Revista Aula

Por una educación que nos dé mejores historias que contar: aprendizaje socioemocional para la justicia social

Tania Bañuelos
Tania Bañuelos

A pesar de que no tuve todos los privilegios, desde pequeña, me vi rodeada por muchas personas que me acompañaron y me hicieron sentir en un lugar seguro. Logré tener confianza en mí; pese a las revistas juveniles de moda, tuve la fuerza para no sucumbir al sistema que me invitaba a ir en contra mi cuerpo; mi hermano con discapacidad, fue incluido y respetado en las escuelas a las que asistió; había una gran capacidad para comunicarnos en familia y esto se replicó en mis relaciones de pareja; me fue sencillo hacer amigas y amigos en cada lugar al que me mudé; y al involucrarme en el sector laboral, pese a lo que había escuchado, no fue tan complejo resolver conflictos y colaborar.

Uggghhh…. Me habría gustado poder contar esa historia, que fuera real; sin embargo, la verdad es que sentí muchas otras emociones desagradables porque no hay forma de negar que la estructura de la realidad es violenta. Me costó trabajo entenderme, regularme y no suprimir emociones. No pude defenderme a veces y no pude defender a otras y otros. Soy parte de las estadísticas de las violencias que se reproducen en este país. Soy parte de quienes perdemos oportunidades personales y profesionales, o nos cuesta desarrollar nuestro potencial porque traemos atravesadas la realidad social y la carencia de educación socioemocional, parte esencial para el bienestar y el florecimiento humano, como lo llama Seligman.

¿Es culpa de alguien? Simplificaré en que hay culpa y responsabilidad que tomar y que gran parte de esta, es de la escuela que respondió a la producción y consumo, sobre el desarrollo personal y fortalecimiento de nuestra libertad, que nos ha llevado a la ignorancia, y no de conocimiento y habilidades en general, hablo del analfabetismo emocional. Habrá que deducir, que YO, TÚ, nuestras familias, compañeras y compañeros de escuela, colegas y cualquier persona a la que nos encontramos, seguramente, no tuvimos orientación de qué hacer con lo que sentíamos, y así, hemos tenido que atravesar un camino complejo para intentar conocernos, desarrollar una autoestima saludable, comunicarnos amable y asertivamente, resolver pacíficamente conflictos, y colaborar para hacer espacio para la conciencia social.

Por otro lado, distintas organizaciones mundiales e investigaciones de distintos centros y universidades llevan décadas publicando los resultados sobre la ventana de oportunidad de actuar en los primeros años de vida. No hay contradicción. Apostar por el desarrollo de infancias saludables nos encamina a esa sociedad próspera que deseamos, a esa que es justo que vivamos y es responsabilidad de que procuremos para otras y otros.

Resaltaré dos puntos clave de estas investigaciones: primero, el cerebro siempre se está desarrollando, pero las experiencias en los primeros años de vida impactan en la construcción de bases sólidas, o débiles, que repercuten en el aprendizaje, la conducta y la salud física y emocional hasta la edad adulta. (Center on the Developing Child, 2017). Además, consideremos lo siguiente: el cerebro, a lo largo del tiempo, experimenta disminución en su capacidad de adaptación al cambio. Conforme avanza nuestra edad, requerimos más esfuerzo para aprender, ya sea para modificar pensamientos, habilidades o conductas (ibid.). De esta forma, después de la infancia temprana, necesitaremos más apoyo y recursos para transformar las conexiones neurológicas que ya hicimos y que impactan en lo personal, productivo y profesional y el bienestar. Recursos que serán demandados a los gobiernos. Segundo, prestemos atención al efecto de la prevención ante la reparación en la que hacen hincapié, entre otras disciplinas, la neurociencia, la psicología, la economía y el sistema de salud. Consideremos esto: la creación e implementación de programas y políticas efectivas para la infancia temprana cimenta un mejor futuro, además, beneficia a los niños y niñas más vulnerados por las afectaciones del estrés tóxico que vive el cerebro por falta de acceso a servicios básicos en salud; maltrato infantil; abusos, etcétera. La inversión en programas para las infancias genera retornos positivos, “que exceden de lejos sus costos” (Center on the Developing Child, 2007). Algunos ejemplos del impacto de programas de calidad implementados en la primera infancia y enfocados en aprendizaje socioemocional son: menor cantidad de retos emocionales y conductuales en la adolescencia (Durlak et al, 2011), mayor capacidad de autorregulación emocional y menor número de problemas conductuales, (Blewitt et al. 2018), del 10% a 25% más de ingresos en la edad adulta (Bartik,T. J. 2014), efectos positivos en la reducción de crimen y problemas de salud, mejores habilidades cognitivas y no cognitivas (Heckman and Karapakula, 2019). Creo que podemos notar efectos que deseamos que más infancias, comunidades y sociedades pudiéramos vivir. Podemos prevenir, podemos permitir que haya otras historias de vida que se cuenten, que ya no haya quien quiera borrar su infancia o que ni siquiera pueda recordarla.

