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Contexto pobre y buena educación

by Pedro Flores Crespo
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La cultura pesimista se lleva bien con el supuesto de que origen es destino. Por mucho que nos esforcemos individualmente, no saldremos adelante porque hay algo afuera de nosotros, en la sociedad, que nos impide avanzar.

Bajo esta perspectiva, los seres humanos poseemos un margen de acción muy reducido y, consecuentemente, creemos que no somos del todo responsables por lo que sucede en nuestras vidas. Esto conlleva desesperanza y rencor social. Una cosa es necesaria, escribía Friedriech Nietzsche en “Así habló Zaratustra” (1883): que las personas obtengan satisfacción de sí mismos u otros seremos los que paguen las consecuencias.

Pero tampoco podemos unirnos con desenfreno a los optimistas (“sólo échale ganas”) y cerrar los ojos ante la reciente información que se ha generado sobre la movilidad social en México. En el Informe sobre el tema del Centro de Estudios Espinosa Yglesias se sostiene que aunque las personas de estratos medios pueden ascender socialmente, en los extremos (pobres y ricos) hay una persistencia a mantenerse en el lugar de origen y lo más grave: siete de cada diez mexicanas o mexicanos que nacen en la “base de la escalera social, no logran superar la condición de pobreza” (Orozco et al., 2019). 

Es evidente que la sociedad y los gobiernos de México no hemos podido crear oportunidades para el más pobre y ante esto, se abre la pregunta: qué papel desempeña la educación. ¿Es la escuela una reproductora de la desigualdad? ¿No podemos entonces hacer nada dentro del aula para que las y los jóvenes superen su situación adversa? Por ubicarse en contextos de desventaja, ¿se ofrece invariablente una educación de mala calidad? No necesariamente. Esta respuesta se presenta de manera fundamentada en el último libro coordinado por la doctora Rubí Peniche Cetzal de la Universidad Autónoma de Aguascalientes, intitulado “Aportes de la investigación para la educación media superior. Estudios desde el enfoque de la eficacia escolar” (https://libros.uaa.mx). 

Este texto incluye 10 capítulos de 15 especialistas que han estudiado, por largo tiempo y de manera sistemática, la capacidad que tienen las escuelas del nivel medio superior para obtener resultados académicos superiores a los esperados, pese a las condiciones económico sociales donde se ubican (Murillo). “No hay fatalismo que nos impida mejorar”, diría Carlos Muñoz Izquierdo, investigador educativo, hace ya casi veinte años.

El libro es valioso por diversas razones, pero su enfoque metodológico sobresale. Si alguien desea aprender cómo se “operacionaliza” o mide un concepto, en este caso, el de “eficacia”, revise con detenimiento los diferentes capítulos de la obra. Pero aparte de esto, los colegas identifican algunos factores asociados con la eficacia escolar tales como el clima escolar, las expectativas de las y los jóvenes, y el liderazgo, entre otros. Esto nos motiva a pensar en acciones específicas que podrían emprenderse para modificar la relación educativa que establecemos dentro de los distintos bachilleratos y así, dar paso a la eficacia escolar. 

Puede entonces haber buena educación, pese a la adversidad del contexto. Es con una mejor base informativa y datos utilizados de una manera más imaginativa como podemos ir acercándonos a la realidad para comprenderla más ampliamente y así modular las distorsiones derivadas de la visión pesimista y optimista. La educación aún puede mostrar que sí puede hacer la diferencia para el más pobre, pero para ello hay que poner en marcha políticas educativas distintas a las que hasta ahora se han diseñado. La pobreza no es fatal, puede abatirse. 

Investigador de la UAQ

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