucionando como sociedad civil, navegando entre lo público y lo privado, entre la colaboración y la competencia, entre lo crítico y lo soñador, entre la independencia y la solidaridad, entre la protesta y la propuesta; pero siempre creyendo que el cambio sistémico educativo es posible.
Nos encontramos ante un reto enorme como sociedad civil y, solamente acompañándonos entre todos los actores, podremos ir buscando las mejores respuestas posibles.
Acerca del autor/a
Carlos Olvera Valerio
Acompañante de Comunidades Educativas
Fundación Alberto Baillères
Carlos es Licenciado en Comunicación por la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla, con amplia experiencia en educación rural, coordinación académica y gestión de proyectos sociales en Organizaciones de la Sociedad Civil, así como en el sector de responsabilidad social empresarial. Actualmente es Acompañante de Comunidades Educativas en la Fundación Alberto Baillères.
Referencias
Alberto J. Olvera Rivera, “El concepto de sociedad civil en una perspectiva habermasiana: hacia un nuevo proyecto de democratización”, revista “Sociedad Civil”, núm 1, vol. I, 1996, pág. 40.