En México, si bien hay un impulso en la agenda educativa para integrar el aprendizaje socioemocional, la verdad es que faltan recursos para poder hacerlo responsablemente. Tantas veces he escuchado y sido testigo de que las y los educadores buscan cómo apoyar, haciendo los más increíbles esfuerzos por mantenerse de pie y no derrumbarse ante las historias que escuchan y los efectos que ven en sus estudiantes, y la impotencia y cansancio de no saber qué hacer, ni cómo. Sí, las y los docentes deben enseñar los campos formativos, de los que damos por sentado que tienen los conocimientos, pero ¿quién de ellos ha tenido educación emocional para entonces dirigir y facilitar un currículo así a las niñas y niños? La respuesta es que muy pocos y esto gracias a algunos programas que se han implementado desde hace unos años en algunos estados.

Compartiré el ejemplo de un programa que atiende estas necesidades. Actualmente colaboro en Think Equal, un movimiento y programa de educación socioemocional para niñas y niños de 3 a 6 años, diseñado con las mejores prácticas de líderes mundiales en neurociencia, psicología, educación y derechos humanos, que busca hacerles frente a los ciclos de violencia y a la cultura de la discriminación desde el bienestar y la salud mental. Esto con el impulso del desarrollo de competencias psicosociales y la búsqueda de la justicia social con enfoque en la empatía y la inclusión. Con capacitación docente, intervenciones de hora y media durante 30 semanas en aula, recursos para las familias, monitoreo y evaluación constante, se han obtenido resultados que coinciden con niñas y niños con mayor regulación emocional, con menor ansiedad, ira y agresión, mayor autoconciencia y comportamiento prosocial en comparación de compañeros que no tuvieron acceso a Think Equal, anotó el Dr. Craig Bailey, de la Universidad de Yale (2019). Incluso hubo resultados favorables en el bienestar de los profesionales de educación que realizaron la implementación del programa. En particular, me siento en confianza de ver próximamente estos resultados en México, pues actualmente, Think Equal se está implementando en 11 estados de la República en los servicios comunitarios de preescolar de CONAFE, buscando estos efectos positivos en estas comunidades particularmente vulneradas donde necesitamos continuar activándonos para reducir brechas y fortalecer las oportunidades para la vida y la felicidad de estas niñas y niños. En colaboración con Radix Education, como socio implementador, buscamos acompañar y prevenir desigualdades sociales mientras aprendemos con las comunidades.

Pero, aun con todos los esfuerzos, que resultan insuficientes ante esta gran necesidad de atender al aprendizaje socioemocional y así aportar a una sociedad más justa, me quedo pensando: ¿cuánta más violencia y tristeza necesitamos ver y sentir alrededor para exigir educación integral que nos permita sentirnos y acompañarnos mejor? ¿Cuántos más deseos y esperanzas de vivir en una sociedad empática, compasiva, equitativa y justa necesitamos juntar?

Como decía al inicio, hay culpa y responsabilidad que tomar. Ya estamos sufriendo las consecuencias de no saber dónde poner y cómo atravesar esas emociones que nos han ido destruyendo y separando unos de otros, de las sociedades y el medio ambiente. Ya nuestra infancia tuvo ese impacto y nos toca atravesar ese camino más pedregoso para alcanzar el bienestar. No puede ser opcional ofrecer formación e inversión para la educación socioemocional al alcance de todas y todos. La educación debe seguir evolucionando y dejar de anteponer el beneficio de la economía y responder al desarrollo y florecimiento humano. La educación debería ser parte y fortaleza de nuevas historias que contar que sí queramos recordar.

Acerca de la autora

Tania Bañuelos Murillo, originaria de Tepic, Nayarit. Máster en gestión emocional y mindfulness por el Instituto Superior Europeo de Barcelona; Maestra en Liderazgo y Educación por Enseña por México; Instructora de Bienestar y Equilibrio por AtentaMente; Licenciada en Sociología por la Universidad Autónoma Metropolitana. Tiene amplia experiencia en diseño y facilitación de experiencias de aprendizaje para el desarrollo de habilidades socioemocionales y liderazgo. Ha fungido como jefa de formación, coordinadora y facilitadora en distintas ONG. Actualmente es consultora en coordinación de programas de Think Equal para México.

Referencias

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