Abraham Sánchez Contreras
Cuando era estudiante universitario en los ochenta, el marxismo aún se ceñía a las lecturas de El Capital traducida al español en 1975 por el traductor uruguayo Pedro Scaron, la educación era concebida como parte de una superestructura que reproducía los modos de producción y las formas de sujeción de la clase trabajadora, pero el tiempo y las construcciones sociales han tejido historias diferentes respecto a su concepción.
El marxismo, ha sido sujeto de distintas revisiones y dejó de ser solo una expresión de pensamiento político y económico exclusivo de Marx y de los marxistas ortodoxos, se ha abandonado paulatinamente la idea de asociarlo únicamente a comunismos intransigentes. Su ethos evoluciona, ofreciendo ideas progresistas que se han configurado en nuevas corrientes de izquierda y que responden categóricamente a los estragos sociales de la globalización de la economía, la cual amplió indiscriminadamente los márgenes de plusvalía de las empresas trasnacionales y concentró el ingreso en unos cuantos, arrasando y desangrando las frágiles estructuras económicas de los países que no eran jugadores del club.
La desigualdad, el rezago socioeconómico, la pobreza, la migración y el deterioro ambiental fueron algunos efectos de la lamentable herencia de esta globalización; las respuestas de descontento han sido diversas, transitando desde el anarquismo, el populismo y las posturas de ultraderecha, así como, manifestaciones de nuevas izquierdas que intentan revitalizar las economías y la vida social de millones de personas a partir de nuevos paradigmas que privilegian la innovación política, social y cultural.
En lo que respecta al ámbito educativo, el marxismo ha sido parte de la academia desde finales de los sesenta, pero el debate aun es inconcluso, la revisión de su concepción ideológica y articulación sociopolítica debe responder a distintas interrogantes a partir del deslinde entre ciencia y política ¿Quién enseña?, ¿Qué y cómo enseña?, estos cuestionamientos, a su vez, deben de ser filtrados por el contexto y la historia de dónde se enseña.
Los docentes de los distintos niveles educativos son actores fundamentales e históricos en todos los procesos de cambio social, en estos tiempos la conformación de nuevos esquemas de igualdad, tolerancia, inclusión y participación plural no puede prescindir de su opinión y acción cotidiana en el aula.
La vieja izquierda consolidada y asentada en las instituciones educativas, sobre todo en la educación superior, manifiesta recelo y desconfianza a las propuestas innovadoras con justa razón, recurrentemente se utilizó a la masa actora de la educación y su gran peso político para respaldar proyectos ajenos a su vocación social.
La educación para la teoría marxista es un asunto de adecuación a una realidad que es cambiante con la evolución del hombre y la sociedad misma.
En el contexto actual la educación que surge de las nuevas izquierdas recupera no solo la formación integral de los sujetos, sino propone una educación lejana de los fundamentos procapitalistas que justifican la división del trabajo, piedra angular de la producción capitalista. Es una respuesta natural de las izquierdas progresistas a la despersonalización inherente que conllevan los procesos globalizadores orientados a la competencia y a la operación de los mercados.
No se vislumbra hasta dónde penetrarán estas ideas en los sistemas educativos latinoamericanos, lo que sí es palpable, es que la perspectiva es compartida por varias naciones y, la educación actual, además de dotar a los estudiantes de las habilidades y los saberes científicos necesarios, debe también de tener alma y no extraviar en lo que esencialmente significa educar personas.