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¿Enseñar a pensar o enseñar qué pensar?

El que un sistema educativo se planteé como uno de sus objetivos el promover el pensamiento crítico de la población que atiende, sin duda resulta plausible, pues no solo representa el reto operativo ¿cómo le hacemos?, sino una postura valiente, ya que el pensamiento, cuando se ejerce libremente, conduce a puntos de llegada, imposibles de calcular y controlar. El pensar en sí significa libertad; cualquier cosa contraria, es eso, contraria, a la libertad, por tanto, al pensar.

El ser humano es un ser social, al nacer lo hace en el seno de una familia o grupo de personas específico, con un contexto cultural delimitado; a través del proceso de socialización se integra a éste, conduciéndose de cierta forma y no de otra, la lengua nativa es ejemplo básico de ello. Desde luego que hay otros factores como el biológico, que, junto a esta dimensión social, contribuyen a definir la persona que somos.

En este existir social, la educación es experiencia determinante, educación entendida en el sentido amplio, es decir, nos educamos en cualquier lugar en el que estemos, en todo momento de nuestra vida; sí, no solo en la escuela. No obstante, hay que reconocer, que es la educación formal, que se ofrece en las escuelas, la que juega un papel central en esta historia y en la que fijo la atención en este texto.

Fullat, pensador catalán contemporáneo, plantea la educabilidad, como este proceso en el que vivimos junto a otros, a lo largo de la vida, la experiencia de construirnos y participar de la construcción de otros, como Seres humanos. El concepto de educabilidad, implica, el discernimiento y la decisión de cada persona, de aquello que incorpora como valor en su vida.

De acuerdo al pensador Ricardo Avilez, el conocer como proceso, y el conocimiento como su producto, son un hecho concreto, que se desarrolla en la historia personal de todos y cada uno de nosotros; el conocer lo genera y le pertenece al individuo, que, en colectivo, realiza su proceso de autoconstrucción, en medio de la valoración y la toma de decisiones.

Decidir no es otra cosa que reflexionar por medio de preguntas sobre el sentido de las acciones; es un producto que se genera en el interno de la persona, de cada persona. Como actividad interior, consciente, implica conocer ciertos hechos humanos que nos con-mueven, para valorarlos y después decidir el valor que se quiere realizar con las acciones, para trascenderlos; pone al alcance, la autonomía, el empoderamiento sobre nuestras realidades y nosotros mismos, y la posibilidad de transformar, de manera consciente, nuestras realidades.

Si hemos de considerar lo anterior, como referente para pensar lo que está sucediendo en nuestro país, en materia educativa, podemos analizar la fidelidad operativa de lo que se declara oficialmente, en cuanto al fomento del pensamiento crítico entre la población estudiantil.

Uno de los riesgos de posturas que, en educación prometen promover el pensamiento crítico, es el confundir el enseñar a pensar, con el enseñar qué pensar. No distinguir entre enseñar a pensar, a través tal vez, del desarrollo de estructuras de pensamiento, y en su lugar, enseñar lo que se debe pensar, nos lleva a terrenos cuestionables, tales como el adoctrinamiento o la instrucción mecánica, deshumanizantes. Desde luego que estamos en el campo de las valoraciones, aquellas que muestran ese rasgo humano de analizar, decidir y actuar.

Texto publicado originalmente en E-Consulta https://www.e-consulta.com/opinion/2022-10-07/ensenar-pensar-o-ensenar-que-pensar?fbclid=IwAR2iTbcMYv7illQBJbBwXA55VFbADsTxfRCTwjz19G8b3fs_vTw6jufRe8Y

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