Revista Aula

Porque sí: hay que ser valientes para mirarse por dentro

Rosalba Gascón Pérez
Rosalba Gascón Pérez

Ana era una de las alumnas más ordenadas de su grupo. Tenía cuadernos impecables, cumplía con sus tareas y daba respuestas correctas. Sin embargo, de vez en cuando, cuando algo salía mal —una calificación que no esperaba, una discusión con una amiga—, sentía que había fallado y se quedaba en silencio. Como si no supiera muy bien qué hacer con eso que le pasaba por dentro.

Un día, su maestro les pidió dibujar un mapa de su semana. Pero no se trataba de un mapa de lo que habían hecho, sino de lo que habían sentido. Al principio, Ana no supo cómo empezar. Después de varios intentos, entre dibujos de nubes, soles, tormentas y caminos con baches, descubrió que llevaba tiempo cargando con emociones que no había nombrado. Esa fue su primera expedición al mundo más revelador: el de sí misma. Desde entonces, Ana no solo quiso explorar el mundo, los planetas, las letras o la naturaleza. También quiso conocerse a ella misma.

Así como existen exploradores del mundo exterior (de los océanos, de las montañas, del espacio), también debería de haber exploradores del mundo interior. Personas que se atrevan a mirar hacia dentro: a sus emociones, pensamientos, dudas y anhelos. Porque el viaje más desafiante, y a veces más necesario, es el que hacemos hacia nosotros mismos.

Y es que aprender a mirar hacia adentro no es tarea menor. Implica detenernos un momento para reconocer lo que sentimos, por qué lo sentimos, cómo lo expresamos. Ser conscientes de nuestro presente, de lo que escuchamos, de lo que nos duele o nos alegra. Y hacerlo sin juicio, sin pensar que hay emociones “buenas” o “malas”. Solo hay emociones, todas válidas, todas útiles si aprendemos a escucharlas.

Los datos lo respaldan, de acuerdo con el Instituto Panamericano de Investigación para las Relaciones Exitosas e Inteligentes (IPIREI), en América Latina ocho de cada diez personas tienen dificultades para manejar sus emociones. Y se estima que la inteligencia emocional puede representar hasta el 70% del éxito general de una persona en la vida, según estudios de Revankar. No es un lujo, no es un accesorio: es central para nuestro bienestar.

Por eso, también en la escuela y en casa deberíamos de enseñar y acompañar a las y los niños a “hacer tarea” con lo que sienten. Las emociones se pueden aprender a identificar, a comprender y a regular. Son herramientas poderosas no solo para vivir mejor, sino para aprender mejor. Cuando conectamos lo que sentimos con lo que aprendemos, cuando vemos en los contenidos escolares algo que también nos habla de lo que vivimos, el aprendizaje se vuelve más profundo y significativo.

Además, nuestras emociones influyen en la forma en que percibimos el mundo. No es lo mismo enfrentarnos a un problema desde la frustración que desde la curiosidad. No es igual compartir un desacuerdo desde el enojo que desde la empatía. Por eso, si aspiramos a una convivencia más sana —en la escuela, en casa, en la sociedad—, necesitamos aprender a tratarnos con el mismo respeto y cuidado que esperamos dar a los demás, así como aceptar los procesos de cada uno y reencontrarnos con nuestras emociones. Lo que les damos a los otros, dárnoslo también a nosotros. Y viceversa.

Porque sí, también hay que ser valientes para viajar hacia dentro. Reconocer lo que sentimos es prepararse mejor para cualquier misión. Como Ana, todas y todos podríamos trazar ese mapa interior que no aparece en los libros, pero que nos guía para vivir mejor y con más sentido. Y mientras antes comencemos será mejor: sembrarles en casa y en la escuela desde pequeños la semilla de conocerse y entender lo que sienten les ayudará a los niños y a las niñas a regular mejor sus emociones no solo en la infancia, sino a lo largo de toda su vida.

Por: Rosalba Gascón Pérez, coordinadora de proyectos de intervención en Mexicanos Primero Jalisco

Correo: rgascon@mpj.org.mx

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