Conozco tu conducta: no eres ni frío ni caliente. ¡Ojalá fueras frío o caliente!
Ahora bien, puesto que eres tibio, y no frío ni caliente, voy a vomitarte de mi boca.
Apocalipsis, 3, 15-16.
No tener moderación muchas veces es causa de que el bien se convierta en mal y la virtud en vicio. (San Ignacio de Loyola)
Nos han tocado vivir en tiempos de polarización política y social. Tal vez es el auge de las redes sociales lo que amplifica esta continua, inacabable y agotadora confrontación entre bandos opuestos, situados en los extremos -en los polos, de ahí su nombre- del espectro ideológico, que sienten unos y otros que tienen la razón en todo.
En el México post electoral la polarización se manifiesta con mucha fuerza y claridad todos los días y no se ve que vaya a terminar con el inicio del próximo gobierno. Pero este fenómeno no es exclusivo de nuestro país. Como afirma Mark Freeman, fundador y director ejecutivo de IFIT (Institute for Integrated Transitions) en una entrevista realizada por la periodista Gabriela Warkentin para su podcast Al Habla, se trata de un “hiper problema” que se vive a nivel mundial. Es un hiper problema global, por un lado, porque impide avanzar en todos los campos a una sociedad y por otro, porque es un riesgo constante, una amenaza permanente que en cualquier momento puede salirse de control y generar violencia.
Según los estudios realizados por el instituto que Freeman dirige, se han identificado según dice en la misma entrevista, dos componentes de la polarización: por un lado, polarización implica distancia -dado que los polos se encuentran ubicados en extremos opuestos- y por otro lado, radicalización.
De manera que el fenómeno o problema de la polarización, como podemos verlo en México y se vive como ya se dijo, a nivel global, produce que nos distanciemos unos de otros. Si en los años noventa, el sociólogo Sergio Zermeño hablaba de Many Méxicos, en su libro La sociedad derrotada. El desorden mexicano del fin de siglo y afirmaba que el problema no era tanto la diversidad de grupos sociales y estratos socioeconómicos que conformaban la sociedad nacional sino la creciente ruptura entre ellos, la distancia que se hacía cada vez mayor y separaba estos Méxicos diversos, estas casi dos décadas y media del siglo XXI han acelerado y profundizado esta separación. Los mexicanos estamos hoy enormemente distanciados.
Pero este distanciamiento entre los diversos núcleos que conforman el país se ha visto agudizado por el enfrentamiento creciente entre dos narrativas opuestas respecto al proyecto de nación que queremos construir: el del bloque gobernante, que ganó las elecciones y tendrá seis años más -al menos- de continuidad que basa su discurso en una transformación histórica del tamaño de la Independencia, la Reforma y la Revolución, con un cambio de régimen que favorecerá al pueblo y por fin construirá una sociedad justa, frente a la retórica opuesta que plantea que se han destruido las instituciones, cuestiona la militarización creciente del país y la concentración del poder absoluto en el Ejecutivo y por ello afirma que la democracia está en riesgo y hay que defenderla.
En esta dinámica estamos atascados como en una especie de callejón sin salida, en un pantano en el que un lado no quiere escuchar al otro y lo cancela de un plumazo. Los dirigentes y seguidores de quienes están y seguirán en el poder niegan toda posibilidad de diálogo con los sectores que sostienen el discurso contrario y lo mismo pasa con quienes se encuentran del lado opositor, que de manera cada vez más evidente no son los políticos ni los partidos ahora paralizados, sino los intelectuales, opinólogos y un sector de ciudadanos.
Como académico que trabaja entre otros temas el de la formación ciudadana, me he preguntado después de escuchar este episodio del podcast y leído el artículo Disfruten lo votado, publicado por la misma periodista en el diario Reforma -que fue acremente descalificado por quienes se encuentran en el polo opositor al gobierno actual- ¿Cómo formar en ciudadanía a las nuevas generaciones en una sociedad atravesada por esta polarización aparentemente imposible de superar? ¿Qué les está enseñando en términos de participación ciudadana esta sociedad distanciada y radicalizada a los niños, niñas y adolescentes a través de lo que ven, escuchan e incluso viven en sus propias familias y círculos de amistades?
Es evidente que formar en ciudadanía no tiene que ver con educar a las futuras generaciones en la indiferencia hacia la política -en el sentido amplio de la cosa pública y también específico de los gobernantes, los partidos y las dinámicas del poder-. Pero tampoco pienso que la educación ciudadana equivalga a la indoctrinación o la ideologización que busque la generación de activistas radicales y cerrados al diálogo como los que tenemos hoy en ambos lados de la discusión pública.
Si como afirma Freeman en la misma entrevista, una de las formas de trabajar para desmontar la polarización es lograr que “los moderados hagan ruido”, se hagan visibles, porque en las sociedades polarizadas los visibles y ruidosos son los que se encuentran en los polos, pues entonces la formación ciudadana en sociedades polarizadas tendría que ver con la educación integral -no dogmática, no ideologizante, no indoctrinante desde ninguno de los polos- que desarrolle en las nuevas generaciones la moderación que se hace oir y que se manifiesta de manera visible y constructiva.
Formar ciudadanos que contribuyan a superar la polarización que frena cualquier desarrollo comunitario y social implica entonces desarrollar la virtud de la moderación que como decía Voltaire: “…es el tesoro del prudente”.
Una moderación inteligente, crítica y responsable, fruto de una formación que enseñe a pensar por sí mismos a los educandos y a formar las propias convicciones que orienten sus decisiones, siempre con apertura al diálogo con los diferentes, superando la visión del mundo en blanco y negro.
Formar ciudadanos moderados no significa formar personas tibias. Como dice bien la sabiduría expresada en el Apocalipsis: a los tibios los vomita Dios. Ser prudente no es ser tibio ni indefinido en las ideas, valores y convicciones sino como afirma la misma Warkentin en su artículo citado: significa “…defender los principios en los que se cree, pero entender el valor del diálogo con los que opinan diferente”. En ese sentido, aunque seguramente esto molestará a los que se adscriben a cualquiera de los polos, suscribo la frase de la misma autora que dice que ser moderado con principios firmes en estos tiempos, es casi revolucionario. Creo que esta es una veta que habría que explorar y hacer metodológica y didácticamente operativa en la formación de los futuros ciudadanos.