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Formas de escribir sobre la muerte

A pesar del desenlace biológico, la muerte refiere a un concepto construido social y culturalmente, según Morin, es el rasgo más humano, más cultural del anthropos a pesar del desenlace biológico, Esta construcción simbólica y los consecuentes duelo y luto determinan una vivencia específica en cada sujeto donde el sentido que cada uno le atribuye, al acto de morir difiere según las propias convicciones y creencias, la cultura y la época (2011).

La especie humana es la única para la cual la muerte está presente durante la vida, la única que representa la muerte mediante ritos funerarios y también la única que cree en una vida post mortem, en la resurrección o en la reencarnación, de ahí las diferentes denominaciones sobre la muerte como: “la parca”, “la señora de negro”, “la catrina”, “la calaca “entre tantos apodos. Al muerto se lo denomina “fallecido”, “finado”, “difunto”, “fiambre”. En lo que respecta a la muerte real o potencial se suelen utilizar expresiones como: “falleció”, “feneció”, “expiró”, “se apagó”, “palmó”, “pasó a mejor vida”, “le llegó el día”, “le llegó la hora”, “perdió la vida”, “descansa en paz”, “se fue con Dios”, “se fue para no volver”, “entró en el sueño eterno”, “no cuenta más el cuento”, “quedó duro”, “estiró la pata”, “lo sacaron con los pies por adelante”, “se lo llevó la parca”, “está más cerca del arpa que de la guitarra” etc.

Las distintas maneras de nombrar la muerte y el acto de morir trazan diferentes interpretaciones posibles. Una línea argumentativa se inclina en cuestionar la utilización de eufemismos, metáforas, palabras suavizadas o humorísticas dando cuenta del desafío de asumirla sin temores o de la necesidad de neutralizarla (Mazzeti, 2017). Otra línea argumentativa sostiene que la resignificación de ella se hace como estrategia ritualizada para aprender a convivir con la idea de la muerte en la vida cotidiana.

Sin embargo, más allá de las conjeturas, los motes y las metáforas, estas construcciones son resultado de procesos de mantenimiento de formas residuales, expresando estructuras de sentimiento que la cultura dominante niega o reprime. Es decir, la cultura posee una dimensión individual y colectiva de significados y valores; implica concepciones de mundo, formas de sentir y actuar que se encarnan en el lenguaje y se enmarcan en instituciones sociales determinadas por circunstancias materiales (Karam Cárdenas, 2009).

Derrida (1997), argumenta que, en el ser humano, el acceso a la realidad es por el lenguaje, donde el lenguaje no es transparente ni natural; las palabras no salen de las cosas. El sujeto es quien ordena la realidad desde el lenguaje. Según este autor, todo es lenguaje y nada puede ser comprendido e interpretado fuera de él, incluso aquello que está en suspenso todavía pertenece a la posibilidad del lenguaje y a su potencial comunicativo, porque nada hay por fuera del texto.

Protagonizamos una época en que la continuación indefinida de la vida adquiere un valor supremo. Incluso, a pesar de que la incertidumbre marca nuestra condición humana, ciertos mandatos culturales aparentemente pretenden eliminar la muerte como tópico central de las narrativas discursivas, pero, aunque sea un fenómeno natural, la muerte siempre es interpretada y sentida desde patrones culturales en directa vinculación con componentes emocionales y cognitivos.

Sin duda, lo escrito permanece y hay muchas formas de escribir sobre la muerte. Precisamente sobre esto se dialogó este 30 de octubre en el Centro de Escritura de la Universidad Popular Autónoma del Estado de Puebla, UPAEP, en donde a partir de procesos personales significativos y realizando diversas actividades, los participantes hablamos, escuchamos, leímos y comentamos en un ambiente cordial. Me dio gusto ver a muchos jóvenes estudiantes asistir a esta actividad. Cómo éramos bastantes, nos distribuyeron por equipos para desarrollar diversas actividades en los cuatro módulos que prepararon.

