Arcelia Martínez Bordón[1]
El México de 2022 comienza a parecerse al del siglo pasado, aquel de partido único, del dedazo, en donde no había contrapesos y nadie se atrevía a contradecir al presidente. Llevamos cuatro años en vilo, observando el desmoronamiento del Estado mexicano y de su compromiso con la garantía de derechos: a la salud, al medio ambiente, a la educación.
Hoy en nombre de “primero los pobres” y el “combate a la corrupción” se justifica la desaparición y debilitamiento de instituciones que funcionaban como contrapesos, y la cancelación de presupuestos con los que se operaban programas sociales y educativos que beneficiaban justamente a la población en condiciones de mayor vulnerabilidad, como el de Estancias Infantiles para Madres Trabajadoras o el de Escuelas de Tiempo Completo. El “gobierno humanista”, por lo decir lo menos, parece falaz.
Amor son acciones y no buenos deseos. El presupuesto no está donde tiene que estar. Los ajustes y al presupuesto de la “austeridad republicana” se han ido proyectos faraónicos, como la refinería de Dos Bocas o el Tren Maya -aún y con la evidencia de que este último tendría un impacto ambiental negativo e irreversible- o a la transferencia directa de recursos a las familias en el caso del programa La Escuela es Nuestra o a las y los jóvenes en el caso de las Becas para el Bienestar Benito Juárez. ¿Se busca la rentabilidad electoral?
Al inicio de esta administración era claro que había mucho, muchísimo, que rediseñar y en lo que innovar. Tal claridad y hartazgo con el pasado llevó al Partido Morena a obtener la mayoría de los votos, no solo en la elección a la presidencia de México, sino de los representantes de las cámaras de Diputados y Senadores. Había esperanza de miles de personas, incluyéndome, en que las cosas mejorarían, o de menos, ya no podrían empeorar. Hoy, sin embargo, el bono de esperanza y oportunidad para el cambio ha sido desperdiciado, y con creces. No se ve probable que terminemos el sexenio mejor de lo que comenzó.
El presidente y su gabinete se victimizan de la poca eficacia de sus acciones colocando el dedo acusatorio en el pasado. Estamos en el último tercio del sexenio y no hay resultados en muchas áreas del gobierno. La culpa, nos dicen, toda, es del pasado neoliberal y de los conservadores. Con ese pretexto se desestima cualquier sugerencia, opinión y crítica que no vaya con las propuestas y ocurrencias diarias.
Hoy se desestima la evidencia disponible -aquella que proviene de administraciones pasadas y de la investigación y la evaluación, en prácticamente todas las áreas. El ámbito educativo no es la excepción. Si bien el sistema educativo está en crisis desde hace años, la situación es mucho más compleja y delicada después de dos años de educación a distancia ocasionada por la pandemia por Covid-19. Fernando Carrera, representante de la UNICEF en México, señala que se van a necesitar dos años como mínimo para recobrar los aprendizajes perdidos en la pandemia, lo que conlleva el riesgo [si no se hace nada] de tener una generación perdida.
¿Y qué hizo la SEP encabezada por la maestra Delfina Gómez? Minimizar la crisis, apostar por una estrategia a todas luces insuficiente como lo fue Aprende en casa, en sus distintas versiones, y no defender y “pelear” por un presupuesto mayor para encabezar acciones de política para sortear la emergencia. El trabajo de Delfina en la SEP no sólo fue descafeinado, sino irresponsable. Delfina tiene una deuda con el sistema educativo, al igual que el subsecretario Hugo Gatell con el de salud, pues su paso por la SEP ahondó la crisis del sistema.
¿Podemos esperar algo distinto de la nueva secretaria o es pedirle peras al olmo? Necesitamos, aunque hoy se ve improbable dada forma de gobernar del presidente, una titular de la SEP que sepa dar la batalla ante los problemas del sistema, que le sepa decir no al presidente, que lo contradiga y le diga que el sistema está en crisis, que se necesitan acciones y políticas claras y contundentes desde el nivel federal -sin duda hay entidades y escuelas que han hecho lo que ha estado a su alcance- para atender el rezago de aprendizajes y la deserción escolar, problemas añejos y hoy agravados con la pandemia.
Estamos, sin duda, en una coyuntura difícil. No sólo por la crisis, sino porque no se acepta incluso que hay una crisis, cuando el presidente felicita a la secretaria saliente “por su extraordinaria labor”, cuando ni siquiera tenemos información, a nivel nacional, que nos permita medir la pérdida de aprendizajes- pues la institución que medía dichos aprendizajes fue cancelada y la que hoy la sustituye no ha hecho pública la información sobre la evaluación diagnóstica que se aplicó al inicio del ciclo escolar pasado.
La falta de pericia, experiencia y conocimiento de varios funcionarios, que hoy ocupan sus cargos por su lealtad al presidente, se relaciona de manera directa con la forma personal de gobernar de López Obrador. Para él poco importan la experiencia o las cualificaciones: lo valioso es la lealtad. Por ello, el discurso del presidente, grandilocuente, acusador, e incluso burlón, no encuentra contrapesos en su gabinete.
Siempre hay que dar el beneficio de la duda. Así que estaremos observando lo que propone la nueva titular de la SEP, la maestra Leticia Ramírez Amaya. Esperemos que cuando el presidente le cuestione “¿qué hora es?” no le responda “Lo que usted diga señor presidente.
[1] Es profesora investigadora en el Departamento de Educación de la Universidad Iberoamericana, desde donde coordina El Faro Educativo. @arceliambordon