Allá en tiempos muy remotos, un día de los más calurosos del invierno, el Director de la Escuela entró sorpresivamente al aula en que el Grillo daba a los Grillitos su clase sobre el arte de cantar, precisamente en el momento de la exposición en que les explicaba que la voz del Grillo era la mejor y la más bella entre todas las voces, pues se producía mediante el adecuado frotamiento de las alas contra los costados, en tanto que los pájaros cantaban tan mal porque se empeñaban en hacerlo con la garganta, evidentemente el órgano del cuerpo humano menos indicado para emitir sonidos dulces y armoniosos.
Al escuchar aquello, el Director, que era un Grillo muy viejo y muy sabio, asintió varias veces con la cabeza y se retiró, satisfecho de que en la Escuela todo siguiera como en sus tiempos.
Augusto Monterroso. El grillo maestro [Minicuento – Texto completo.]
Además de algunos maestros grillos -todos conocemos algunos- que desgastan su tiempo, su quehacer y su carrera en buscar a como dé lugar cierto poder, ingreso extra y prestigio ante sus jefes y las autoridades para irse acomodando y comúnmente creen que eso lo van a lograr obstaculizando las iniciativas y el crecimiento de sus compañeros y colaboradores, también conocemos todos y tal vez sean muchos más, a un alto número de grillos maestros como el de la fábula de Monterroso.
En el fondo ambos tipos de profesores están marcados por una cultura centrada en el control. Los primeros, los maestros grillos, por la cultura de la educación nacional que construyó el viejo sistema corporativista que desafortunadamente sigue hoy vigente, en el que se controla al magisterio a través de el sindicato y de la SEP en un pacto que cambia tranquilidad por impunidad y votos por falta de rendición de cuentas y carencia de calidad y de equidad educativas.
Los segundos, los grillos maestros, están también colonizados y cautivos de la concepción de educación escolar equivalente a controles formales, evidencias, orden, mucho orden; libros de texto, planas de cuadernos o espacios en plataformas digitales a llenar y mediciones que creen que indican lo que en realidad han aprendido los estudiantes e incluso, los valores y el sentido de vida que han desarrollado en su interior.
A ambos tipos de docentes y directores -hay muchos grillos directores o supervisores que se solazan entrando sorpresivamente a las aulas para hacer sentir quién manda, para mantener el control y para supervisar que todo esté sin novedad, que la dinámica de enseñanza-aprendizaje y todas las actividades escolares -y aún las universitarias- continúen funcionando “como en sus tiempos”.
Así se van sucediendo las horas, los días y los ciclos escolares que cumplen con un ritual social de inculcación, supervisión y control que vayan acostumbrando a los educandos a ser ciudadanos dóciles también a los controles, que acepten con resignación que la dinámica social también funcione como en los tiempos de sus padres y sus abuelos, que nada cambie o que todo cambie para seguir igual, como en El Gatopardo de Lampedusa.
De este modo, un buen alumno es el que pasa sus días sentado y escuchando, obedeciendo y manteniendo su comportamiento conforme a las normas, un buen grupo es aquél que hace lo mismo y que se vuelve una masa amorfa en la que todos se van pareciendo y llegando a cumplir con lo que establece “el perfil de egreso” institucional o del modelo educativo planteado a nivel regional o nacional.
Un buen profesor es un grillo profesor que se encarga de controlar que todo funcione en el aula como en sus tiempos, en aquéllos viejos tiempos en que él o ella estudió. Un buen director es el que controla a sus docentes, estudiantes y padres de familia para que no pase nada, para que no se mueva ni una idea que no esté dentro del programa de cada materia y del currículo de cada nivel.
El supervisor, como su nombre lo indica, es el responsable de revisar, vigilar y sancionar a las escuelas que se salgan de estos comportamientos regulares y regulados que se plantean precisamente para que todo funcione como siempre y un buen funcionario de la SEP o un buen líder sindical es quien se hace cargo, convenciendo, coptando, presionando o acosando a los docentes para que todo funcione sin novedad, para cumplir con el pacto político implícito de que mientras sean buenos soldados del sistema -el viejo, el neoliberal o el supuestamente transformado, que no son lo mismo pero son igual como diría Silvio Rodríguez-, la autoridad no se meterá en nada y dejará que los grillos maestros y los maestros grillos hagan lo que consideren más conveniente para mantener todo como en sus tiempos.
Esta es la tragedia nacional a la que hace muchos años Gilberto Guevara Niebla señaló con su ya clásico artículo: México ¿País de reprobados?, con el que inició un debate aún no resuelto pero acallado por un supuesto nuevo modelo de escuela mexicana que algunos llaman “utopía posible” y que dice que hablar de calidad y evaluar los aprendizajes o tratar de hacer innovación es neoliberal.
Tenemos entonces un sistema educativo y una dinámica educativa cotidiana que se enorgullece cuando todo está sin novedad, aunque no haya una presencia real de quien encabeza la secretaría responsable de formar a los futuros ciudadanos del país y hacer que la escuela sea realmente un mecanismo igualador social y económicamente hablando, aunque los libros de texto tengan errores y horrores que se impide que se revisen y se discutan porque se atribuye todo a los adversarios políticos de este gobierno, aunque el presupuesto en educación disminuye calladamente mientras el del Ejército y la Marina crecen exponencialmente.
Así es hoy y así ha sido históricamente: la búsqueda de una educación sin novedad que, sin embargo, nos sorprende que no entusiasme, que aburra y expulse a los niños, adolescentes y jóvenes que no ven nada significativo para su vida en ese espacio de controles y prescripciones.
No obstante, la educación auténtica es novedad permanente. Consiste en que las cosas cambien y que solamente lo que realmente valga la pena y siga siendo pertinente se mantenga como en otros tiempos y que todo lo demás cambie, sea innovado, recreado, resignificado por educadores que si tienen la vocación y la pasión, como decía Freire: recantan el mundo, redanzan el mundo, reescriben el mundo, repintan el mundo.
Ojalá empujemos desde abajo los educadores, los padres de familia y los mismos educandos conscientes para que pasemos en el país de una educación sin novedad a la novedad cotidiana de la educación. Este es el gran reto creativo, la obra de arte que tenemos que construir.
Para ello habría que aceptar en cada aula y escuela y en el sistema educativo en su conjunto la invitación de Walt Whitman en su poema: “No dejes que termine el día sin haber crecido un poco, sin haber sido feliz, sin haber aumentado tus sueños. No te dejes vencer por el desaliento. No permitas que nadie te quite el derecho a expresarte, que es casi un deber. No abandones las ansias de hacer de tu vida algo extraordinario. No dejes de creer que las palabras y las poesías sí pueden cambiar el mundo. Pase lo que pase nuestra esencia está intacta. Somos seres llenos de pasión. La vida es desierto y oasis. Nos derriba, nos lastima, nos enseña, nos convierte en protagonistas de nuestra propia historia. Aunque el viento sople en contra, la poderosa obra continúa: Tu puedes aportar una estrofa…”