En el equipo que formamos había estudiantes de la Licenciatura en Enfermería, en Ingeniería en Software, en Veterinaria, en Medicina Paramédica y yo. Primero se tocó el tema sobre la comida y su relación con la muerte, donde concordamos en varias cosas y los jóvenes aportaron sus ideas de una manera muy argumentada, posteriormente se leyó un minicuento de Amparo Dávila, del libro Muerte en el bosque, titulada “Alta cocina”, que debo decir me sobrecogió, dado el estilo un tanto siniestro con cierta ficción y realidad que me llevó a pensar en el sufrimiento de las langostas cuando las echan vivas al agua hirviendo, para que sepan mejor. Si bien este texto te remite a la crueldad, después te permite reflexionar en ciertas conductas culinarias que hacen sufrir a los seres vivos. Para terminar, escribimos en una hoja cuyo membrete decía: “Hoy es un buen día para escribir”, nuestra relación personal con la comida para después compartirlo con los demás.

En el segundo módulo, a través de distintas imágenes, conversamos lo que para nosotros significaba la “inmortalidad”, después escogimos algunas fotografías para poder pegarlas en un collage, donde cada participante plasmó su vivencias, experiencias y sentires sobre lo que significa ser inmortal, varios nos referimos a que nos remite a los recuerdos, que dejemos algo para la posteridad e inclusive, lo que los padres les transmitimos a nuestros hijos, ya que si bien la muerte implica un desenlace biológico al cual todos llegaremos, siempre hay diferentes miradas sobre lo que significa trascender más allá de la vida.

El tercero, partió de la lectura de los primeros párrafos del libro El luto humano, de José Revueltas, en donde una señora ve en un cuarto a la muerte, personificado como un personaje siniestro y agazapado que se instala primero en una silla y después va a ocupar el cuerpo de su hija muerta. El libro en general habla sobre la tragedia humana en medio de la tragedia del medio ambiente. Después de comentar sobre la lectura, escribimos en un papel lo que significa para cada uno de nosotros la muerte y de qué manera la vemos en este momento de nuestra existencia.

El último módulo se realizó en la terraza del tercer piso, donde hablamos sobre los caminos del Mictlán, el inframundo de las culturas prehispánicas, los nueve escenarios a los que se tiene que enfrentar para llegar al lugar del descanso eterno y a los cuatro años que tienen que pasar, tiempo en el que un cuerpo tarda en descomponerse. Recorrimos un camino de Mictlán, con escenarios representados por libros, con una venda en los ojos y gateando, para encontrar nuestro camino para llegar al destino. Posteriormente hablamos sobre las diferentes maneras de hacer poesía, leyendo unos párrafos del libro 400µG, cuyo autor es Rodolfo Herrera López del Centro de Escritura, en donde es posible leer de diferentes maneras para encontrar significados distintos, muy interesante. Este libro obtuvo el Premio Nacional de Poesía de los Juegos Florales de Lagos de Moreno 2023.

Y así terminó la sesión, con hojaldras, botanas y jugos, en un ambiente donde todos reflexionamos sobre la muerte a partir de nuestros saberes, sentires y haceres; una buena manera de iniciar estos días tan significativos para muchos de nosotros. Por cierto, el patio del campus central de la universidad estaba lleno de flores de cempoalxóchitl, ya que se estaba realizando el concurso de ofrendas, una tradición que se tiene que preservar.  

Referencias
Karam Cárdenas, T. (2009), “Nuevas relaciones entre cultura y comunicación en la obra de Raymond Williams”, en Estudios sobre las Culturas Contemporáneas, época ii, vol. xv, núm. 29, junio, Colima: Universidad de Colima, pp. 69-90
Mazzetti Latini, C. (2017). Nombrar la muerte. Aproximaciones a lo indecible. Andamios14(33), 45-76.
Morin, E. (2011), El hombre y la muerte, Kairós.

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