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La historia detrás del reporte de los Futuros de la Educación de la UNESCO

Elisa Guerra Cruz

No sabíamos lo que se nos venía encima. Era enero de 2020 y estábamos en la antesala de una crisis sanitaria de grandes proporciones. Si bien, los medios reportaban noticias de la existencia de un nuevo virus, la mayor parte del mundo estaba al margen, incauto y desenfadado. “China está muy lejos”, pensábamos y decíamos, como si no perteneciéramos a un ecosistema irremediablemente interconectado. La vida seguía inmutable para la mayoría de los habitantes del planeta.

Bajé del autobús, tras una hora de viaje desde el aeropuerto. Era de noche –los días son demasiado cortos en invierno– y hacía un poco de frío, pero no tanto como para desanimarme a caminar los veinte minutos que me separaban de mi hotel. Arrastraba la maleta. A medio camino me detuve hechizada por la visión de una torre Eiffel iluminada y serena. Su silueta recortaba el cielo nocturno. Saqué mi celular para tomar un par de fotos y caí en cuenta que mis manos temblaban. Mis piernas también. Fue una sacudida ligera, casi imperceptible. No era el aire helado, ni el desfase horario, ni el tiempo desde mi última comida. El aleteo que me inquietaba, que hacía que sudaran mis manos entumecidas, venía de adentro, muy adentro. Reconocí que me embargaba un sentimiento. 

Mi presencia diminuta y sobrecogida en el Campo de Marte tenía entusiasmo y terror, a la vez. ¿La razón? por invitación expresa de la UNESCO pasaría los siguientes días trabajando en el seno de la recién formada Comisión Internacional para los Futuros de la Educación. ¿El mandato? “Repensar el papel de la educación, el aprendizaje y el conocimiento a la luz de los enormes desafíos y oportunidades de los futuros predichos, posibles y preferidos.”  

En casi ocho décadas de vida la UNESCO establecía por tercera vez una comisión internacional independiente para elaborar un reporte global que orientara la política y la práctica educativa para las décadas venideras. La primera comisión publicó, en 1972, el reporte titulado Aprender a ser: el mundo de la educación hoy y mañana, conocido como el “Reporte Faure”, porque estuvo coordinado por Edgar Faure, un destacado político francés, Primer Ministro en los 50. La segunda comisión a cargo de Jaques Delors, otro destacado político francés, publicó, en 1996, otro reporte muy influyente que orientaría las políticas educativas del cambio de siglo. La educación encierra un Tesoro también se conoció como el “Reporte Delors”.

Los apelativos de ambos derivaron de los políticos que encabezaron las comisiones que los elaboraron. En contraste, la comisión encargada del tercer reporte no sólo fue la más diversa y numerosa, sino también la primera en ser liderada por una mujer: Sahle-Work Zwede, presidenta de la República Democrática Federal de Etiopía. Además de la presidenta, en el grupo de 18 personas, habíamos cinco mujeres más.  Entre ellas, Vaira Vike Freibega, a quien nos referíamos como “Madame President”, porque fue dos veces presidenta de Letonia. 

Antes de viajar, yo había leído en la web de la iniciativa cuan inmensa, estimulante y compleja prometía ser la tarea encomendada. Este reto me emocionaba. Había leído también que conviviría con destacadísimos líderes intelectuales. Este hecho me aterraba. No sabía –en realidad, nunca he sabido– cómo había aterrizado yo en ese grupo, que incluía ministros, activistas, profesores universitarios, escritores, antropólogos, investigadores, economistas, un senador, un embajador…. y a mí, una mamá que se re-imaginó maestra, y que un día decidió fundar la escuela que quería para sus hijos. 

Apenas nos presentamos las primeras ideas comenzaron a fluir, tanto en los intercambios formales como en los informales: recesos, comidas y breves caminatas entre el hotel y el edificio sede de la UNESCO. Los días transcurrieron agitados y raudos. La última sesión nos despedimos con una agenda de trabajo para los dos años que invertiríamos en el proyecto. La siguiente reunión sería en septiembre, en Nueva York, durante la 75ª Asamblea General de las Naciones Unidas. Nunca se materializó. Nuestros debates no volvieron a darse cara a cara.

En tan solo unas semanas, pasamos de la sala con enormes ventanales en París a la plaza obligada de las pantallas. Atrapados en los mismos espejismos rectangulares que cientos de miles de estudiantes y maestros –los más afortunados– ensayaban como alternativa a la escuela. La crisis estaba en su apogeo. El reporte se escribió, íntegramente, durante los dos años de la pandemia, acompañado por algunas declaraciones conjuntas y recomendaciones que se publicaron paralelamente a nuestras deliberaciones. La incertidumbre no nos desvió del mandato. Stefania Giannini, Directora Asistente para Educación de la UNESCO, estuvo presente en la gran mayoría de las reuniones y, en ocasiones, nos acompañó también la Directora General, Audrey Azoulay.

Contamos con el apoyo del Secretariat. Un pequeño grupo de personas brillantísimas que mes a mes nos informaba del avance y primeros resultados de la consulta global, en la que más de un millón de personas de diversas partes del mundo hicieron sus aportes, a través de una encuesta, un ensayo, o la imagen de una obra artística original. Además, UNESCO solicitó a instituciones afiliadas la elaboración de documentos que informaran nuestro trabajo. El Secretariat, liderado por Sobhi Tawil y Noha Sobe, fue confeccionando, con los retazos que entre todos íbamos escribiendo, un solo reporte integrado, que que finalmente se publicó en dos centenares de páginas. 

Muy pronto nos dividimos en pequeños grupos de trabajo, elegidos con base en nuestros intereses. Antonio Nóvoa, Embajador de Portugal ante la UNESCO, fungió, a petición de la presidenta, como coordinador de los trabajos. Mis “compañeros de equipo” fueron Fernando Reimers y Vaira Vike Freibega.

