“El fin de la educación es aumentar la probabilidad de que suceda lo que queramos”.
José Antonio Marina
La educación también tiene un impacto significativo en la política. Una sociedad educada y crítica es fundamental para el funcionamiento de un sistema democrático. La educación proporciona a las personas las herramientas necesarias para comprender los problemas sociales, analizar propuestas políticas y participar activamente en el debate público.
Decía el gran pedagogo latinoamericano Paulo Freire -afortunadamente hoy recuperado, desafortunadamente manipulado y malinterpretado- que “…como educadores y educadoras somos políticos, hacemos política al hacer educación” (1).
Sin embargo, lo decía usando el término política en su sentido más originario y amplio, es decir, el que parte de la idea de que los seres humanos somos animales políticos como afirmaba Aristóteles, somos habitantes de la polis y tenemos un compromiso con esa comunidad regional, nacional y global a la que pertenecemos para, usando las palabras del mismo Freire “transformar el mundo malo”.
Por ello, como formadores de los futuros ciudadanos que con sus formas de relación, convivencia y organización sistémica e institucional determinarán el rumbo de la polis en todos sus niveles, los docentes tenemos que trabajar para despertar la conciencia y el pensamiento crítico en los niños, adolescentes y jóvenes para que aprendan a asociarse, movilizarse y organizarse para lograr esa transformación hacia un mundo donde quepamos todos, respetando nuestras diferencias y valorando nuestra unidad en dignidad, es decir, un mundo con una humanidad unidiversa.
El padre de la Pedagogía crítica no se estaba refiriendo entonces a una dimensión ideológica o partidista determinada sino a una visión humanista de la política que buscara el bien común y eliminara la división entre oprimidos y opresores, sin llegar a que los oprimidos de ayer, se convirtieran en los opresores de mañana.
Esta propuesta de la dimensión política de la educación no tiene, por tanto, tintes partidistas, aunque se hace desde una postura de identificación con los empobrecidos y buscando un proceso que los libere de esas condiciones estructurales de pobreza y carencia de los mínimos de bienestar.
Porque como afirma el mismo autor, la ideología dominante siempre se vale de metodologías bancarias en el aprendizaje, es decir, de programas y técnicas que depositan conocimientos acabados en las cabezas de los educandos para evaluarlos después midiendo qué tanto memorizaron esos contenidos que responden siempre a los intereses y visiones de estos grupos en el poder, sean de derecha o de izquierda.
En el texto citado en el segundo epígrafe de hoy, María José Bustamante plantea, en sintonía con Freire, que hay una relación que podemos considerar dialógica o en bucle entre educación y política, porque la política es la actividad encargada de establecer las normas, programas y decisiones que afectan el rumbo de la vida en sociedad, mientras que la educación es la actividad que tiene que brindar las herramientas a los futuros ciudadanos para poder insertarse en esa vida colectiva, tener posibilidades de movilidad social y de una vida digna en ella y además, comprometerse para trabajar en la transformación continua de la sociedad para que se transforme el mal estructural en bien de orden.
Escribo esto en el inicio del año 2024 que en México será un año electoral en el que están en juego aspectos especialmente delicados. En las próximas semanas se iniciará formalmente -porque de manera informal llevamos ya un año en ello- el proceso que iniciará con las campañas, continuará con las elecciones de junio y culminará con la toma de posesión del nuevo o nueva titular del Poder Ejecutivo, de los diputados y senadores para el próximo período y de un buen número de gobernadores y autoridades locales.
Por ello resulta muy necesario reiterar la dimensión política de la educación. En un primer nivel, la relación entre educación y política, específicamente en este tiempo, entre educación y elecciones, está en el rol político de los y las educadoras como formadores de ciudadanía.
En este primer nivel, los docentes pueden optar por ser indoctrinadores y usar metodologías bancarias para que los educandos hagan sus elecciones de vida obedeciendo a reglas aprendidas e ideologías dominantes -se digan de izquierda o de derecha-, o bien por educar la libertad de sus estudiantes para que sean capaces de hacer sus propias elecciones cada vez más libres y responsables tanto en lo personal como en lo ciudadano y en lo político-electoral, respetando esas decisiones y haciéndolos concientes de la necesidad de asumir las consecuencias de esas elecciones.
En un segundo nivel, más gremial y sistémico, los educadores y educadoras, como sujetos políticos, deben definir su postura, dando ejemplo de inteligencia, criticidad, libertad y responsabilidad al estudiar cuidadosamente las propuestas de los y las candidatas que se registren y hagan campaña, haciendo un análisis crítico de lo que proponen y representan y de las consecuencias que tendría el triunfo de una u otra opción para el rumbo de un país tan herido, polarizado, militarizado, desigual y violento como el que estamos viviendo hoy.
La autonomía ciudadana de los docentes mandará un mensaje político que educará en la autonomía o en la obediencia a los mandatos de las cúpulas magisteriales que sin duda marcará la educación cívica, ética y política de las futuras generaciones.
Por mi convivencia cotidiana con docentes de muchas regiones del país, sé de algunos estados en los que las autoridades -sobre todo del partido en el poder, como ha sucedido históricamente en los distintos sexenios- están ya solicitando la entrega de copias de sus credenciales de elector o las credenciales originales a los profesores, en lo que se perfila como un intento de elección de Estado, de esas que se supone habíamos ido dejando atrás, al menos en cierta medida, pero que amenazan con retornar.
Este es uno de los campos en los que el docente puede seguir estando sujetado por las formas del viejo régimen que sólo ha ido cambiando de colores, logos y rostros, pero sigue en el fondo funcionando de la misma forma o bien rebelarse y de manera inteligente y estratégica, sin poner en riesgo su empleo, elegir libremente en junio, lo que enseñará a sus alumnos a ser ciudadanos libres.
En tercer lugar está el nivel del sistema educativo en su conjunto, que en lugar de revalorizar al maestro como se prometió, lo ha instrumentalizado para ejercer labores que no le corresponden y ha renovado el pacto cupular que históricamente se ha dado en el país de impunidad a cambio de votos y estabilidad política. En este campo es mucho más difícil promover la autonomía, pero hay que ir movilizándose, organizándose y actuando de forma colectiva para que algún día, podamos tener un sistema educativo público verdaderamente sólido y autónomo, gestionado en clave pedagógica y en una visión sana de su dimensión política.
(1) Cfr. Paulo Freire. La dimensión política de la educación. En el blog Liberación.
Publicado originalmente en e-consulta