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¿A las cuántas canciones nos volvemos buenos?

by Pedro Flores Crespo
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Ilustración de un micrófono con símbolos musicales que contrastan con sombras de violencia al fondo, representando la tensión entre arte, censura y seguridad pública.
Pedro Flores Crespo
Pedro Flores Crespo

A mis tías Raquel y Rosa María, por el canto

En una “mañanera” de abril, la presidenta Claudia Sheinbaum convocó a jóvenes mexicanos y estadounidenses a participar en un concurso de música llamado “México canta por la paz y contra las adicciones”.

El propósito de esta iniciativa se divide en dos. Por un lado, abrir oportunidades para que jóvenes talentosos entren al mundo de la música profesionalmente y por otro, crear una “nueva” música mexicana, que esté “inspirada en valores y emociones ajenas a la apología de la violencia y a la denigración de la mujer”. El primer objetivo es encomiable, pero el segundo requiere análisis y discusión.

Como los gobiernos electos desde el de Felipe Calderón (2006-2012) para acá fracasaron en su estrategia de seguridad pública, ¿ahora hay que tratar de controlar los mensajes expresados por el arte y la música con máscara de “promoción cultural”? Claudia Curiel, Secretaria de Cultura, ataja: “No se trata, evidentemente, de prohibir o censurar, sino de hablar de muchas otras cosas”. ¿”Hablar” de lo quiere el gobierno?

Ante el creciente número de muertes y desapariciones, ¿qué podría hacer en realidad la música? Frente al crimen organizado y la colusión de las y los políticos con los delincuentes, ¿qué “rola” tocar? Ante las malas decisiones políticas y sus trágicas consecuencias para las personas, ¿qué himno componer? Van dos aclaraciones.

Primero, el poder de la música y de la canción es innegable. Dicen que Julio César, líder romano, expresó de Casio, su conspirador: “Él no escucha música, sonríe poco”. Entonces, nuestra emociones pueden ser en verdad exaltadas por letras, ritmos y armonías. Pero para que eso sea posible, los artistas deben vivir en espacios de libertad para expresar, sin obstáculos, su razón sensible. Por eso son artistas, no empleados de gobierno. En estos tiempos, componer por encargo de algún poder (religioso, político o empresarial) para adecentar la realidad y promover lo que el sacerdote o “la científica” desean será un jugoso negocio pero insustancial. La “canción del bienestar” no existe o va a ser insulsa por más recursos que le acerquen para crearla.

Segunda aclaración: la violencia es deplorable desde cualquier punto de vista, pero esta surge y se recrea por medios más amplios y complejos que por el simple hecho de escuchar un corrido tumbado o una canción con contenido explícito. Imaginación y realidad son distintas. Las causas reales de la violencia que enfrentamos no han podido (o querido) ser identificadas claramente por los gobiernos de Felipe Calderón, Enrique Peña Nieto, Andrés Manuel López Obrador y ahora el de Sheinbaum que, en lugar de actuar con inteligencia y efectividad, “dejó el camino por coger la vereda”, diría la canción de BuenaVista Social Club.

Los gobiernos electos tienen, por ley, la obligación de combatir el crimen y la violencia y si no dan resultados, dejar el poder y de representarnos. “Qué tiemble el Estado”, canta Vivir Quintana. ¿De qué sirve “prohibir cierta música que supuestamente hace “apología de la violencia” cuando un ex gobernador aliado a la causa morenista burla la justicia ante acusaciones de intento de violación? ¿Se protege al más pobre haciéndonos de la vista gorda ante la creciente extorsión en territorios gobernados por el partido oficial?

Como diría el gran José Alfredo, con este gobierno, “es preciso decir una mentira”. La moralidad no está en el arte ni en la música. La iniciativa de Sheinbaum es una salida falsa. No se puede combatir la violencia “a su manera”.

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