Cuando leí la historia de la pequeña Vaira quise llorar. Una niña precoz que nunca había asistido a la escuela. Un campo de refugiados en la posguerra. Una vida precaria en tiempos inciertos. Lectora voraz desde los cuatro años. Expulsada de clase en su primer día por cometer la insolencia de saber leer antes de tiempo e incurrir en el imperdonable pecado de la indisciplina. “Yo misma no sabía qué era lo que había hecho enojar tanto a la maestra,” escribiría muchos años después. Sospechaba que había sido la insensatez de apiadarse de quienes no podían leer y eran sistemáticamente ridiculizados. Vaira pagó el precio de susurrarles las respuestas, de pronunciarse en voz alta en contra de lo que le parecía cruel e injusto. Fue obligada a permanecer de pie afuera del salón de clases, excluida, avergonzada, su cabello atrapando briznas de nieve. Y luego, la deshonra, la vergüenza de sus padres en la habitación que la familia compartía con otros catorce refugiados, ciudadanos de tercera recluidos tras los alambres de púas que circundaban el campo. 

La niña que se sobrepuso a las adversidades y sirvió dos periodos consecutivos como la primera presidenta de Letonia me mira desde la pantalla de mi computadora. Compartimos el mosaico de rectángulos con Fernando Reimers, profesor de Harvard, y uno de los mayores expertos mundiales en política educativa internacional. Los tres conformamos este subcomité con el objetivo de desarrollar y escribir propuestas sobre la necesaria transformación de la escuela y los docentes. Cada uno ha redactado ideas para auxiliarnos en la labor. Es ahí cuando Vaira nos abre una ventana vulnerable e íntima a su primera experiencia educativa y a su compromiso por cambiar el statu quo para los escolares que inician su vida académica. 

Fernando Reimers lidera nuestro pequeño grupo. Nos trae de vuelta cuando nos encumbramos en los ideales. Nos aterriza cuando las neuronas y el alma se arremolinan. Hablamos de cómo es y cómo creemos que debería de ser el rol del maestro en la pos-pandemia y, aún más allá, rumbo al 2050. Hablamos de tecnología, ciudadanía global, cambio climático… Nos enfrascamos en alocados intercambios sobre pedagogía y didáctica, formación docente, educación socioemocional… En un punto álgido, Vaira frunce los labios. La niña que venció lo invencible, la mujer cuya vida podría muy bien definirse como heroica hace una pausa y sin poder evitarlo, exclama: “Todo esto es importante y necesario, pero me obliga a preguntarme si no estamos poniendo demasiado peso sobre los hombros de los maestros. Tendrían que ser súper héroes para cubrir tantas expectativas.” Me quedo sin palabras.

Comenzamos después a compartir los primeros escritos de los subcomités. Los recibimos con suficiente anticipación para leerlos, anotarlos, comentarlos y llegar preparados a la siguiente reunión. No siempre fue fácil llegar a acuerdos. Especialmente cuando se trataron temas álgidos. En algún momento, alguien anunció que no podría poner su nombre al documento si no se aclaraba alguna de las controversias. En más de una ocasión sentí que nuestro trabajo se atascaba, pero ni una sola vez se perdió la compostura o el respeto. Al final, conseguimos el añorado consenso: un documento sólido que pudiera ser ratificado por todos.

A excepción de la primera, todas las reuniones antes de la publicación –las plenarias, las de los subgrupos, y las que sostuvimos con la Junta Consultiva– se llevaron a cabo desde nuestras pantallas, en inglés y francés, con la añadida complejidad de los husos horarios. Perdí la cuenta de cuántas versiones leí del reporte, cuántos comentarios con control de cambios envié, y, sobre todo, de cuántos descubrimientos y aprendizajes, a un tiempo fortuitos y desgarradores, adquirí en esos meses. 

El reporte, finalmente titulado Reimaginar Juntos Nuestros Futuros: Un nuevo contrato social para la educación, se presentó en la Asamblea General de la UNESCO, en noviembre de 2021. Desde entonces, se ha presentado y discutido en innumerables ocasiones alrededor del mundo. 

Más de dos años después, regresé a París a la Pre-Cumbre “Transformando la Educación”. Caminé las mismas calles entre el hotel y la Place de Fontenoy, cobijada por la tibieza del verano. Volví a abrazar –aún con la cautela que nos dejó la pandemia– a los compañeros, hoy amigos, tras tantos meses de ideas compartidas. Nuestra última reunión fue híbrida. Menos de la mitad acudimos en persona. El resto conservó su rectángulo brillante en las pantallas. Discutimos el alcance del reporte hasta entonces. Aportamos algunas ideas sobre cómo mantener viva la conversación y la generación de aplicaciones prácticas. Siempre concebimos el documento como una primera provocación para construir juntos los futuros –en plural– de la educación que queremos para el 2050. No es una receta, ni un conjunto de preceptos, ni una hoja de ruta. 

La invitación es a mirar hacia los futuros no como quien anticipa un destino inevitable y “se prepara para lo peor,” sino como quien proyecta un collage de visiones deseables y hace ingeniería inversa para crearlas y alcanzarlas. 

Elisa Guerra * Integrante de MUxED. Es fundadora del Colegio Valle de Filadelfia y directora para América Latina de Los Institutos para el Logro del Potencial Humano. Fue galardonada en 2015 con el premio “Mejor Educador en América Latina” del Banco Interamericano de Desarrollo y la Fundación ALAS, y ha sido finalista del Premio Global a la Enseñanza. Es autora de 26 libros y libros de texto, y es una apasionada de la educación temprana, la ciudadanía global y la enseñanza innovadora.

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