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La formación inicial docente como habilitación para el ejercicio de la profesión

Germán Iván Martínez Gómez

En fecha reciente participé, como asistente, en un panel relacionado con el Análisis de las prácticas de intervención pedagógica que, estudiantes de segundo y tercer grados que cursan las licenciaturas en enseñanza y aprendizaje del español, inglés y telesecundaria, llevaron a cabo en instituciones de educación básica en algunos municipios del sur del Estado de México.

Algunos problemas, mencionados por los responsables de los cursos del trayecto formativo: Práctica profesional y saber pedagógico, tuvieron que ver con el retraso en la entrega de las planeaciones didácticas, un conocimiento limitado del modelo educativo vigente (Nueva Escuela Mexicana) y de sus enfoques, métodos de trabajo, estrategias didácticas e instrumentos de evaluación. Otros fueron la falta de dominio de los contenidos, el diseño de proyectos a partir de la lectura de la realidad, la identificación de situaciones problemáticas, la recuperación de los intereses de las y los estudiantes y el trabajo interdisciplinario. Se mencionaron, además, el control del grupo, la elaboración y uso de materiales y recursos didácticos, la gestión del tiempo, la organización del trabajo (individual y colectivo), y la implementación de acciones específicas para favorecer el pensamiento crítico y creativo.

Como sabemos, la docencia es una práctica profesional con características y demandas específicas que requieren de una formación inicial sólida, centrada en el desarrollo de capacidades pedagógicas y en la construcción de una identidad profesional consciente y comprometida. En México, las Escuelas Normales siguen desempeñando un papel fundamental en la preparación de futuros docentes, a través de un enfoque formativo que integra prácticas de observación, adjuntía y ejecución a lo largo del proceso de formación. Este enfoque busca no sólo la adquisición de conocimientos teóricos, sino la vivencia y reflexión sobre la práctica educativa, un aspecto que resulta esencial para el ejercicio de la docencia como profesión (Latorre, 2015).

Particularmente, estoy convencido de que la docencia se distingue de otras profesiones por su dimensión única y su carácter artístico. Enseñar no es simplemente transmitir conocimientos, sino también involucrar la creatividad, el juicio crítico y la capacidad para inspirar y guiar el aprendizaje de los estudiantes. Cada aula representa un escenario de interacción social y emocional, en el cual el docente debe ser capaz de adaptarse, interpretar y responder a las necesidades de los estudiantes en contextos diversos. Esta dimensión «artística» de la docencia se desarrolla en la formación inicial, que no sólo pretende enseñar habilidades técnicas, sino promover una visión integral del quehacer educativo.

Son muchos los autores que hay señalado que las prácticas pedagógicas representan el núcleo de la formación en las Escuelas Normales, pues son el espacio donde los futuros docentes aplican y adaptan los conocimientos, habilidades y actitudes que han adquirido. Estas prácticas (de observación, adjuntía y ejecución) ofrecen experiencias auténticas en las que los estudiantes normalistas experimentan, de primera mano, los retos y las dinámicas de la enseñanza en distintos contextos educativos. La observación permite que los estudiantes analicen diferentes enfoques y estrategias pedagógicas; la adjuntía les ofrece la oportunidad de involucrarse en la planificación y ejecución de actividades con apoyo; y la ejecución les da la responsabilidad de llevar a cabo, de manera autónoma (pero con supervisión), el proceso de enseñanza-aprendizaje-evaluación.

Estas experiencias constituyen una fuente de conocimiento valiosa. Al participar activamente en las prácticas pedagógicas, los futuros docentes adquieren una comprensión profunda de la realidad escolar, fortaleciendo así su capacidad para tomar decisiones informadas y adaptarse a situaciones inesperadas. Este proceso gradual de inmersión en la práctica es esencial para que los estudiantes desarrollen capacidades relacionadas con la gestión del aula, la planificación de actividades y la evaluación de los aprendizajes; al mismo tiempo, contribuyen a la construcción de su identidad profesional.

Desde mi perspectiva, la formación inicial docente no puede entenderse únicamente como un proceso de adquisición de habilidades operativas o técnicas. En su esencia, es un proceso formativo que debe resignificarse continuamente, ya que en ella se generan, como sostiene María Cristina Davini (2018), los cimientos de la acción educativa. Para esta autora, la formación en la práctica docente es fundamental, pues permite abordar tanto el aprendizaje de habilidades prácticas como la comprensión teórica de los fenómenos educativos y la reflexión crítica. En este sentido, para que un docente pueda transformar la realidad educativa, necesita de una formación que le permita conocer (y comprender) las complejidades de los contextos en los que trabajará, así como desarrollar la sensibilidad y el juicio necesarios para tomar decisiones adecuadas.

Por ello, la formación docente debe entenderse como una práctica profesional que va más allá del aula. Implica el desarrollo de capacidades reflexivas que permitan al docente analizar, cuestionar y adaptar sus prácticas según las necesidades de sus estudiantes y las particularidades del entorno. Esto exige que los docentes en formación aprendan a enseñar, pero también, que adquieran herramientas para enfrentar y responder a los desafíos educativos de manera contextualizada, lo cual es posible únicamente mediante una formación integral y crítica.

La docencia es una práctica profesional en la que se conjugan teoría y práctica, y en la cual el profesional debe conocer, comprender y transformar la realidad educativa. Esto implica una capacidad reflexiva que no se limita a la ejecución de técnicas de enseñanza, sino que abarca la toma de decisiones fundamentadas en el análisis de las situaciones escolares y las experiencias de los estudiantes. A través de una práctica reflexiva, el docente se adapta a los desafíos del aula, pero también busca mejorar su práctica, innovar en sus métodos y contribuir al desarrollo integral de sus estudiantes.

Vista de esta manera, la práctica docente se convierte en una forma de acción que requiere, desde luego, habilidades pedagógicas y didácticas, pero además, una comprensión profunda del contexto y una actitud crítica hacia las realidades sociales y culturales de los estudiantes. Este enfoque anima una docencia que no es simplemente técnica, sino que es esencialmente transformadora y profundamente comprometida con la equidad y la justicia social en el ámbito educativo. La formación inicial, al integrar prácticas reflexivas y contextuales, prepara a los futuros docentes para asumir este rol profesional con responsabilidad y aptitud.

En conclusión, la formación inicial docente en las Escuelas Normales mexicanas habilita para el ejercicio de la profesión al proporcionar una base sólida de conocimientos teóricos y prácticos, al tiempo que fomenta una comprensión crítica de la realidad educativa. Las prácticas pedagógicas son un componente esencial de esta formación, ya que permiten a los estudiantes aplicar y reflexionar sobre los saberes adquiridos, convirtiéndose en una fuente de experiencia y desarrollo profesional invaluable. Y la docencia, con su dimensión artística y profesional, exige una preparación que vaya más allá de lo técnico, involucrando la reflexión y la capacidad de conocer, comprender y transformar la realidad educativa.

Fuentes:

Davini, M. C. (2018), La formación en la práctica docente. Argentina: Paidós.

Latorre, A. (2015), La investigación-acción. Conocer y cambiar la práctica educativa, México:

Graó-Colofón.

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