La educación centrada en la comunidad es un reto por construir y no un asidero del currículo
“Por una comunidad se entiende no una determinada cantidad de gente dentro de unas fronteras. Comunidad significa gente con un campo común de experiencia, un modo común o al menos complementario de entender a la gente y a las cosas, juicios comunes, valores y metas comunes”
Bernard Lonergan S.J.
Vuelvo en este artículo a adentrarme en el terreno de la política educativa, que como he aclarado en varias ocasiones, no es mi tema de expertise ni mi línea de investigación. Lo hago desde un conocimiento muy limitado de la propuesta de la llamada Nueva Escuela Mexicana (NEM) y del Nuevo Marco Curricular que busca hacerla operativa.
Quiero centrarme esta semana en uno de los cambios que más se han comentado de este nuevo marco que busca sustentar los planes y programas de estudio que se pretende que van a regir la forma de formar a los futuros ciudadanos a partir del próximo ciclo escolar. Se trata del cambio de énfasis en el aprendizaje, de un proceso centrado en el estudiante, que se postula hoy a nivel internacional como el nuevo paradigma educativo, a un trabajo centrado en la comunidad.
Me enfocaré al concepto mismo de comunidad, en razón de que me encuentro trabajando el tema de la comunidad aplicado al campo del profesorado -comunidades de práctica, comunidades profesionales de aprendizaje- desde la noción de comunidad desarrollada por Bernard Lonergan y la idea de la dialéctica de la comunidad que plantea el filósofo canadiense en el capítulo sobre el significado de su libro Método en Teología y que me parece que puede aportar elementos de reflexión para quienes trabajamos en escuelas y universidades del país.
Por lo que he leído de la nueva propuesta curricular, que como muchos han dicho está desarrollada más en la parte de la conceptualización teórica-filosófica y sociológica más que pedagógica- que en la mediación didáctica y metodológica que haga posible aterrizar esta visión en las aulas, lo que se postula es una perspectiva de recuperación de los saberes y formas de organización y convivencia tradicionales, desde una miradas que las idealiza y las contrasta con la visión de lo que los funcionarios de esta administración llaman “ciencia neoliberal” y estructuras sociales y educativas derivadas de una propuesta tecnocrática a la que no conceden ningún valor ni aspecto positivo.
De este modo, la idea de comunidad de la que se parte en la propuesta es la de una comunidad abstracta y romántica que más bien se plantea como una vuelta al pasado para recuperar las formas de convivencia, de conocimiento y de vida de las comunidades de los llamados “pueblos originarios” y de los sectores populares no indígenas, el llamado “pueblo bueno” que tanto exalta y pone como modelo el presidente.
Se trata desde mi punto de vista de una visión estática y contraria al cambio, a la evolución, a la inevitable -y desde autores como Carlos Fuentes, deseable- “contaminación” de las comunidades tradicionales por el contacto con el mundo moderno, el sistema económico capitalista global y la ciencia y la tecnología moderna.
Considero que es positivo incorporar a la comunidad a la ecuación del proceso de aprendizaje de los estudiantes, aunque no creo que en estos tiempos complejos se trate de elegir o priorizar un solo elemento como fundamento del proceso -ya sea el estudiante, el aprendizaje o la comunidad- sino de plantear como eje de los procesos de enseñanza y aprendizaje la relación compleja entre docente-educando-comunidad-familia-país-mundo.
Pero si aceptamos que la educación de los próximos años -hasta que llegue una nueva reforma, como suele ocurrir en México de forma constante, impidiendo apostar por un modelo, darle tiempo para su operativización, evaluarlo para su mejora- se centrará en la comunidad, creo que el pensamiento de Lonergan aporta elementos relevantes para pensar el término Comunidad.
En primer lugar, la concepción de que una comunidad no es solamente un número de personas que comparten un territorio, una legislación o una autoridad sino la realización de una significación común, que se acompaña de la vivencia de ciertos valores también asumidos en común.
Esta realización de una significación común tiene varios niveles: potencial, formal, actual y existencial. La realización potencial se da cuando hay un campo común de experiencias, la formal se produce cuando hay una comprensión común de esas experiencias e información, la actual se va dando en la medida en que hay juicios comunes sobre la realidad en que se vive y la significación se vuelve existencial cuando se asumen ciertos valores que se concretan en decisiones y acciones comunes, lo cual implica colaboración.
Este proceso es dinámico y no puede considerarse nunca como terminado. También es dialéctico porque hay quienes no participan del campo común de experiencias, quienes malinterpretan o entienden de forma errónea dichas experiencias, quienes disienten de los juicios comunes de la mayoría, considerando como falso lo que los demás observan verdadero y viceversa. Finalmente, también hay quienes no asumen los valores comunes ni se comprometen ni actúan conforme a la significación común de la mayoría.
Como afirma también Lonergan: “La comunidad se cohesiona o se divide, comienza o termina, precisamente cuando comienzan o terminan el campo común de experiencia, la comprensión común, el juicio común, los compromisos comunes…” (p. 82) de manera que esa comunidad en la que se basará el aprendizaje tiene que entenderse como algo dinámico y siempre en construcción y en riesgo de destrucción.
El filósofo canadiense plantea que “…La condición de posibilidad del sujeto colectivo es la comunicación, y la principal comunicación no consiste en decir lo que conozcamos sino en mostrar lo que realmente somos…” de manera que si se aspira a construir un proceso de enseñanza y aprendizaje centrado en la comunidad, no bastará con tomar los valores abstractos ni las visiones románticas de lo que las comunidades han asumido como significados y valores en común en el pasado, sino plantear la educación como el reto de contribuir a conocer a fondo el proceso dialéctico de las comunidades vivas en las que se ubica la escuela, con sus procesos dialécticos connaturales.
Este planteamiento conlleva también el desafío de construir en las escuelas auténticas comunidades que vayan construyendo esos campos comunes de experiencias, de comprensiones, de juicios sobre la realidad y de valores y compromisos en común que asuman el diálogo como mecanismo para construir lo común y no descalifiquen a quienes disientan o manifiesten ideas, juicios o valoraciones diferentes a las que la mayoría va definiendo como orientadoras de su quehacer.
Desde esta perspectiva, la educación centrada en la comunidad es un reto permanente por construir y no un asidero sobre el cual asentar las prácticas educativas y el currículo, como parece plantear el Nuevo Marco Curricular.